Conocí a Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) hace bastantes años en Huelva. Ambos éramos miembros del jurado del festival de cine. Nos presidía Juan Carlos Onetti, reglamentariamente recluido en su habitación, a quien no vimos jamás, ni en las salas de proyección ni en el hotel, hasta una fiesta de clausura con copas que el entonces director del certamen, José Luis Ruiz, dio en su apartamento.



Cozarinsky era, y es, un tipo cultísimo, buen conversador, dotado de un elaborado sentido del humor, con propensión al dandismo y a una diletancia muy peculiares. Afrancesado. Amigo de Borges y Bioy Casares -eso marca y define-, sus amplios conocimientos de la cultura clásica y tradicional van perfectamente unidos a una vocación por la sorpresa creativa y por la experimentación.



Aunque hubiera preferido no hacer nada -salvo pasear, charlar, leer y ver películas- , no ha tenido más remedio que escribir una docena larga de libros -breves por lo general, eso sí-, dirigir y también escribir más de veinte películas, interpretar, producir, hacer teatro...



En 2005 apareció uno de sus libros más gozosos, Museo del chisme, y ahora acaba de editarse su Nuevo museo del chisme. Publicado por la editorial bonaerense La Bestia Equilátera, puede adquirirse en las librerías españolas.



Como cabe deducir, Nuevo museo del chisme es una ampliación del libro anterior. Cozarinsky cuenta -con prosa económica, sutil, elegante y elíptica- cien breves historias, episodios y anécdotas comprometidas y comprometedoras de otros tantos personajes célebres de la cultura, sobre todo, y de la Historia. Tomadas de fuentes escritas u orales, que Cozarinsky cita, abundan las de contenido sexual y no desdeña las escatológicas. Todas son pródigas en ingenio y gracia.



¿Historias?, ¿episodios?, ¿anécdotas? Chismes, directamente. En un conspicuo y premiado ensayo introductorio, Cozarinsky explora las relaciones entre el chisme y la novela, lo que le lleva a una instructiva comparación entre las obras y procedimientos de Henry James y Marcel Proust.



Simplificando un poco su pensamiento -aunque no mucho-, Cozarinsky reivindica el chisme como germen e ingrediente básico de toda novela, de manera que, visto de otro modo, la novela no es sino el desarrollo y concatenación de un chisme, de varios chismes.



Dice: “El chisme es, ante todo, relato transmitido. Se cuenta algo de alguien, y ese relato se transmite porque es excepcional el alguien o el algo; puede concebirse que se cuente una trivialidad de un alguien prestigioso, o un algo insólito de un sujeto oscuro”.



En su libro, Cozarinsky cuenta chismes, muy divertidos y que se configuran como relatos cortos, de André Gide, Paul Claudel, Anton Chéjov, Colette, Dorothy Parker, Isaak Babel, Jacinto Benavente, Ramón María del Valle-Inclán, Alfonso Reyes, Manuel Mújica Lainez, Paul Valéry, Ernesto Sábato, Jonathan Swift, Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Giorgio de Chirico y muchos otros.



No sólo por su brevedad, transcribo uno íntegro (que no concierne a un personaje de la cultura): “La hijita de Luis XV jugaba con una sirvienta. De pronto le tomó una mano y la observó, incrédula: “¿Cómo? ¿Tienes cinco dedos, igual que yo?”.



Tiene razón Edgardo Cozarinsky. Ese chisme es un relato ya de por sí autosuficiente, pero a partir de él puede crecer una buena novela sobre la infantita y su sirvienta. Y sobre las clases sociales. Incluso se puede hacer un tratado en favor de la Revolución. Al fin y al cabo, al hermano de la regia chiquilla le cortaron la cabeza los “sirvientes” de Francia, que como también tenían cinco dedos en cada mano, se sabían y querían ser de hecho iguales a los reyes y a los hijos de los reyes. “Égalité...”.



P.S. Le doy vueltas y me entran dudas. Ahora no estoy seguro de si conocí a Cozarinsky en Huelva o en otra ciudad. Lo digo por si acaso. Dos cosas son ciertas de ese chisme: he conocido a Cozarinsky y Onetti estuvo invisible y encerrado en su habitación hasta que el director del festival puso a su disposición su bodega.