Tartufo cuelga en el Reina Victoria de Madrid con un cartel muy atractivo y simpático en el que aparece Pepe Viyuela caracterizado con una peluca rubia dieciochesca en la que a modo de rulos tiene unas latas bebibles. La obra es una de las que más pita en este inicio de temporada, con versión y dirección de Ernesto Caballero, y un amplio elenco capitaneado por el popular actor citado. Si tras ver este cartel esperan disfrutar de un clásico con trajes de época, personajes caracterizados y un escenografía palaciega aunque sea minimal, se han equivocado de obra.
"¿Qué es un clásico?", se preguntan los actores recién llegados al teatro, antes de enfundarse en sus trajes, ponerse la máscara y representar el texto de Molière. Sí, estamos ante otro ejemplo de metateatro. La fórmula del teatro dentro del teatro abre muchas posibilidades espacio-temporales y, por tanto, argumentalmente. Rompe la cuarta pared y facilita que el autor -por medio de los actores- introduzca sus ocurrencias sobre el teatro y discursee a los espectadores. En este caso, todo al cobijo de una pieza clásica célebre y de dominio público. En lo que llevo de semana me he visto tres piezas de estructura metateatral.
Y así comienza el espectáculo, con Viyuela haciendo de Viyuela preguntándose por qué se siguen representando las obras clásicas y queriendo saber qué tipo de impostores de nuestro tiempo se pueden equiparar al falso devoto protagonista que imaginó Molière en el XVII. Viyuela tiene suerte de que la empleada del teatro, una ignorante jovencita parlanchina que anda barriendo el escenario, disipe sus dudas con su sabiduría natural de andar por casa mientras le pide hacerse un selfie. Y así Viyuela, o sea Caballero, sigue la corriente hermenéutica actual que veo por los escenarios pero también en los museos (para ejemplo, la exposición de Emilia Pardo Bazán en la Biblioteca Nacional).
Explicar las obras del pasado desde la perspectiva actual, justificando que hay que apelar al interés del espectador, me da a mí que las confunde todavía más. No me gusta que interpreten a los clásicos a la sombra del presente, sino que me ayuden a comprender el pasado de cuando fueron escritos -y para eso son más efectivos que cualquier libro de historia pues la literatura nos da una idea sobre la moral y las relaciones sociales, las costumbres y divertimentos, los temas trágicos y los que les hacían reír, el lenguaje de la época… que no figuran justamente en esos libros de historia. Solo de esa manera podemos apreciar la tradición cultural.
Cuando los actores representan la obra, ésta fluye a buen ritmo, y oímos el texto rimado porque la versión usa la traducción versificada de José Marchena. En el elenco hay estupendos cómicos. Como sabemos de antemano que la fe de Viyuela es falsa, es interesante y gracioso ir viendo cómo crece su fingimiento. Paco Déniz con su inocencia natural calza muy bien a Orgón, el patriarca de la familia burlado, pero no ayuda a ello su vestuario contemporáneo. Del elenco femenino, destaca la elegante Silvia Espigado como la cabal esposa de Orgón, la enérgica Estíbaliz Racionero como su hija a la que quieren casar con el devoto, y la joven María Rivera, una mujer de carácter muy desenvuelta con su cháchara contemporánea en la que ha transformado Caballero el personaje de Dorina; actúa como la gran antagonista de Tartufo y es la que nos recuerda que los impostores de nuestros días andan por todos lados, por si no lo sabñiamos.
Lo que llaman escenografía son cuatro burras de la que cuelgan trajes y que los actores mueven con la caja del escenario desnuda. La caracterización de los personajes que imaginamos por el cartel no la esperen, no existe. Y el vestuario atemporal funciona con algunos personajes, básicamente los femeninos, mientras en otros rema en su contra. Recuerdo que no estamos en una sala alternativa, sino en un teatro comercial como el Reina Victoria.
Parece como si este Tartufo se hubiera inspirado en el planteamiento del filme Tio Vania en la calle 42, pero el resultado no es igual de brillante. Al público pareció gustarle, aplaudió mucho.