El dolor de Diamela Eltit
[caption id="attachment_655" width="510"] Diamela Eltit. Foto: Periférica[/caption]
Fuerzas especiales (Periférica), un descenso a los infiernos, una novela atroz que me revela a una escritora singular, única, la chilena Diamela Eltit (Santiago, 1949), autora de otra decena de ficciones y varios ensayos.
La fuerza del estilo, la fuerza del lenguaje. Palabras y frases como balas dispuestas en el fuego seco y bronco de las ráfagas de una ametralladora, con adjetivos de inesperada aplicación que modulan un texto de tersura al límite, a punto de estallar.
Como la historia que cuenta la novela, la de una mujer que vive entre un cibercafé y un piso de treinta metros, entre el cubículo número ocho en el que se prostituye cada día por mil pesos la media hora, mientras se evade en las redes y con los videojuegos, y el departamento de un bloque de cuatro alturas, en un barrio mísero de bloques de cuatro alturas, donde vive con sus padres y su hermana, todos enfermos y dolientes, especialmente la hermana, a la que han arrebatado a sus dos hijos. Otros personajes principales son el Lucho, dueño del cibercafé, y el Omar, un tipo aficionado a la música que también se prostituye, en el cubículo de al lado, haciendo felaciones hasta que le duelen las mandíbulas y el cuello.
El barrio está sometido permanentemente a la brutal acción invasiva y represiva de la policía, de los “pacos” (uniformados) y los “tiras” (secretas), que llegan en sus “cucas” (camionetas) cada día, drogados a veces, y asaltan, aporrean, hieren, matan, desalojan, violan o detienen a los vecinos de los bloques, sin pretexto o con el pretexto de buscar sustancias que se trafican y que, en ocasiones, se guardan para su consumo, en una atmósfera de silbidos, sirenas, detonaciones, gritos y ladridos de perros excitados, policías sensibles a los sobornos y guiados por soplones.
El ambiente es apocalíptico –pobreza, violencia, enfermedad, sexualidad desesperada-, con un cierto aroma a distopía futurista o a onírica pesadilla, pero no, cuanto sucede tiene lugar ahora. Realismo en carne viva para retratar ese infierno de las barriadas pobres, esa lucha imposible por la vida que no decae en el ánimo acribillado y en el cuerpo devastado de la protagonista, ese paisaje de bloques que adquieren la categoría de protagonistas, de seres vivos, de húmedos monstruos de cemento con rejas en todos sus ojos.
Periférica publicó hace dos años otra novela de la autora, Jamás el fuego nunca (2007), pero yo me he encontrado por primera vez con Diamela Eltit en Fuerzas especiales (2013) y he descubierto a una escritora de potencia excepcional, capaz de convertir su prosa en algo físico que sangra y hace sangrar.
La protagonista-narradora está hablando de una conocida que se largó del barrio. Escribe: “A mí, la Marisa me contó que una abeja le había picado la cabeza, me dijo que otra le había picado la planta del pie, me dijo que soñó que se ahogaba en una acequia, que se cayó de la cama, que se le durmió un brazo, que tenía chueco un dedo de la mano, me dijo que le había salido un pelo en la frente, que le picaba una extensa roncha sobre sus costillas, que los calzones ya no le cabían, que no quería ver a su hermano ni en pintura, me dijo que el cojo le daba asco, me dijo que su tía los echó a los dos del departamento, me dijo que se cambiaron de bloque”.
Esa condición física del texto, de la que hablaba antes, parece aquí obvia por la literalidad de lo que estas líneas cuentan. Pero está también –al igual que en el resto del relato- en la manera de contarlo, en ese estilo aliterativo, de repetición y acumulación, que transmite el dolor y termina haciendo daño como un continuo arañazo.