Es llamativo que entre las 2.600 personas que se arraciman en torno a la pista circular del Cirque du Soleil para ver Luzia cada noche no abunden los niños. El circo, antes, era una atracción para los más pequeños, que saben apreciar mejor que nadie su carácter irreal y excéntrico. Hoy las parejas españolas tienen menos hijos con los que llenar las carpas, pero es que también el espectáculo circense ha cambiado mucho, haciéndose sofisticado y teatral y, claro, también más caro.
Algo tiene que ver en ello que el repertorio de números circenses ha quedado bastante menguado con la prohibición de ciertos gobiernos occidentales de emplear animales. Números fantásticos como el de las amazonas, los perritos y las focas amaestradas o las piruetas de elefantes, o el de los magos y sus blancas palomas y conejos… se han perdido. Charlot habría excluido de su película El circo la graciosa escena en la que se mete en una jaula con un león o en la que anda por un alambre mientras es atacado por mandriles.
A cambio, el circo se ha hecho una exhibición de destrezas físicas y gimnásticas, en ocasiones muy bien dramatizadas, y uno de los que más ha contribuido a reformularlo ha sido la compañía de origen canadiense Cirque du Soleil. Por sus enormes dimensiones y la enorme nómina de artistas que reúne, recuerda a los gigantescos y panorámicos circos americanos tipo Ringling que empleaban todo un tren para sus giras.
El del Soleil es una multinacional de 400 empleados solo en su sede de Montreal, centro y laboratorio de investigación de la factoría; antes de la pandemia anunció el cierre de sus carpas, pero ha resurgido y ya mantiene veinte espectáculos activos y está presente en veinticinco países.
Es en lo artístico donde su influencia ha sido decisiva, cambiándole la piel al circo tradicional. Sus producciones son de una estética deslumbrante y esplendorosa, para las que emplea medios y tecnología de última generación en lograr una puesta en escena teatral de exigente factura con la que arropar a los artistas. Y estos son de gran nivel, casi siempre intentan inventar algún número o algún aparato raro que les permita introducir innovaciones.
Es en lo artístico donde la influencia del Cirque du Soleil ha sido decisiva, cambiándole la piel al circo tradicional
En Luzia, por ejemplo, la gran novedad es la catarata de lluvia que cae a una altura de quince metros sobre los artistas. Es impresionante y resulta muy arriesgado especialmente para los trapecistas. Hay un momento en el que descubrimos que la cortina de agua está estampada con dibujos como si fuera una tela de damasco. ¡Una pasada! La pista circular está provista de un mágico sistema de drenaje que desagua los charcos casi al instante, un gran invento de ingeniería.
El espectáculo ha sido dirigido por el suizo Daniele Finzi Pasca y es el segundo que este dramaturgo, director, coreógrafo y clown firma para ellos, desde que hace dos lustros ideara Corteo (todavía presente en el repertorio de la compañía). Finzi Pasca ha hecho un trabajo consumado, entretenido y alegre, muy hermoso, con México como fuente de inspiración. Quien conozca el país azteca se asombrará de las formas poéticas y fantásticas con las que el director y su equipo han recreado sobre la arena y bajo la gran bóveda del circo la vigorosa cultura mexicana y sus tradiciones.
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Los colores (en escenografía, iluminación, vestuario y elementos escenográficos), la música y la climatología propios de este magnético país guían el guion de Luzia. Finzi Pasca vivió diez años allí y eso explica la oportuna selección de los temas y elementos que rescata, y donde el agua —en recuerdo de lo lluvioso del clima mexicano— tiene un papel protagonista.
La pista redonda está presidida por un disco de dimensiones faraónicas, que a la manera de un tapiz (¿calendario azteca?) recoge la paleta cromática del espectáculo.
Bajo su presencia el espectáculo comienza y nos lleva a un jardín de caléndulas, viajamos luego a un rodaje de una película a orillas del mar, a un campo de pitas sobre el que cae la lluvia, volvemos a otra película como es el melodrama Salón México del Indio Fernández, a la fiesta de los muertos, viajamos a Veracruz a ritmo de marimba, presenciamos un combate de lucha libre, hay un momento en que la pista es una alberca o cenote y durante el intermedio una enorme cortina circular cae sobre la arena y recuerda esos farolillos agujereados tan populares de las fiestas mexicanas pero de grandes dimensiones.
Cada número está arropado por uno de estos contextos escenográficos y tanta variedad hace que el espectáculo sea muy entretenido. No falta lo cómico, como el número del gimnasta ataviado con un gracioso bañador rojo años veinte que rueda una película muda en un mar de olas de cartón mientras hace ejercicios sobre una inestable estructura de seis metros.
En recuerdo de lo lluvioso del clima mexicano, referente de inspiración del show, el agua tiene un papel protagonista
Un clown sirve de maestro de ceremonias, de hilo conductor, y hasta arbitra una competición con los espectadores. El escenario se transforma a una rapidez de vértigo, casi sin enterarnos. La banda de músicos —con presencia destacada de metales, guitarras y una cantante, en sintonía con la música mexicana— sirve también de elemento integrador. Luzia es un lujoso brocado circense.
Los números son básicamente de acrobacia, trapecio, malabares y mástiles: saltimbanquis atravesando aros mientras a la vez se deslizan sobre una cinta transportadora; o el que subido en un columpio completa el giro de 360 grados; también hay una menuda acróbata con mallot rosa que es lanzada con violencia por tres portores, da vueltas en el aire y vuelve con precisión suiza a las manos de sus mismos lanzadores agotando los suspiros del público; la primera trapecista en aparecer lo hace bajo la lluvia, ejecutando peligrosos volatines mientras otras dos manejan el arco cyr; uno de los más asombrosos es el número del contorsionista, que es excelente, con tan desarticulado cuerpo el público no sabe dónde tiene el culo y dónde la cabeza.