El descubrimiento de Steve Tesich
Saúl Karoo es una completa calamidad. Borracho, mentiroso y seductor compulsivo, no ha sabido ni sabe ser buen marido, ni buen padre, ni buen hijo, ni buen amigo, ni buen amante. Desconoce la lealtad y la decencia. En la cincuentena, está condenado a la soledad y a una definitiva decadencia física y espiritual que ya se advierte en sus carnes fofas y en su incorregible cinismo.
Karoo es millonario, vive en un espléndido apartamento en Nueva York y goza de una gran reputación profesional como guionista de películas. Nunca ha escrito un guión original y cree que no tiene talento para ello, aunque acaricia una muy significativa versión de La Odisea en las galaxias, que explicaría su propia nostalgia del amor, de la paternidad y de la familia y su desesperación ante un Dios huidizo e inabordable.
Su enorme prestigio en la profesión se basa en su pericia para reformar guiones que han escrito otros. Es lo que se llama 'un machaca'. Le encargan reformar –suprimir, añadir, transformar- guiones ajenos para convertirlos en películas de éxito comercial. Y en eso es un número uno, aunque sabe que para conseguir ese objetivo unas veces se ha limitado a optimizar guiones malísimos y otras, y sin temblarle el pulso, se ha cargado guiones muy buenos que, a juicio de su productor habitual –el poderoso y repugnante Jay Cromwell-, no tenían posibilidades en la taquilla justo por ser demasiado buenos.
Karoo, en definitiva, se ha hecho todo el daño posible e imposible a sí mismo y se lo ha hecho a los demás. Como él sabe y le dicen los otros –en particular, su todavía esposa-, estropea todo y a todos los que toca.
¿Pero quién no tiene un tenue deseo de cambiar?, ¿quién no se encuentra cansado de soportarse como es y de soportar a algunos de los seres desalmados que lo rodean? Karoo está pensando en cantarle las cuarenta al abominable Cromwell y en desligarse de sus sucios manejos. Y en tal tesitura, le surge una oportunidad todavía mayor: comportarse de acuerdo a la bondad y al amor, arreglar una buena parte de lo que ha destrozado con su horrible comportamiento habitual, redimirse en cierto modo y dar a otros la felicidad que les ha arrebatado.
Me resisto a desvelar nada que pueda estropear la intriga, la angustia y la incertidumbre que se apoderan de los lectores de Karoo (Seix Barral) conforme progresa y gira su trama argumental. Pero, siendo apasionante y muy bien urdida, ni esa trama es el principal valor de la novela de Steve Tesich, ni las tropelías del Hollywood actual son su principal objeto. La escritura, las observaciones y las reflexiones dan forma a un texto extraordinario, agónico, existencialista, a una novela que retrata el desconcierto, el sufrimiento y la arbitrariedad del hombre contemporáneo, de su vida en la absurda y dolorosa jungla urbana. Karoo es, a la corta y a la larga, una novela moral, que habla de la verdad y la mentira, de la bondad y de la maldad y, sobre todo, de la tremenda dificultad para que el Bien y un criterio recto puedan operar sin generar Mal y la misma o mayor desgracia –en un mundo indomable y sometido a lo azaroso- que los comportamientos más egoístas y desordenados. El diagnóstico de Tesich es terrible, ciertamente, y aunque la novela tiene pasajes y vetas muy divertidos, tal vez se haya exagerado su componente humorístico en detrimento de su dimensión moral, social, filosófica y hasta teológica.
Un descubrimiento, no hay duda, esta novela póstuma de Steve Tesich (1942-1996), un escritor y guionista americano de origen serbio, que ganó el Oscar en 1979 por su guión (original) de El relevo, de Peter Yates, trabajo que, por cierto, derrotó a Manhattan, de Woody Allen.
Escojo una cita del terreno de las pequeñas observaciones menores, sutiles y finas que pueblan esta novela mayor, narrada en primera persona. Karoo conduce un coche en el que viaja, a su lado, una mujer que ahora ama y que se muestra algo alejada y esquiva. Karoo se siente excitado por los pequeños montículos que forman las rodillas de ella bajo su vestido –hay bastante sexo y erotismo en el libro, sobre todo fuera de campo-, pero no se decide a extender su brazo y acariciarlos. Duda, como tantas veces, y explica así su indecisión: “Tal vez sea porque no estoy seguro de si mi deseo de tocárselas es realmente un deseo de tocárselas o bien un deseo de demostrar que puedo hacerlo si me da la gana”.
Karoo no se plantea, claro, cuál será el deseo de ella. La situación, además, se produce en un contexto grave, que no voy a aclarar. Pero he aquí cómo un gesto nimio alcanza, por la mediación de la mirada del escritor, una complejidad que atañe no sólo al amor y al deseo, sino a la libertad y al ejercicio del poder, asuntos, como todo el mundo sabe, muy relacionados.