La dupla Luis Bermejo y Javier Gutiérrez vuelve con El traje de Juan Cavestany, obra que estrenaron hace dos lustros en una salita del barrio madrileño de Usera y que han rescatado ahora para el Teatro de La Abadía. El texto les permite montar un jolgorio grotesco con su enorme talento para explotar y amplificar el espíritu cómico. Puro exhibicionismo en clave de humor negro.
Gutiérrez y Bermejo son dos antiguos cómplices. La temporada anterior protagonizaron la versión teatral de Los santos inocentes y ahora muestran su voluntad de seguir trabajando juntos. También Cavestany es un viejo colega, han estado presentes en casi todos sus proyectos; él es un guionista y autor promiscuo, que salta del cine (Gente en sitios), a la televisión (la exitosa serie Vergüenza) o el teatro (Urtain, Penumbra…).
Este texto de Cavestany está construido a partir de un conflicto aparentemente realista: un oficial de seguridad de unos almacenes entrevista a un cliente que en el pistoletazo de apertura de las rebajas ha tenido un altercado violento con una mujer en relación con un traje que los dos querían. Bermejo, segurata del almacén, lleva a Gutiérrez a una especie de sótano para intentar aclarar la disputa.
La escenógrafa Mónica Boromello ha recreado una estancia desnuda, en gris cemento, (recuerda el estilo brutalista), un ambiente opresor y claustrofóbico, con dos puertas cerradas (una de ellas se diría que para enanos), presidida por una pantalla donde aparecen distintos planos del comercio procedente de las cámaras de vigilancia. Pantalla que jugará un papel importante en la resolución del conflicto.
En este decorado la pareja despliega una ordenada panoplia de armas para estimular situaciones absurdas, con diálogos construidos a partir de malentendidos y enfrentamientos dialécticos extravagantes aunque verosímiles, porque ¿cuántas veces nos perdemos en discusiones inútiles y estiramos una conversación solo por el placer de hablar? Por momentos, la obra se abre a argumentos que nos inducen a pensar que derivará hacia cuestiones más trascendentes, y que incluso se internará por vericuetos dramáticos, pero no parece ser el objetivo del autor.
Por el contrario, es como si Cavestany hubiera escrito este diálogo para solaz y jugueteo de sus dos fabulosos actores, dos payasos que logran hacerlo crecer a partir de sus piruetas interpretativas, caricaturizando a sus personajes, complementándolos con tics, posturas, gestos y toda una batería de pequeños detalles físicos que manejan con soltura.
Uno podría ser el contrapunto del otro. Bermejo crea un personaje inquietante, se diría que con limitaciones intelectuales, nervioso e histriónico, con una veta moralista ya que no soporta las palabras soeces. Gutiérrez hace el retrato de un hombre del común —lo que se le da soberanamente bien—, razonable pero sobrepasado por las circunstancias, del que se nos apunta esquemáticamente que tiene problemas con un hijo.
Hay un momento en el que Bermejo pregunta a Gutiérrez si quiere ser su amigo, los dos se aproximan entonces y apoyan sus cabezas uno en el otro, componiendo una imagen que recuerda a El Gordo y El Flaco, o que se podría emparentar con otras parejas míticas del cine y el teatro (Vladimir y Estragón; Jack Lemmon y Walter Matthau…). La obra alcanza la hora y media, duración que se ha estirado un pelín, pero el público recibe a la pareja de actores con merecidos aplausos haciéndoles salir hasta cuatro veces para recibirlos.
El traje
Hasta el 7 de julio en el Teatro de La Abadía
Texto y dirección: Juan Cavestany
Reparto: Luis Bermejo y Javier Gutiérrez
Escenografía y vestuario: Mónica Boromello
Iluminación: Eduardo Vizuete
Espacio sonoro: Nick Powell
Producción: ProduccionesOff/VANIA/Carallada