[caption id="attachment_581" width="510"] Antonio Tabucchi. Foto: Domènec Umbert[/caption]

¡Estupenda sorpresa! Es normal que aparezcan póstumamente manuscritos inéditos de escritores fallecidos, pero no esperaba el regalo de Para Isabel, novela que, al parecer, Antonio Tabucchi (1943-2012) pergeñó hacia 1996.

Se trata de un breve, pero potente relato estructurado en capítulos-círculos, al modo de los mandalas orientales, asunto del que, francamente, nada o muy poco sé, y en el que no voy a entrar como entra de lleno el narrador-escritor, que va recorriendo el laberinto de nueve círculos concéntricos –habitados cada uno por un personaje principal- para buscar información y quizás encontrar a una mujer con la que se relacionó en el pasado, unas tres décadas atrás, Isabel, desaparecida –evaporada- en Lisboa, todavía en tiempos de la dictadura salazarista, años 60 del pasado siglo tal vez.

El misterioso Waclaw-Tadeus investiga el destino, los últimos pasos de la no menos misteriosa Isabel, una joven de la burguesía que se vinculó a las actividades clandestinas del Partido Comunista, que fue detenida y cuyo funeral llegó a celebrarse. Pero quizás las cosas no sucedieron como se cree ni como se va sabiendo, pues no dejan de aparecer desmentidos y nuevos elementos.

Tabucchi aborda, en lo aparente, una encuesta detectivesca, de un contacto a otro, construyendo así –y mientras el retrato de Isabel se va completando con correcciones- una absorbente peripecia en la que confluye una magnífica galería de personajes: una amiga, la tata de la chica, una saxofonista de jazz, un carcelero, un camarero, un cura, un fotógrafo con mando en el Partido…

En la penumbra, en voz baja –como tantas veces en Tabucchi-, el escritor recrea la espesa y agobiante atmósfera de la dictadura salazarista, pero Para Isabel (Anagrama, con traducción de Carlos Gumpert) va mucho más allá. Se trata de una novela transversal en el espacio y en el tiempo, transversal en los referentes culturales, transversal, sobre todo, en su excursión entre la realidad y la imaginación, entre lo sucedido en un exterior visitable y visible y un interior en el que los hechos no dejan de ser, a la vez, una construcción mental hasta el punto de abolir la cronología.

Pese a estas últimas palabras y pese a la dimensión cuasimetafísica que cobra el relato, me permito aclarar que la lectura de Para Isabel no ofrece dificultades. Al contrario, atrapa al lector en su apasionante epidermis, y luego ya cada uno se las ingenia para ir más allá. De ninguna manera estamos ante el rescate de un texto menor del autor de Sostiene Pereira (1994), sino ante un texto mayor, a la altura, a mi juicio, de algunas de los relatos que más me entusiasmaron de Tabucchi: Dama de Porto Pim (1983), Nocturno hindú (1984) y Réquiem (1992).

Al hilo del encuentro de Waclaw-Tadeus con sus distintos informantes surgen reflexiones muy interesantes, en cierta medida autónomas, pero también engarzadas en un collar con sentido conjunto. El investigador habla con el fotógrafo, y éste dice: “…la fotografía me domina, me supera, y entonces pienso: ¿las fotografías de una vida son un tiempo segmentado en diversas personas o la misma persona segmentada en diversos tiempos?”.

Siempre me ha interesado esta cuestión, sobre la que he llegado a reflexionar en, con perdón, uno de mis libros, Mátalo tú (el amor). ¿Somos la misma persona a lo largo de un mismo tiempo o somos personas distintas que, de este modo, conseguimos cumplir, sin saberlo, con la humana aspiración de vivir vidas diferentes?