Un momento de 'El tercer Reich', de Romeo Castellucci

Un momento de 'El tercer Reich', de Romeo Castellucci

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La "máquina de palabras" de Romeo Castellucci desborda la vanguardia en Temporada Alta 2022

El director de escena presenta 'El Tercer Reich' en la Semana de los Programadores del festival catalán, un dispositivo que consiste en la proyección de todos los sustantivos del diccionario italiano

21 noviembre, 2022 14:21

El pasado fin de semana culminó en Gerona la Semana de los Programadores del Festival de Teatro Temporada Alta, donde se pudieron ver una decena de espectáculos e instalaciones representativos de la vanguardia escénica por los que la cita catalana apuesta desde hace años y que definen el perfil de su programación. Se trata de figuras y compañías como Romeo Castellucci, Cabosanroque, Azkona & Toloza, El Conde de Torrefiel, Marcos Moreau, Joham Le Guilerm, Eva Yerbabuena… que ofrecieron sus trabajos más recientes. Parte de la escena actual nada en la frontera y la hibridación de lenguajes y ello ofrece algunas agradables sorpresas, pero también tediosas experimentaciones.

El Temporada Alta, que comenzó el 7 de octubre y termina el 12 de diciembre, organiza la Semana para invitar a programadores de teatros nacionales y europeos y también a periodistas y críticos, por lo que la cita tiene un carácter comercial y de promoción. Hay que tener en cuenta que las compañías catalanas que participan en el Festival, y que suelen conformar el grueso de su programación, actúan en catalán, pero en esta Semana se da la oportunidad de ver sus trabajos en castellano o inglés. La organización funciona como un reloj y las sesiones son maratonianas. Hay matinés y luego, a partir de las cinco de la tarde, los espectáculos se suceden encadenados en los numerosos teatros de la ciudad, pudiendo verse tres y hasta cuatro veces por día.

Como es lógico, el prestigio de Romeo Castellucci despertó muchas expectativas con El Tercer Reich, estrenado aquí, pero es una videoinstalación diseñada para torturar al espectador. Durante casi una hora asistimos a la proyección en una enorme pantalla de todos los sustantivos del diccionario italiano (se proyectan en inglés) que se suceden a una gran velocidad y sincronizados con el sonido industrial y siniestro elaborado por su habitual colaborador Scott Gibbons, eso sí, de una calidad indiscutible.

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Los espectadores casi en la oscuridad resisten primero de pie ante la pantalla, pero la fatiga y el parpadeo que produce la proyección y el ruido ensordecedor lleva a la mayoría a sentarse en el suelo, taparse los ojos, usar los tapones para los oídos y, en muchos casos, a desertar. El dispositivo de Castellucci funciona como una máquina de palabras, metáfora de una comunicación en la que no importa lo que se dice, pues somos incapaces de retener las palabras y de discernir unas de otras.

De signo bien distinto es la otra instalación que ha podido verse, Flors i viatges, del equipo CaboSanRoque, un experimento también inmersivo, pero en una onda poética de una delicada fantasía. El dúo de artistas inclasificables —lo suyo se mueve entre el arte visual, el empleo de objetos y la construcción de raros artefactos musicales o sonoros— cierra con este hermoso trabajo la trilogía que han dedicado a autores catalanes (Brossa y Verdaguer con anterioridad) y que ahora basan en un delicioso libro de Mercè Rododera titulado Viatges i flors, relatos breves que en parte escribió cuando volvió del exilio y se afincó en el pueblo de Romanyà.

Rodoreda y Aleksiévich, a propósito de la guerra

El dramático tema de la instalación, la guerra vista por las mujeres y los niños, se nos presenta en pantalla de inmediato, donde aparece un grupo de ucranianas, algunas con sus hijos pequeños en brazos, afincadas en Cataluña y que dan su testimonio de la guerra que asola su país. El tacto con el que abordan el tema, siguiendo los textos de Rododera, apoyados también en otros de la poeta rusa Svetlana Aleksiévich, les sirve para sugerirnos escenas y paisajes de antes y después de la batalla y hablarnos de caminos que desembocan en bosques —ocasión para recrear uno con tubos que opera como un órgano— y pueblos de extraños nombres, como los bautizó Rododera.

El efecto en el espectador de la instalación trasciende y potencia los textos, ya que los sonidos y el funcionamiento de sus imaginativos artilugios los complementan y la instalación opera como la música, es decir, ofrece una experiencia más emotiva que intelectual.

De los espectáculos de sala, el de Los perros, por la compañía de danza Led Slhouette, concilió los aplausos del público. En Madrid pudo verse la versión de calle, programado por el Conde Duque hace ya un tiempo. Está protagonizado por los componentes de esta compañía vasca, Jon López y Martxel Rodríguez, bailarines también de La Veronal, la formación de Marcos Morau, que les ha dirigido ahora como es evidente en el estilo inconfundible de la danza que practican.

Se trata de un dueto fascinante, una danza nada orgánica, deconstruida, basada en la repetición con bailarines empeñados en descoyuntar sus cuerpos. Sus movimientos adoptan posiciones imposibles, despertando la atracción y curiosidad del espectador. La pieza tiene una clara estructura, en tres partes, y funciona como el relato de un hombre que se refleja en su pareja para encontrarse a sí mismo.

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Viene precedida de un texto en euskera que leemos en pantalla traducido. Hay seducción, luchas, reencuentros, con un final redondo. Se apoya en una buena factura técnica, escenografía de David Pascual, que hace descender el techo sobre los bailarines, y a veces parece que los aplasta sin dejarles espacio para la danza; la iluminación de Andoni Mendizábal, y la música y sonidos de Cristóbal Saavedra en una onda industrial.

El Festival ha recuperado un singularísimo personaje francés, que gozó de gran reconocimiento en los años noventa del siglo pasado: Johann Le Guillerm, que ha plantado su carpa verde del Cirque Ici para mostrarnos su raro oficio de imposible definición. En Terces Le Guillerm es como un niño con apariencia de adulto que saca a la pista circular sus juguetes ingeniosamente extraños. Sus máquinas aparentemente absurdas o inútiles han sido creadas única y exclusivamente como una forma de expresión poética y sorprende que parezca que tienen autonomía para funcionar.

Le seguimos con la curiosidad de ver con qué nuevo artilugio nos sorprenderá, cómo será su funcionamiento y la mayoría de las veces nos arranca una sonrisa. El espectáculo de Le Guillerm no tiene artificio, es de gran austeridad: él, solo en la pista con su vestimenta de bucanero y sus fantásticos juguetes. Es una gozada entrar en su loco laboratorio, su universo no decepciona.

No puedo decir lo mismo de las propuesta de Azcona & Toloza con su Canto mineral, que por momentos pareció apuntar maneras de obra teatral de ciencia ficción para refugiarse en una instalación documental donde se reivindica la delirante idea del derecho de las piedras a estar protegidas (ya saben, la explotación mineral y todo eso). Tampoco del pestiño que ofreció El Conde de Torrefiel, Una imagen interior, que no solo abusa ya de un estilo de narración antidramático, sino que es una vana y pretenciosa obra sobre un tema tan manido como el de los límites de la realidad y la ficción.

Jean-Marie Straub. Foto: archivo/ Europa Press

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