La pobre Birdie, colgada de la botella, no ha tenido un rato bueno desde que se casó con el pérfido y débil Oscar Hubbard. Años y años de desprecio, desamor y malos tratos. Birdie sabe, además, que su marido nunca la ha querido, que su boda fue una operación de los Hubbard para quedarse con las plantaciones de algodón de su familia e iniciar su codiciosa escalada económica y social.



Birdie ve con espanto cómo su marido y sus cuñados especulan con casar al inútil de su hijo Leo con su sobrina Alexandra, una chica buena. No está dispuesta a permitirlo, a tolerar otra maniobra destinada a concentrar y potenciar el poderío de la familia. No quiere, sobre todo, que esa chica sin malear acabe como ella, medio enajenada, sola, desplazada a un rincón.



En La loba (Teatro María Guerrero), Birdie y Alexandra tocan y cantan al piano Plaisir d'amour. Esa escena reúne en complicidad afectiva a los dos únicos personajes inocentes de la función y expresa la desgracia del destino de Birdie, al tiempo que es una advertencia sobre el futuro de Alexandra, si no reacciona.



La letra de la canción dice en su estribillo: Plaisir d'amour ne dure qu'un moment/ chagrin d'amour dure toute la vie. Es una canción muy conocida. La compuso el músico bávaro Jean Paul Martini a partir de un texto del escritor francés Jean Pierre Claris de Florian, artistas ambos del siglo XVIII. La canción se incorporó a la música clásica a partir de una versión para orquesta de Héctor Berlioz, y ha sido reinterpretada por cantantes tan distintos como Nana Mouskouri, Marianne Faithfull o Joan Baez (abajo, en el vídeo).



No he leído La loba, ni visto antes un montaje de esta función, por lo que no sé si fue Lillian Hellman quien ya incluyó Plaisir d'amour en su texto. No recuerdo si esta canción figura en la película de William Wyler, aunque parece ser que, curiosamente, la interpreta al piano Montgomery Clift en otra película de Wyler, La heredera (1949). Tal vez sea una aportación de Gerardo Vera, melómano y cinéfilo consumado, que nos lo podría aclarar.



La canción es hermosa, lánguida y triste, de una tristeza acorde con el pesimismo de sus palabras, pronunciadas por un enamorado abandonado por su amante. El placer -el goce, el deleite- del amor no dura más que un instante, mientras que la pena de amor dura toda la vida. Se supone que el placer del que se habla no es el vertiginoso de la cópula, sino aquel que viene de querer y ser querido. La pena puede aludir a la pérdida de un gran amor y no al sufrimiento que proporciona un amor persistentemente desafortunado.



De todos modos, es una idea que conecta con el sentimiento tan extendido de que la felicidad o la alegría duran también muy poco. El carácter efímero de lo bueno. ¿De dónde viene ese pesimismo tan generalizado? Pues, quizás, de la experiencia también generalizada. O tal vez, entre nosotros, de la idea cristiana de que el mundo es un valle de lágrimas y de que el placer debe ser castigado con un dolor duradero. Estaría bien deshacerse de ese “chip”. Aunque, tal vez, otra solución sería acertar a cultivar y preservar mejor el amor. Es un consejo que suele venir en las revistas.