Encerrona de dos horas en el Teatro Valle Inclán con Los gatos mueren como las personas, un montaje desconcertante e ininteligible si no se va con la hoja de ruta previamente aprendida.
Esta hoja consiste en haber visto la película Atención a esa prostituta tan querida de Fassbinder y la obra de teatro Cuarteto de Heiner Müller. Si usted pertenece al grupo de Espectadores Sobradamente Preparados (ESP), quizá entienda qué nos quiere contar Dan Jammet con este montaje difícil de sostenerse por sí solo.
Será pura coincidencia, pero al CDN le ha dado por apurar la temporada con historias ambientadas en bares. En el María Guerrero ha montado uno para Los guapos, de la que ya di cuenta en este blog con anterioridad. También Los gatos mueren como las personas tiene lugar en un bar, de un hotel, obra del escenógrafo Adán Torres.
Tiene un aire setentero, enmoquetado en tonos marrón, lámparas neo-déco en las paredes, una gramola frente a la barra, ésta guarnecida con taburetes por un lado y por el otro con una estantería de botellas de cristal que le permiten al iluminador Felipe Ramos crear una bonita batería de luz.
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Hay muchas salidas y entradas, como si fuéramos a ver un vodevil, que no. Hay dos grandes puertas que dan a un vestíbulo y que no descubriremos hasta el final (como metáfora de todo el espectáculo), y también dos escaleras de caracol en cada extremo del escenario.
Esta obra, que es más un estudio o experimentación teatral que una obra completa, gira en torno a dos artistas que a Jemmett le parecen de los más originales del siglo XX: Rainer W. Fassbinder y Heiner Müller, dos alemanes, uno del Berlín oeste y otro del este, que gozaron en los setenta y ochenta de la adoración de las élites culturales.
Al director le interesan porque sus trabajos sobre la violencia, la manipulación o la delincuencia sexual le van a permitir reflexionar sobre dos temas que cree apremiantes en el ser humano (programa de mano dixit): el aburrimiento y el deseo.
Jemmet trabaja muy de cerca con los actores, le gusta indagar en estilos interpretativos no realistas, experimentar con formas de actuar que rompan moldes, fórmula que le ha funcionado bien con la comedia (Nekrasov, Ira). Pero esta obra no es una comedia, sino un pastiche grotesco con demasiado subtexto que el espectador debe adivinar.
Todos los actores, con un atavío setentero, hacen su entrada de uno en uno, distinguiéndose por el artificio premeditado de sus gestos, parecen marionetas haciendo cucamonas y muecas: Violeta Linde es una sensual joven que viste minifalda y exhibe un aire de distancia e indiferencia; Nico Romero se viste y se mueve como un chapero (personaje Fassbinder).
Valérie Crouzet peinada con moño de señorona viste ceñidos pantalones estampados que resaltan su atractivo físico, recuerda a Hanna Schygulla (musa del cineasta); José Luis Alcobendas aparece con sombrero, camisa y botas de cowboy (más Fassbinder); David Luque es un barman con traje y actitud de hombre sobrepasado por las circunstancias, y Clemente García un tipo gris que dice ser ayudante de dirección.
Hay también un joven, sexo indefinido, que entra y sale de la escena, vestido con peluca rubia, y que grita como un condenado, es Julia Piera en el personaje de Jeff, director de cine.
La primera parte de la obra desarrolla el argumento de la película Atención a esa prostituta tan querida, ambientada en un hotel español de Almería, donde un grupo de actores y el equipo técnico de una película sufren el parón de un rodaje en el que participan y que está siendo caótico; durante la espera surgirán rivalidades e intrigas entre ellos.
En la recreación teatral todos beben cubalibre como en la peli (la que están rodando se titula Patria o muerte, la consigna procastrista), y sufren los ataques histéricos del director, que trata tiránicamente al equipo y que es una especie de alter ego de Fassbinder. Tampoco falta el video documental con imágenes a toda velocidad que impiden identificar personajes y fotos de la Europa de posguerra.
Hay una soterrada tensión acentuada por el tempo lento en el que se mueve la obra, los personajes se aburren muchísimo, tanto como yo. Jammet riza el rizo con esta experiencia metateatral de la idea metafílmica de Fassbinder que entiende el cine –“esa puta tan querida”- como escenario de su vida.
La segunda parte se sigue mejor porque son más reconocibles las referencias: representan Cuarteto, de Heiner Müller, que a su vez se inspira en la novela Las amistades peligrosas para desarrollar un diálogo protagonizado por el vizconde Valmont (representado aquí por José Luis Alcobendas) y la marquesa de Merteuil (Valérie Crouzet).
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Jammet sitúa al propio Müller en escena, personificado por Clemente García, que va escribiendo la obra. Lo más gracioso es la peluca que luce Alcobendas y el texto de Müller se pierde entre tanto engaño, no logré entrar en el código de estos impostados intérpretes.
El tema de la obra no me resulta indiferente, su elección informa del genio del artista,
pero tanto como considerar el deseo un tema apremiante del ser humano no me lo parece. Dudo incluso que tenga un gran recorrido dramático, a no ser que se refiera a la ruptura de los tabúes que cercenan el deseo.
Y es lo que ocurre con estos dos perversos competidores en lascivia que son Valmont y
Merteuil, lo que despierta el interés es justamente cuando pervierten la virtud de madame de Tourvel, argumento que resulta más interesante para ellos, y para el púbico, que cobrarse la pieza de la joven doncella.
Las gatos mueren como las personas
Teatro Valle-Inclán, hasta el 23 de junio.
Dramaturgia y dirección: Dan Jemmett.
Reparto: José Luis Alcobendas, Valérie Crouzet, Clemente García, Violeta Linde, David Luque, Julia Piera y Nico Romero.
Dramaturgista: Brenda Escobedo.
Escenografía: Adán Torres.
Iluminación: Felipe Ramos.
Vestuario: Vanessa Actif.
Caracterización:Johny Dean.
Espacio sonoro y vídeo: Christopher Knighton.
Producción: Centro Dramático Nacional.