[caption id="attachment_864" width="510"] Patrick Deville[/caption]
Después de la brillante Peste & Cólera (2012) –biografía novelada del bacteriólogo y aventurero suizo Alexandre Yersin-, Anagrama rescata Ecuatoria (2009), el otro libro fundamental del diplomático, escritor y trotamundos francés Patrick Deville, nacido en 1957 muy cerca de Nantes, en cuya universidad estudió Literatura Comparada y Filosofía.
A partir de 2006, Deville navegó por los ríos Congo y Ogooué y recorrió, arriba y abajo de la línea africana del Ecuador, países como Santo Tomé, Congo, Gabón, Angola, Argelia, Luanda, Tanzania y, entre otros, la región de Zanzíbar.
El objetivo primordial de sus pesquisas era seguir las huellas del explorador italiano Pierre Savorgnan de Brazza (1852-1905), comisionado por Francia –país que le concedió su nacionalidad- para diversas tareas en el África Ecuatorial, especialmente en la actual República del Congo, de la que fue gobernador general y donde fundó y dio su nombre a su capital, Brazzaville. El escritor asistirá a la controvertida y accidentada inauguración de un mausoleo en su honor.
La descomunal peripecia de Brazza lleva inmediatamente a Deville a relatar en confluencia las no menos descomunales aventuras de otros pioneros de la exploración africana ligada al objetivo colonial, notoriamente del médico y misionero escocés David Livingstone (1813-1873) y del periodista que fue en su busca y lo encontró (“¿El doctor Livingstone, supongo?”), el galés (nacionalizado estadounidense) Henry Morton Stanley (1841-1904).
Con estos personajes extraordinarios, Deville va tejiendo un apasionante y no menos extraordinario relato, al que se incorporan como invitados muy especiales las igualmente prominentes y agitadas figuras del médico alemán Eduard Schnitzer (1840-1892) –conocido mejor como Emin Bajá, Pasha o Pachá, como se le llama en el libro-, del traficante de esclavos zanzibeño Tippu Tip (1837-1905) y del médico y misionero alemán (nacionalizado francés) Albert Schweitzer (1875-1965).
En mayor o menor medida, estos personajes protagonizaron o se vieron envueltos en tumultuosos avatares políticos y bélicos, muy sangrientos a veces, y sus vidas, en varios casos, tuvieron desenlaces violentos o muy penosos.
Al hilo de esas vidas, coincidentes o paralelas, Deville construye un impresionante mural de personajes y aventuras enormes, que, partiendo del siglo XIX se prolonga hasta la actualidad, y en el que caben, yendo y viniendo, las luchas por la independencia, las revoluciones, las guerras civiles y los golpes de estado en esa inmensa franja territorial desde los años 60 hasta hoy mismo –con Ernesto Che Guevara como protagonista estelar- y, por supuesto, la narración en primera persona de las indagaciones y desplazamientos del propio escritor, que componen del mismo modo un vivo fresco del presente, un testimonio de la actualidad contado con vivas notas de color para el paisaje de todo tipo y con la comparecencia de muy curiosos y significativos personajes secundarios y anónimos.
No hay que echar en saco roto la pertinente y persistente presencia de novelistas y novelas como Joseph Conrad y El corazón de las tinieblas y de Jules Verne y Cinco semanas en globo, secundados ocasionalmente por Pierre Loti y André Gide. ¿Falta algo? Pues Deville también encuentra la oportunidad de poner sobre la mesa películas como Casablanca y La reina de África.
Pero esta mezcla de investigación histórica, reporterismo, literatura al borde de la ficción, ensayismo y cuaderno confesional y de viaje tiene un último sentido crítico: reflexionar sobre los errores y abusos de Francia y las otras potencias coloniales en el siglo XIX y poner a la vista sus nefastas consecuencias sobre un continente que no logra acceder a la democracia ni al bienestar, ni librarse de la violencia, ni quitarse de encima a dictadores crueles y corruptos.
Esa visión crítica no está exenta de escepticismo e, incluso, de sarcasmo, pues Deville jamás renuncia a un humor zumbón que sazona las páginas de un libro gigantesco, no por su volumen, sino por su ambición y su hálito.
He echado de menos que Deville no haya incluido entre sus personajes al diplomático irlandés Roger Casement (1864-1916) –novelado por Mario Vargas Llosa en El sueño del celta-, que tanto tuvo que ver con el Congo y con algunos de los protagonistas de este libro, traducido muy bien por José Manuel Fajardo. También he echado de menos un mapa de los escenarios.
Ya terminando su narración, Patrick Deville se refiere al conjunto de su excepcional elenco. Y escribe: “Esos hombres fueron capaces de soñar que eran más grandes que ellos mismos, sembraron el desorden y la desolación a su alrededor, cubriendo sus empresas aventureras con el manto de las ideologías de su tiempo, apropiándose de aquella que podían llevar como una antorcha: la exploración, la colonización, la descolonización, la liberación de los pueblos, el comunismo, la ayuda humanitaria…Quizá vale más limitarse a pasar, no mezclarse en nada, amar la curiosa vida de los hombres y dejarlos en paz. Observar las boyas y balizas para la navegación, tan sabiamente dispuestas”.
¿Duro? No es un juicio “ad hominem”. Ni, exactamente, un escéptico manifiesto. Deville, que acaba de recordar el consejo de Voltaire en el final de Cándido –limitarse a cultivar el propio jardín-, plantea una razonable duda que a cualquiera se le plantea: ¿intervenir con energía en la vida de los hombres o amarlos intentando cumplir y mejorar las reglas de un pequeño entorno?