Sería reductor y empobrecedor decir que El Havre es una película sobre la solidaridad. Lo es, desde luego. Aki Kaurismäki subraya, no cabe duda, la solidaridad de Marcel Marx, el digno y sobrio limpiabotas de la estación, para con Idrissa, el muchacho negro y africano, clandestino y sin papeles, que ha llegado en un contenedor a la portuaria ciudad francesa, que da título a la película, para intentar viajar por mar a Inglaterra para reunirse con su madre.



La solidaridad. La solidaridad es cuestión de amor, a no olvidar. De amor a la Justicia y de amor a los otros. Amar la Justicia es amar a los otros, amar a los otros es amar la Justicia, y la solidaridad es la consecuencia. De modo que la reacción solidaria en favor de Idrissa por parte Marcel y de los vecinos de Marcel es también una reacción de amor.



Dicho esto -que no es poco-, El Havre cuenta también una historia específica de amor, el amor que tiene Marcel hacia Arletty, su abnegada esposa enferma, y el amor que Arletty tiene hacia Marcel, hombre bueno.



Pero en El Havre hay otra historia de amor muy bonita. Para recaudar fondos a fin de pagar, bajo cuerda, el viaje de Idrissa en barco a Inglaterra, Marcel recurre a organizar -es la moda, se dice un poco irónicamente- un concierto. Little Bob es un viejo rockero local que podría estar dispuesto a actuar en beneficio de Idrissa.



Marcel va en busca de Little Bob y lo encuentra devastado en la barra del bar ante una hilera de vasitos de licor. Little Bob, en la penumbra de su honda y serena tristeza, está aniquilado debido a que su cabal enamorada lo ha abandonado tras una discusión más bien tonta. Si Marcel consigue que ella vuelva con él, Little Bob -dice- recuperará la fuerza, el ánimo, la ilusión que necesita para subir a un escenario.



Marcel hablará con la enamorada, le explicará la situación, lo mucho que la ama Little Bob y también cuál es el buen fin -ayudar a Idrissa- de la operación. Ella volverá con Little Bob, y su reencuentro -frente a las sombras de la situación anterior- se iluminará con la luz espléndida y sin pudor del amor, de la reconciliación. El concierto se celebrará y será un éxito para el logro pretendido, prolongando la cadena de amor y solidaridad.



Little Bob - Robert Piazza, un verdadero rockero de Le Havre que encontró Kaurismaki- le dijo, atribulado, a Marcel, al confiarle su zozobra -la ausencia de su amada- que, de momento, lo hacía indisponible: Sin ella mi voz no tiene sustancia. Ella es el "manager" de mi alma.



Little Bob es cantante, de acuerdo, pero la idea, más universal, de que nuestro amor es quien da sustancia -contenido, fibra, esencia- a nuestra voz -a nuestro discurso vital- es muy bonita. Y, todavía más, la segunda parte, relacionada: es el "manager" de mi alma. La palabra "manager" y el concepto profesional que se le corresponde no es que sean muy cautivadores, pero sí lo son en la frase de Little Bob: el "manager" de mi alma. O sea, mi amante es quien estimula, conduce o activa mi alma, mi impulso, mi espíritu, mis resortes, mi rumbo, mis planes.