La solución de la Estupidez
El escritor alemán Jean Paul Richter, nacido Johannn Paul Friedrich Richter -e igualmente poco conocido entre nosotros por su pseudónimo, Jean Paul, a secas-, fue un bien curioso novelista y ensayista, que se movió entre los coletazos de la Ilustración y los inicios del Romanticismo, como corresponde al tramo de su vida: 1763-1825.
Richter, muy involucrado en los asuntos clásicos de la nación y del pensamiento alemanes -fue contemporáneo y contradictor de Goethe-, recibió, sin embargo, y sin apenas salir de su pueblo, mucha influencia de escritores franceses (Rousseau, nacido en Ginebra) y, sobre todo, ingleses (Swift, Sterne).
De estos últimos absorbió un talante humorístico, irónico y satírico que no tuvo inconveniente en hacer compatible con sesudas reflexiones filosóficas, lo que no suele verse a diario.
Al parecer, Richter se volvió un poco tarumba, y, en el texto que sirve de prólogo al libro que citaremos, Hermann Hesse sugiere que su afición a la cerveza tal vez no siempre contribuyera a robustecer y esclarecer sus siempre sugestivas ideas.
El libro es Elogio de la estupidez, y acaba de ser editado por sequitur (con minúscula, sí). Es un libro de primera juventud, y Richter advierte en su prefacio que nada tiene que ver con el Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam. Richter dice que la locura es el resultado de un cruce entre la sabiduría y la estupidez, como el mulo lo es del cruce entre la yegua y el asno.
En el libro, la Estupidez habla en primera persona y se propone al lector -con la mencionada ironía de la que hablábamos- como solución a muchos males individuales y colectivos, de donde, como cabe colegir, se deducirá una divertida y algo sombría sátira de muchas supuestas virtudes e instancias sociales tenidas por benéficas, preferentemente de las culturales.
La Estupidez nos dice por boca de Richter -al revés, más bien- que está en condiciones de proporcionar lo que los médicos quitan: la salud.
Habla la Estupidez: Pensad en el ser humano feliz cuyo estómago nunca se ha visto perturbado por la cabeza durante la digestión, y que nunca ha malgastado su vigor interno en la fertilización del menor pensamiento: su cuerpo es la viva imagen de la salud. Es cierto que no se ven en su rostro los signos de un pensamiento profundo, pero no lo es menos -por la misma razón- que tampoco presenta huella alguna de un alma devastada. Es experto en el arte de tener hambre, comer y digerir, pues es el único que domina, al menos el único en el que su alma participa. Su cabeza no es un taller de pensamientos, pero tampoco de dolores. No conoce el mal de la hipocondría, que priva al intelectual de todas las alegrías que parecía despreciar antes.
Esta identificación de la estupidez con la felicidad y la salud sale mucho en las conversaciones. Decimos: "ese, como es idiota, vive tan feliz". Es una idea que, desde luego, tiene especial predicamento entre intelectuales. Sin embargo, y en el libro de Richter, es la Estupidez quien afirma tal cosa. Nunca es fácil comprender del todo a los irónicos.