Contracciones, de Mike Bartlett, acaba de estrenarse en el Teatro Pavón de Madrid y su cartel promete un duelo interpretativo de dos actrices de tirón como son Candela Peña y Pilar Castro, acostumbradas a batirse en cine, televisión y teatro y en estos momentos en su madurez profesional. Lo que inicialmente se presenta como una sátira con cierta gracia sobre la intromisión de las empresas en la vida privada de sus empleados, evoluciona como un pastiche dramático y desmesurado.

Emma, el personaje de Peña, acaba de entrar a trabajar en el departamento de ventas de una empresa, pero una cláusula en su contrato le exige que confiese la naturaleza de estas relaciones a su jefa. Esta es una tipeja distante e impersonal, por no tener no tiene ni nombre, y pesca a Emma en una relación sentimental con otro trabajador que no le ha notificado como se le exige. A partir de ahí la presión sobre Emma irá a más y permitirá a Peña caminar hacia el drama. Castro tiene un arco interpretativo más reducido, pero borda al gerente de gélida personalidad aunque siempre con una artificial sonrisa.

Bartlet escribió esta pieza para la radio y en 2008 la estrenó en el Royal Court Theatre de Londres, para repetir con una nueva producción en 2016. Es posible que cuando el autor la escribió se hablara de los códigos de conducta de las llamadas tech companies de Estados Unidos; recuerdo que hace unos años varios empleados de Google informaron que la empresa incluía en sus contratos una frase que suena como una invitación a la delación: "Recuerda, no seas malvado, si ves algo que crees que no está bien, ¡dilo!".

Imagen de la puesta escénica de la obra. David González

No sé si en Gran Bretaña, de donde es el autor de Contracciones, las empresas pueden incluir en los contratos de trabajo cláusulas que regulen las relaciones sociales y sentimentales de sus empleados e, incluso, decidir si deben tener hijos. En España está prohibido y me huelo que también en la pérfida Albión. Además, ocurre que la intromisión en la vida privada de los ciudadanos, más que las empresas, al menos en nuestra vieja Europa occidental la ejercen hoy los gobiernos, a través de leyes que dicen protegernos pero que cada vez más controlan nuestras relaciones familiares y sociales, nuestro comportamiento sexual y hasta pretenden dictarnos nuestra sentimentalidad.

La puesta en escena de Contracciones tiende, por otro lado, a la confusión. Con una estética minimalista, se inicia en un registro realista que recuerda al Mamet de La anarquista o de Oleanna, pero se desvía pronto de esta senda, nada de dilemas morales, y se desmadra por cauces grotescos, absurdos, impostados a los que el director de escena añade proyecciones de informativos de televisión subrayando el momento de crisis económica y social que atenazan a los personajes. Es cuando Bartlett da un golpe de timón y carga las tintas en las humillaciones que Emma está dispuesta a soportar a fin de mantener su empleo. No quiero hacer spoiler, pero cuesta creérselas.

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