'1936', la Guerra Civil para los republicanos
- Una obra de cuatro horas y media que se aferra a la teoría conspiratoria de achacar el terror y el desencadenante de la guerra únicamente a los fascistas y a los sublevados.
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En las primeras escenas de la función asoma la caricatura en la que el actor Antonio Durán “Morris” ha convertido al general Queipo de Llano, gritando como un poseso una de sus soflamas emitidas por Radio Sevilla sobre la virilidad legionaria de sus tropas para aplastar al rojerío. Queipo de Llano, teniente general que dirigió la feroz represión en Andalucía tras el alzamiento del 17 de julio de 1936, fue seis años antes un militar sublevado en apoyo de la República, régimen del que acabó renegando como Ortega, Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, Unamuno, Baroja... y tantos otros. Pero estos ni aparecen, ni se les espera.
En cambio, hasta tres veces se refieren en la obra al llamamiento a la violencia del discurso fundacional de Falange de José Antonio Primo de Rivera en el Teatro de la Comedia, en 1933. Lo oímos en boca de Blanca Portillo, quien compone un retrato del líder fascista más próximo al de un fanático camisa negra que al del pulcro y tímido castellano antiliberal “que exponía las ideas con justeza jurídica” (según Foxá).
Por el contrario, el socialista radical Largo Caballero, conocido como el Lenin español, autor de fieros discursos a favor de la sublevación revolucionaria, aparece apenas dibujado por María Morales como una figura fantasmagórica que anima al general Miaja a huir de Madrid ante el avance sobre la capital de los nacionales.
Los actores repiten discursos históricos de la época, pero la selección de los airados siempre cae del mismo lado. No se repara en que en aquellos momentos, se fuera fascista o socialista, el lenguaje era revolucionariamente violento y casi nadie defendía la democracia. Y esto ocurría no solo en España, pasaba en toda Europa.
El terror es también cosa de los africanistas. No se menciona que en 1934 hubo un golpe de Estado promovido por los socialistas que dejó inválida la República y sembró el desorden y el asesinato político. Tampoco se citan las checas y los tribunales populares que sustituyeron a los ordinarios y desde donde los comunistas y anarquistas decidían la suerte de tanta gente a diario.
Se recrimina a las potencias europeas su indiferencia hacia la República, mientras los sublevados reciben el apoyo de la Italia de Mussolini y de la Alemania de Hitler, pero estorba al relato mencionar el soporte de la Rusia de Stalin al bando republicano. Hasta George Orwell, uno de tantos personajes que le toca interpretar a Paco Ochoa, se nos muestra como un simpático y alegre brigadista luchando en la batalla del Ebro.
Morales y Morris protagonizan una de las escenas que mejor refleja el miedo y la confusión que la gente del común debía sufrir en aquellos días, cuando una joven anarquista orgullosa del triunfo de la revolución en Cataluña, y de que todo el mundo pudiera comer ya en el Ritz, tiene un encuentro con un antiguo vecino de su familia, con cuyas hijas ella solía jugar de niña. Los sentimientos de cariño que se profesaban poco pueden ya con la polarización ideológica.
Juan Vinuesa, que calca asombrosamente la voz aflautada de Franco y compone una figura cuidadosamente irrisoria, logra la composición menos farsesca del bando nacional, lo que le da una mayor veracidad a su personaje, aunque no evite la risa del respetable.
En líneas generales, los líderes y personajes del bando derrotado (Azaña, La Pasionaria, Rosario la dinamitera, Miaja, Andreu Nin) son gente de una ética intachable, apoyados mayoritariamente por el pueblo llano, pobre y honrado, mientras los golpistas son ricos y aristócratas, corruptos y violentos, que solo representan sus intereses (Queipo de Llano, Franco, Yanguas Mesía, el general Yagüe y el general Mola, José Antonio, Ramiro de Maeztu).
1936 mitifica la II República y lo peor es que cae en la simplista teoría conspiratoria de achacar el clima de terror y el desencadenante de la guerra civil únicamente a los fascistas y a los militares sublevados. Era predecible que así fuera tratándose de Andrés Lima, un director de escena del que ya conocemos el sesgo ideológico que suelen acusar sus espectáculos, y que además ha confesado públicamente la misión que le guía en este montaje: educarnos frente al fascismo que se avecina.
Patchwork de escenas
Escena tras escena, con un ritmo ágil, el relato sigue el curso cronológico de la guerra durante cuatro horas y media con dos descansos. Lima emplea la misma fórmula de Shock: escenario central con público a tres bandas, mientras cuelga en la parte superior de los muros un cortinaje que le permite proyectar imágenes y videos documentales que dan paso a lo que a continuación se representa.
