Me intrigaba ver en el teatro a Bob Pop, un friki catódico que me cae bien, periodista y guionista de televisión, escritor y muchas cosas más que, además, se llama como mi ídolo, Bob Esponja. Durante este fin de semana Bob Pop principia la temporada teatral de La Latina con su monólogo Los días ajenos.
Publicó un libro de título homónimo que recogía los diarios que escribió durante el tiempo que colaboró con Buenafuente en la tele; al llevarlo a las tablas Andrés Lima le echó una mano en la dirección escénica y lo estrenó en 2021 en el Teatro del Barrio y, aunque le resulta fatigoso hacerlo (sufre esclerosis múltiple), lo repone de vez en cuando como es el caso.
El monólogo es de gran sencillez, mejor para un escenario pequeño que para el de La Latina, porque de escenografía y otros elementos escénicos anda escaso: butaca tapicería colorinchi donde él se sienta, rodeado de mesitas llenas de libros, bajo la luz de una lámpara de pie. No necesita más, Bob Pop comienza a largar y a partir del minuto dos ya empiezan a oírse las risas del respetable.
[Bienvenido, Bob, por Ignacio Echevarría]
A la media hora te preguntas cómo es posible que él solito, sin efectos especiales ni videoproyecciones ni otras gaitas, te haya enganchado a su discurso en la mejor tradición de los cuentacuentos. También te preguntas por qué te hace tanta gracia.
En general, me producen desconfianza las figuras televisivas que para rentabilizar su fama se montan un monólogo teatral a ver si cuela. Pero las plateas están hechas unos zorros y no nos vamos a poner puristas.
A mí, que lo que me gusta ver en escena es artificio, re-presentación, en el sentido de intépretes que construyen “una idea o imagen para sustituir la realidad” (RAE dixit), lo que me ha interesado de Bob es el personaje que ha elaborado de sí mismo: ingenioso, leído, habla muy rápido, usa el género femenino cuando le viene en gana para afirmar su homosexualidad, y con una cabeza amueblada en un estilo pop (como dice su nombre), boho-chic (el Ikea carete) y progre libre de rojipardismo. Ecléctica conjugación que tiene el efecto de una mirada aniñada, fantástica y astigmática de la realidad.
A Bob se le da bien la parodia, hace familiar y ligero lo solemne y sórdido, lleva un tema a dos tonos completamente opuestos. Le chiflan los thrillers y los diarios de asesinos y autores de triste final (Pavese, Orton). Habla de un psicokiller como Dennis Nilsen y cuando cuenta las necrófilas prácticas del asesino con sus víctimas lo hace con un desparpajo que te mondas, no digamos ya su relato de las pesquisas de Scotland Yard sobre el caso. Casi acabas cogiéndole cariño a Nilsen.
Todo el espectáculo sigue una estructura en torno a autores que han escrito diarios, género que le pirra. Disfruté más con la primera parte que con la segunda, en aquella Bob se detiene en sus inicios en el periodismo con despiporrantes anécdotas. Luego discurre con analogías sobre personajes de la prensa del corazón (ha sido cronista marxista del periodismo cuore), y remata con los diarios de Joe Orton y de Tolstoi y de su esposa.
Su monólogo se me hizo pelín largo, dura dos horas, podría recortar alguna historia insípida como la de Revilla. La estrella tiene su corazoncito y no falta su momento de confesar su amor por su marido, dar gracias a sus amigos y declarar su honestidad televisiva.
Bob nos cuenta su carrera hacia la fama (y nos creemos que es verdad y no una ficción), de cuando era niño gordete y afeminado al que le gustaba leer y escribir, más tarde obsesionado en alcanzar el éxito o, en otras palabras, en descubrir en qué podía destacar frente a los demás. ¡Bob te has superado!