Los farsantes cumple con creces las grandes expectativas creadas: te mantiene ¡dos horas y media! enganchado en la butaca, mientras en el escenario no paran de suceder historias, algunas tan divertidas que sientes una gran empatía por los actores que las representan. Cuando sales te dices que repetirías o que hubieras aguantado un rato más, como los niños que se resisten a que el cuento se acabe antes de dormir. Es una sensación adictiva la que Pablo Remón consigue crear en el espectador, tan adictiva como la que sienten los personajes de su historia por pertenecer al mundo del cine y el teatro.
Como en otras ocasiones, Remón retoma el tema del éxito y el fracaso en la vida de los actores (El tratamiento) y nos deleita con un carrusel de episodios cruzados, de un humor blanco que no se ríe de nadie, basado en el chiste fantasioso y absurdo, y que el espectador va encajando conforme va tejiéndose la secuencia completa de las escenas.
Cuatro sublimes cómicos -Javier Cámara (cómo se le echaba de menos en las tablas, me descubro), Nuria Mencía, Francesco Carril y Bárbara Lennie- se apropian de los numerosos personajes. Bárbara, como joven actriz en la cuerda floja intentando sobresalir en su profesión mientras vive de dar clases de pilates, y Cámara, como el director de cine de éxito, son los roles estables de la obra, mientras Nuria y Francesco se transforman con asombrosa y efectiva naturalidad en un extenso elenco de personajes.
El constante juego metateatral de los actores de salir y entrar en el relato, de ahora me pongo la máscara y ahora me la quito (recurriendo al monólogo, la autocita o a ser narrador), les da un punto mágico, sobrenatural, en sintonía con una obra que habla del valor de las mentiras o de las ficciones en la vida. De ahí su título: Los farsantes.
Hay tantas escenas estupendas que no quiero destriparlas. La bonita escenografía de Mónica Borromello dispone un edificio dividido en dos pisos. En el de arriba sucede la historia del director de éxito, con sus espacios compartimentados; el de abajo está consagrado a nuestra joven actriz que quiere prosperar aunque sea haciendo monólogos de suicidas de Sarah Kane. Los actores recrean con su presencia y diálogos chispeantes los espacios y las historias cobran vida, y todo discurre como si fuera un relato cinematográfico, con magníficas transiciones, pero con un único plano general, el del escenario. Fantástica iluminación, por cierto, gran trabajo de David Picazo.
Hay momentos gloriosos, de gran ingenio: la parodia de El mago de Oz con Bárbara Lennie y Nuria Mencía es desternillante, y se agudiza cuando aparece Javier Cámara como un niño de seis años convertido en feroz crítico teatral (me temo que ya quedará como ironía sobre los de mi oficio). Y no puedo evitar citar el comienzo de la segunda parte, con Francesco Carril haciendo de autor acusado de plagio, donde Remón nos revela que somos una copia de nuestros predecesores, que la creación no existe porque todo está inventado. En la obra se abren tantas grietas por las que se cuelan argumentos nuevos para darle una vuelta de tuerca al tema principal, que es una caja de sorpresas.
Es una comedia difícil de clasificar, Remón recurre a una ensalada de géneros literarios que, si habláramos de razas, se diría que es una ensalada interracial. Esta obra -interdramática o interliteraria- es novela, es guion de cine, es obra de teatro. Es evidente la pulsión del autor por “contar” historias, por construir personajes y crear conflictos o peripecias con ellos a los que da o no una resolución.
En este sentido, encuentro conexiones con El bar que se tragó a los españoles, de Alfredo Sanzol, (comparten también dos cómico de aúpa como Nuria Mencía y Francesco Carril), pero también con las obras de Nao Albet i Marcel Borrás, y otras más como la comedia de Galcerán, si hay que retrotraerse a la que inaugura esta tendencia en el siglo XXI.
Me refiero a que son obras construidas con la pretensión -nada más y nada menos- de ofrecer un relato escénico de fábulas bien ordenadas (y no la reflexión o la crítica social o cualquier otro mensaje profundo que hemos visto en tantas otras piezas anteriores o contemporánea). En realidad, es el retorno a la comedia clásica, pero arropada con una traje moderno, interliterario y actualizado.