Desde el punto de vista dramatúrgico, el director compone y maneja los elementos de escénicos con gran intuición dramática. La obra es como un patchwork confeccionado con escenas dramáticas (escritas por Albert Boronat, Juan Mayorga, Juan Cavestany y el mismo Lima), textos del diario de la jovencita Pilar Duaygües durante la guerra en Barcelona (que recuerda el de Ana Frank), y los “editoriales” o apuntes históricos que Portillo y Natalia Hernández nos van soltado sobre el desarrollo de esta. Incluye también al Coro de Jóvenes de Madrid, integrado por 34 voces.
En los citados editoriales podemos apreciar la interpretación de los acontecimientos de los autores de la obra (dicen que se han basado en las investigaciones de Preston, Viñas…). Sus comentarios se apoyan con cifras de muertos, cuando es un asunto todavía reñido entre historiadores; baste el último ejemplo que oímos para hacerse una idea del rigor de estas cifras: sostienen que en la actualidad hay seis millones de personas que pasan hambre en España.
El gran hallazgo de Lima desde la dirección es el uso que hace del Coro de Jóvenes de Madrid, que le sirve de argamasa de todas las escenas y que usa también como elemento escenográfico: el coro es pueblo, es ejército, comensales de un restaurante, milicianos, jornaleros, deportistas-bailarines en unas olimpiadas... Y a través de su canto logra metáforas bellas y eficaces como cuando entonan el Himno de la alegría en las Olimpiadas Populares de Barcelona o un repertorio de canciones revolucionarias y de la época.
La primera parte transcurre un poco lenta, sirve de presentación y en ella abundan los soliloquios; la segunda gana en complejidad y dramaticidad, aunque tiene una inicua primera escena: el cadáver acribillado de Calvo Sotelo, pistoletazo del alzamiento, se revuelve de las sábanas que le envuelven e interpretado por Ochoa comienza a contar cómo se fraguó la conspiración en la que participó lo que, veladamente, explicaría su asesinato.
La tercera tiene un inicio prescindible, el de la viejecita que dice llamarse Guerra Civil, interpretada por Natalia Hernández, así como otras sobrantes, hasta alcanzar el final que, como era de esperar, nos lleva hasta una fosa común abierta en nuestros días y cubierta con una gran bandera republicana.
La cincuentena de personajes que desfilan por el espectáculo son interpretados por este camaleónico elenco de manera meritoria, una increíble exhibición de transformismo y resistencia, en el que cada actor se ventila cuatro personajes el que menos: Blanca Portillo, Antonio Durán "Morris", María Morales, Paco Ochoa, Natalia Hernández, Willy Toledo, Juan Vinuesa y Alba Flores. El público, puesto en pie, les tributa un merecido aplauso al final.
Mas esconde que muestra
Dice Lima en el dossier de prensa de 1936: “La mirada teatral de este montaje no se basa en la dicotomía de los vencedores y los vencidos, de los amigos y enemigos. Nuestra mirada será analítica, crítica y documental”. Ninguno de estos propósitos se cumple. Es una obra deliberadamente partidista, que habla más por lo que esconde que por lo que muestra.
Un autor cuenta lo que le place y desde donde le place y es imposible que una obra artística -más tratándose de este asunto- pueda hacerse sin tomar partido. Pero si se intenta hacer una crónica política desde el escenario y hacer pedagogía para comprender nuestro pasado, hay que exigir honestidad intelectual. De lo contrario, creo que el teatro documento, género al que es tan proclive Lima, queda invalidado como herramienta de análisis, crítica y reflexión, para ser otra cosa muy antigua y muy ensayada en aquella guerra por los dos bandos y que se llama agitación y propaganda.
1936.
Teatro Valle Inclán, hasta el 26 de enero
Reparto:
Antonio Durán “Morris”: Queipo de Llano, Obispo Antonio Montero,
Nicolás Franco Alba Flores: La Pasionaria, General Rojo, Mika Etchebéhère
Natalia Hernández: Yangüas Messía, Cardenal Gomá, Señora Guerra
María Morales: Manuel Azaña, Largo Caballero, Clara Campoamor
Paco Ochoa; Pau Casals, George Orwell, General Mola
Blanca Portillo: José Antonio Primo de Rivera, Von Richthofen, Rosario La Dinamitera Guillermo Toledo: General Yagüe, Alfonso XIII, General Miaja
Juan Vinuesa: Francisco Franco, Norman Bethune, Ramiro de Maeztu
Coro de Jóvenes de Madrid
Dirección: Andrés Lima
Texto: Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga
Dramaturgia: Albert Boronat y Andrés Lima
Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan
Iluminación: Pedro Yagüe
Vídeo creación: Miguel Àngel Raió
Composición musical: Jaume Manresa
Espacio Sonoro: Kique Mingo
Caracterización: Cécile Kretschmar
Documentista: Llorenç Ramis Garcia
Producción: Centro Dramático Nacional, Check-in Producciones y El Terrat