El escritor norteamericano Thomas Wolfe (1900-1938) publicó Especulación (Periférica) en 1934 en la prestigiosa revista The American Mercury, en la que tantos narradores importantes colaboraron durante décadas. El breve relato es posterior a su deslumbrante primera gran novela, El ángel que nos mira (1929), y precede por muy poco a su segunda obra maestra, Del tiempo y el río (1935). Wolfe había alcanzado, por tanto, toda su esplendorosa madurez, truncada poco después por su prematura muerte.
Después de haber leído el año pasado El niño perdido (1937), uno de los textos más tiernos, tristes y emocionantes que he leído en mucho tiempo, no hace falta decir que me he precipitado a leer Especulación –traducción intencionadamente forzada y actualizada del título original, Boom Town-, y, una vez más, Wolfe ha valido mucho la pena.
Ciertamente, el tema no puede ser más actual, como muy bien señalan los editores: el “boom” inmobiliario, la creación de una burbuja de la construcción destinada a explotar y arruinar a la gente enfebrecida por comprar y vender terrenos y casas para especular con negocios fáciles y falsamente prometedores. Y eso, después de haber destruido el patrimonio arquitectónico anterior y la naturaleza, a la que Wolfe vuelve a dedicar hermosas y sensibles páginas.
A esa locura colectiva, cercana –en opinión del autor- a un impulso de muerte, asiste un hombre que regresa a su pequeña ciudad y es testigo de cómo la compraventa, los créditos, las hipotecas y el afán de beneficio inmediato y falso progreso y oropel se han apoderado de sus conciudadanos, incluso de su madre, en las significativas vísperas del “crack” de 1929 y la consiguiente Depresión posterior. Más actual, imposible.
De nuevo, ingredientes autobiográficos en Wolfe: padre y hermanos muertos de un profesor universitario –como lo fue él-, cuya madre también caerá –como cayó la del escritor-, en la especulación con bienes raíces, persuadida ésta de que no le quedaba otra para sacar adelante a sus hijos.
La intensísima descripción, inyectada de furia, indignación desolación y sentimientos de pérdida y nostalgia, da lugar a un reconcentrado e hirviente fresco –como pintado por Grosz o Dix- de esas masas poseídas por la fiebre de medrar y aparentar. En el mural destacan, sin embargo, los terribles párrafos dedicados a un tal Rufe Mears, un tipejo que ya apuntaba maneras como delincuente y demente y que ahora, mientras la cocaína lo devora, es poco menos que el gran ejemplo, el líder y el conductor hacia el abismo de esa comunidad trastornada por la codicia.
Otras páginas tremendas son aquellas en las que el protagonista entra con su familia en el cementerio local, el único lugar de la ciudad que, de momento, parece estar a salvo de la piqueta y las grúas, cosa que su madre lamenta, pues, ya lo decía ella, era un buen sitio, un buen enclave en el que ahora edificar y ganar pasta. Aquí Wolfe une directamente el negocio inmobiliario con la mencionada pulsión de muerte, terribles párrafos completados por la narración de un recuerdo de la madre: el día en el que dos amigas quisieron abrir y abrieron, para curiosear, el ataúd de la que fuera primera esposa de su marido, fallecida tiempo atrás.
Son muchos los pasajes certeros que describen y desmenuzan lo que hemos vivido en España hasta hace un minuto. Elijo uno corto: “Era algo loco, exasperante, ruinoso. Habían derrochado las ganancias de toda una vida para hipotecar las de toda la generación venidera; se habían arruinado a sí mismos, a sus hijos, a su ciudad y nada podría detenerlos”.
Los grandes escritores tratan y retratan asuntos y actitudes que permanecen en el tiempo. Pero es que, por otra parte, todo se repite. La estulticia humana no es capaz de sacar consecuencias de los desastres que ni supo evitar ni cuya reproducción sabe impedir. Ya hay quien tiene grandes planes para unos extensos terrenos cerca de Alcorcón.