Ayer no más, el padre y el hijo
A veces, creo, llegamos a pensar que la Guerra Civil
española no transcurrió nunca en el frente, en las
trincheras, en el combate entre dos ejércitos que
enfrentaban sus aviones, sus tanques y sus bayonetas en
espacios acotados por la estrategia y las circunstancias,
y que allí hubo miles de muertos, sino que la sangría
sucedió únicamente en la retaguardia, en las calles,
en las tapias, en los arrabales, en los controles, en las
sacas, en los cruces de caminos, en los paseos y en los
sótanos como resultado de la inquina, del odio, de la ira,
de la venganza o de la ignominia que se apoderaron de
vecinos, amigos, parientes, hermanos y desconocidos
que, con las ideas de por medio e incluso sin ellas, se la
tenían jurada o se la juraron unos a otros. El escenario del
fratricidio fue, obviamente, doble -múltiple, en realidad-,
pero supongamos que la observación no va descaminada.
Ayer no más (Destino), de Andrés Trapiello, evoca, sobre
todo, el primer escenario, el civil -por así decirlo-, de
la guerra no en balde llamada civil. La novela trata y no
trata de la guerra, y lo hace muy bien -espero que se me
entienda- en ambos aspectos.
Un catedrático de Historia, 63 años, regresa a su León
natal, el paisaje de una infancia y adolescencia que, pese
a todo, fueron satisfactorias, tal vez porque -como hace
decir el autor a su principal personaje-, de las distintas edades del hombre, "prevalece aquella en la que su padre
es joven y fuerte, y el niño un ser feliz y confiado".
Pero ahora, hoy, en un encuentro fortuito, el hijo
descubre, un abismo ante él, que el padre -perteneciente
al bando de los vencedores y notoriamente fascista de
por vida- pudo haber sido, además, un asesino.
Remito a la hemeroteca reciente -entrevistas con
Trapiello y críticas de la novela- para recapitular e
inventariar los temas de mayor volumen -al menos,
aparente- y actualidad que Ayer no más contempla:
al hilo, sin duda, de la Ley de la Memoria Histórica, la
Guerra Civil, sí, con sus atrocidades, y todos sus efectos
expansivos que hoy todavía nos alcanzan y nos dividen:
la paz, la justicia, el olvido, el perdón, la reconciliación,
la reparación, el castigo, la indulgencia... Enterrar a los
muertos, las fosas.
La novela de Andrés Trapiello propone un ingente e
inteligente material para la discusión razonable entre
todos y para el esclarecimiento de la opinión de cada
cual. No voy a entrar en ello, subrayando, eso sí, que el
protagonista sufre, duda, se ve desbordado -desde sus
ideas políticas, sus convicciones éticas y sus afectos, y su
triple posición como historiador, ciudadano e hijo- a la
hora de saber qué debe hacer.
Voy a entrar en dos aspectos menos o nada resaltados
por la crítica y por los entrevistadores. Uno, las calidades de la novela como tal, esto es, la excelencia
de su escritura, el riesgo tomado por Trapiello -del
que sale triunfante- al contar su historia desde una
compleja estructura formada por las miradas y las
voces individuales de sus protagonistas y el buen
funcionamiento de una intriga cuasidetectivesca -
¿quién es el asesino?, ¿dónde está el cadáver?- como
instrumento de un interés inmediato de la trama.
Y dos, el conflicto entre el padre y el hijo, el gran tema de
Ayer no más, que, además de una dramática envergadura
emocional, también tiene -no podía ser de otra forma-
una dimensión política e histórica. Millones de jóvenes
crecieron en España enfrentando sus opiniones e ideales
a los de sus padres vencedores de la Guerra Civil.
Mucho más allá del llamado "conflicto generacional",
trabajaron en la calle para demoler no ya el Régimen,
que también, sino el mundo y la vida que sus padres
habían construido. Fue ése un enfrentamiento muy
doloroso -sobre todo, cuando se recuerda-, pues
ellos eran eso, nuestros padres, y nos querían, y les
queríamos. Y habían construido ese mundo según sus
convicciones y para ellos, pero también para nosotros.
Pensaban en sus aciertos, pero sabían de sus errores.
Creían en sus verdades, pero, como dice esta novela,
también nos mintieron.
El catedrático de Historia, hombre de izquierdas, piensa/
siente sobre su padre, el fascista, el posible asesino en
un día, hace más de setenta años, aciago: "Es, ha sido, un
buen hombre, no pudo ser de otra manera, tiene un buen
fondo, me digo. Hablamos del buen fondo de las personas
cuando lo más visible de ellas es aterrador".
Porque el padre, para el hijo, era el de la foto
reencontrada -recreada en la portada del libro-, padre
e hijo de ocho años en una jornada de domingo, juntos,
yendo a la Hípica, viendo a los jinetes, montando a
caballo, contando aventuras. Pero hay ahora la revelación
de un horror, entre los horrores de unos y de otros, que
ahora concierne al hijo y al padre, que se interpone, otra
vez, entre ambos. Como el horror, de unos y de otros,
antiguo y presente, que se interpone, otra vez, entre los
españoles: muertos sin tumba digna. Muertes, unas y
otras, por mano desconocida. ¿Qué hacer? Así cerramos
el bucle, volvemos al principio de este texto, al más
evidente material intelectual, ético y político de Ayer no
más: una indagación sobre qué sucedió y qué hacer con
lo que sucedió tras el levantamiento contra la legalidad,
de día o de noche, en la zona de tinieblas del alma de
un ayer que no termina de dar paso a un hoy ni a un
mañana.