[caption id="attachment_544" width="150"] Yasmina Reza. Foto: Quique García[/caption]

Yasmina Reza (París, 1959) entrega una nueva novela, con traducción de Javier Albiñana, que contiene todas las sagaces y comprobadas habilidades de obras anteriores –teatrales, las que cito- como Arte (1994) o Un dios salvaje (2007): agudísima capacidad de observación, fino oído para los diálogos, desenvuelto manejo simultáneo de lo cómico y lo dramático, visión entre inclemente y tierna de sus patéticos, por lo general, personajes burgueses…

Su última novela Felices los felices (Anagrama) elude la linealidad y sofistica su estructura para seguir, en capítulos breves e independientes, las peripecias de dieciocho personajes, profesionales acomodados, que pronto comprendemos que están vinculados por lazos sentimentales.

La pareja y también la familia (abuelos, padres, hijos) son la diana de la escritora, que arroja sobre ellas un punto de vista pesimista y desesperanzado –la cosa no parece tener arreglo- desgranando y trabando viñetas que, entre la liviandad y el absurdo de cada día, van configurando un mosaico bañado de desasosiego y, finalmente, orientado a un horizonte de muerte.

La pareja es una encerrona abocada al adulterio. Dice: “Conseguir que te entiendan es imposible. No existe modo alguno. Sobre todo en el marco matrimonial, donde todo cobra visos de juicio criminal”.

Ni los hombres ni las mujeres, sea cual sea su edad y condición, salen bien parados, pero, como es natural –pues de una escritora se trata-, predomina en el conjunto un punto de vista propio de la experiencia, la reflexión y el sentimiento femeninos: “Los hombres son absolutamente inmovilistas. El movimiento lo creamos nosotras. Nos agotamos avivando el amor”.

Felices los felices está bien nutrido de escenas e historias de fuerte intensidad, pese a su brevedad o a su inserción en el en apariencia irrelevante día a día –acechado, eso sí, por la traición, la enfermedad o el rencor-, algunas tan terribles –sin que la risa desaparezca- como la de la pareja que tiene un hijo, encaminado al manicomio, que cree ser la cantante Céline Dion…

Pero la comentada pericia para la observación de Yasmina Reza brilla todo el rato en momentos-valle (supuestamente) como éste del regreso a casa –tras una fiesta o cena en otro domicilio- de una pareja, contado por la mujer: “Acabo convenciéndolo de que salgamos, pero al final lo lamento casi siempre. Nos despedimos de la gente con bromas estúpidas, nos reímos en el rellano y en el ascensor se instala la frialdad. Algún día habría que estudiar ese silencio, específico del coche y de la noche, cuando vuelves tras haber exteriorizado tu bienestar de cara a la galería, mezcla de connivencia y autoengaño. Un silencio que ni siquiera tolera la radio, pues, ¿quién, en esa guerra de discrepancia muda, se atrevería a ponerla?"

Exacto. El silencio es guerra muda, pero poner la radio –quita eso, cámbialo, vaya mierda- sería guerra abierta. El silencio específico –muy bien dicho- del coche y de la noche: tragedia pequeña, muerte pequeña, abismo grande.