Hay personas que aseguran no soñar nunca. Otras dicen que jamás recuerdan sus sueños. Algunos toman notas de sus sueños para no olvidarlos.

Esto último es lo que hizo Fogwill (Rodolfo Fogwill) durante muchos años. El escritor argentino, al despertar, anotaba con mala letra en unas hojas, de forma sinóptica, las palabras fundamentales destinadas a recordar el argumento de sus sueños, con la intención de reelaborarlos más tarde por escrito.

Alfaguara ha publicado La gran ventana de los sueños, libro inacabado y póstumo del poeta, cuentista y novelista, fallecido en 2010 de tanto fumar.

Por lo que leemos, la reelaboración literaria de sus sueños no era para Fogwill la mera reconstrucción de lo soñado a modo de relato. Hay, por supuesto, pequeñas narraciones incrustadas en el interior de sus breves textos –cerca de cincuenta-, pero hay mucho más: Fogwill da cuenta de las circunstancias en las que se producían sus sueños, especula sobre ellos y sobre su contenido, reflexiona sobre los temas recurrentes y hace, en definitiva, una especie de columnismo tanto sobre el soñar y los sueños como sobre las materias y asuntos sobre los que versan. Excluye la interpretación psicoanalítica.

Fogwill dice que los sueños son “un aprendizaje de la irrealidad”, pero a él le llevan muchas veces a enfrentar la realidad –individual y social-, a hacer viñetas de su vida y de la de todos, apostando por esa óptima posibilidad que existe de diluir el límite entre lo soñado y lo vivido.

Sociólogo, profesor universitario y publicitario de gran éxito, Fogwill conoció la ruina y la cárcel. Sus admiradores elogian por encima de todo su estilo: apretado, económico, directo, intenso, sin rutina, sin palabra que falte o sobre, elíptico, no previsible. Nunca falta el humor, que siempre es una aguja que se clava o que nos clava.

Fogwill asegura que nunca hay olores en los sueños –no estoy seguro-, rara vez colores y jamás, aunque haya ruidos y sonidos, música. Son afirmaciones que nos hacen dudar, confirmando que la infinidad de horas durante las que hemos soñado no sólo se saldan con el olvido, sino con un mal conocimiento de las reglas de los sueños.

Escribe: “Suelo soñar con instituciones, organismos públicos, palacios, casas y familias. Puedo soñar con accidentes geográficos y paisajes y con ciudades y regiones que jamás visité, pero nunca soñé con la Internet, que por el mantenimiento del correo y distintas actividades profesionales me ocupa no menos de dos horas diarias de atención”.

La glosa, esta vez, es del propio Fogwill. Una pregunta que lleva dentro la respuesta: “¿Será porque el encierro frente a una pantalla es parte del espacio del sueño…?”.