La persistencia de Anagrama con John Fante, publicando una decena de sus libros, nos ha brindado el insuperable regalo de conocer y amar a un gran escritor que, injustamente, permanecía escondido en las lóbregas sombras de los autores tenidos por menores y malditos.



Su desahogada carrera como guionista de Hollywood y su falta de éxito literario en vida –salvo muy al final- parecieron inhabilitarlo para un rescate que tardó en llegar, pero llegó, en buena parte gracias a las recomendaciones de un escritor “poco recomendable”,  Charles Bukowski, cuyos elogios sacaron a Fante del ostracismo, aunque también introdujeron una distorsión: la ponderación de una especie de marginalidad salvaje, forjada por el sexo, el alcohol y la mala vida con tendencia a la catástrofe.



Pero Fante es mucho más que eso. E, incluso, ni siquiera es eso. Implacable observador de la familia, la pareja, la clase obrera y las penurias de los emigrantes, Fante supera la trampa de un realismo mostrenco con grandes dosis de humor y ternura. Y con una emoción poética entreverada que no tiene fácil parangón. Cualquiera que haya leído su insuperable tetralogía sobre Arturo Bandini o las tres novelas protagonizadas por el escritor y guionista Henry J. Molise sabe ya que la literatura de Fante es de las grandes.



Anagrama publica ahora El vino de la juventud, y quienes conocen Pregúntale al polvo, Sueños de Bunker Hill o La hermandad de la uva van a tener la agradable sorpresa de comprobar que esta colección de cuentos está a la altura de las mejores obras del escritor.



Veinte cuentos, trece de ellos publicados en 1940, cuando John Fante tenía 31 años. Casi siempre autobiográfico, el lector de Fante se encontrará con universo ya conocido: la pobre familia italiana del escritor norteamericano, el padre obrero, borracho, violento y, a su modo, entrañable y la madre católica, beata, entregada a las tareas domésticas, sacrificada y triste. Y los hermanos. Todas las historias centradas en la infancia, adolescencia y acceso a la primera madurez del futuro escritor, magnífico dialoguista y maestro de la descripción y de la introspección.



Hay tantas piezas magistrales que es difícil elegir entre todas ellas: Primera comunión, Monaguillo, Grandes ligas, La canción tonta de mi madre, Camino del infierno, Uno de los nuestros, El Dios de mi padre  y dos relatos insuperables, dos joyas, Una esposa para Dino Rossi y Oscar el táctico.



Tengo mi ejemplar subrayado en cada página, pues tanto las ideas como la excelencia de la escritura, párrafo tras párrafo, me han llevado a ello.



Y, ahora después de tanto elogio, voy a llamar la atención sobre un fragmento que parecerá humilde. Escribe Fante: “En la cocina, mi madre y mi hermana fregarán los platos, mi hermana cantando mientras los seca, mi madre ante el fregadero, el delantal con un gran círculo de humedad donde se apoya en la pila. Mi hermano Mike irá al patio trasero a lubricar su guante de béisbol”.



He aquí, por un solo detalle, a un grandísimo escritor: “el delantal con un gran círculo de humedad donde se apoya en la pila”. Hay que saber pescar esa aparente minucia, el círculo de humedad, y saber cómo, más allá del realismo y de la plasticidad, mencionarlo redondea, con unas pocas palabras, el retrato abnegado y patético de la madre. El humor de Fante, no se olvide, acompaña siempre a un doloroso dramatismo que cala en los huesos.