En un patio hay un escenario y en el escenario, un tosco biombo que simula una fachada encalada de casa andaluza con su reja de quita y pon y su tiesto de geranios; también hay en el tablado cuatro cómicos representando cinco sainetes de los hermanos Álvarez Quintero y en el elenco, una actriz chiquita, Carmen Canivell, que infunde chispa y nervio a este homenaje a los de Utrera que le brinda el Teatro Quique San Francisco de Madrid y que es una de las mejores opciones teatrales del agosto madrileño.
Tienen los aniversarios la virtud de recuperar autores desdeñados. Ahora les toca a los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, muy populares en el teatro español del primer tercio del siglo XX, con más de dos centenares de obras y libretos de zarzuela escritos, miembros de la Real Academia Española, que contaban con el favor de sus críticos contemporáneos como Pérez de Ayala y de autores como Luis Cernuda y Galdós (muy amigo de ellos y a los que les pidió que dirigieran su Marianela).
Pero fueron tildados de casposillos por su folclorismo y estigmatizados por su falta de compromiso ideológico por ciertos críticos de teatro de la predemocracia y de después, o sea, por Monleón, Haro... En realidad ese tipo de crítica oficializada a partir de 1970, que ha ocultado a los Álvarez Quintero durante tantos años de los teatros públicos, es una forma de entender al pueblo como ente abstracto de acción política y, por tanto, de desprecio de sus gustos tal como han sido y son.
[Los Compadres rinden homenaje a los Álvarez Quintero]
Ahora que se cumplen los 150 años del nacimiento de Serafín, dos años mayor que su hermano Joaquín, se representan en el patio del Quique San Francisco (antiguo Galileo) cinco piezas breves de los dramaturgos -El cerrojazo, Fea y con gracia, Filosofía alcohólica, Sangre gorda y Ganas de reñir- recogida en la producción Homenaje a los Álvarez Quintero, dirigida por Alfonso Sánchez (que también actúa) y que ha contado con el apoyo del Ayuntamiento de Utrera (patria chica de los hermanos). Ha llegado el momento de comprobar si es anacrónico este teatro o ridículas las profecías de sus peores críticos.
La selección de títulos reúne con buen criterio cinco sainetes cortos, piezas intrascendentes para reír un rato, de un costumbrismo andaluz alegre y escritas con ritmo, ambientado en clases populares como exige el género y casi todos en torno a conflictos de novios a partir de anécdotas simpáticas: un hombre ama a la hermana equivocada en El cerrojazo; la mujer fea puede tener un encanto que enamora en Fea y con gracia; la excesiva parsimonia del pretendiente de Candela dilata en demasía una declaración de amor en Sangre gorda; y Ganas de reñir es una deliciosa disputa de unos novios mientras toman el fresco en una noche de estío. Solo Filosofía alcohólica se sale del tema, al presentarnos en la taberna-confesionario el simpático monólogo del borracho agobiado por las deudas, que interpreta Alfonso Sánchez.
Obritas ligeras que aquí retoman unos actores que saben crear el tipo, soltar el chiste, ponerle su acento sevillano y representar el salero natural con el que fueron bendecidas las gentes de algunos lugares de la tierra como Andalucía. Una gracia que sirvió de inspiración a los Álvarez Quintero para crear un teatro humilde y sin pretensiones, de un humorismo que no hiere, y al que este cuarteto de actores le ha cogido muy bien el tono y el donaire: a Alfonso Sánchez y Carmen Canivell – gran cómica, especialmente brillante en Sangre gorda- se suman Antonia Gómez Grande y Alberto López.
La humildad de este teatro se refleja en esta sencilla producción, ideada a la manera de los tablados de los cómicos de la legua que se montaban en las plazas de los pueblos. A falta de entrecajas, entre pieza y pieza, los actores suben y bajan del escenario y a sus pies disponen sus camerinos y sus burras con el vestuario y en ocasiones hasta hacen que la representación continúe allí. En escena el citado biombo se despliega, y de fachada encalada se tranforma en barraca de feria, saloncito o taberna, según convenga.
Teatro costumbrista y humorístico, en la onda de Arniches y heredero de una larga tradición que arranca en Lope de Rueda. Hoy este teatro se escribe para las series de televisión, pero ya quisieran muchas tener la calidad literaria y el gracejo del de los Álvarez Quintero.