[caption id="attachment_973" width="510"] Pentii Saarikoski[/caption]

Carta a mi mujer (Nórdica), escrita en 1968, es una novela de una modernidad estrepitosa, y su aparición ahora entre nosotros constituye una sorpresa estruendosa, ya que nuestro conocimiento del poeta, traductor y novelista finlandés Pentti Saarikoski (1937-1983) era entre escaso y nulo.

Ríete tú de Charles Bukowski –contemporáneo en su apogeo de Saarikoski, aunque más mayor- o de la escritura excesiva, a modo de vomitona, de algunos ingleses o japoneses de las últimas décadas. Carta a mi mujer es un libro muy bestia, dicho así, a la pata la llana, como cuando he dicho, para entendernos rápido, que es muy moderno.

Un poeta y novelista conocido –el propio Saarikoski- se instala en Dublín, donde ya vivió, durante unas semanas, un poco para merodear a Joyce, pero sobre todo para ventilarse de Helsinki, estar a solas consigo mismo y escribir un libro. Ese libro, según se propone, ha de salir a chorros, como venga, sin corregir. Ese libro va a ser una larga carta –que envía por partes- a su mujer, que ha permanecido en Finlandia, pero que proyecta reunirse con él en Dublín en unas pocas semanas.

Desde las primeras líneas, nos enteramos que Pentti está abducido por el sexo y el alcohol. Saarikoski estuvo casado cuatro veces, tuvo infinidad de amantes y murió alcoholizado antes de cumplir los cincuenta. Follar –la polla, los coños, como él escribe- y la ginebra son su obsesión y su menú diarios. Pero con una diferencia, mientras que bebe y bebe de bar en bar y de pub en pub, de la mañana a la noche, se niega el sexo, del que no para de hablar, porque ama profundamente a su mujer, a la que escribe, y sólo anhela acostarse, cuando llegue, con ella.

En la carta, además de la escritura (una montaña rusa), sexo (con el fantasma de la impotencia) y la bebida (con la realidad de la borrachera), los temas de Pentti son sus vagabundeos y encuentros por Dublín –protagonista de la novela-, la comida –siempre mala-, sus cambios de alojamiento y humor, su falta de dinero, las noticias que trae la prensa y algunas otras cosas, en un círculo musical de repeticiones con variables, sobre las que va pensando y que glosa reflexivamente.

Pentti tiene otras dos obsesiones primordiales: el socialismo (Lenin) y el cristianismo (Jesucristo), a los que ataca o exalta alternativa y continuamente con ideas y comentarios con tanta enjundia como tono desgarrado y blasfematorio, dando rienda suelta a un sentimiento que, como casi todo en él, es de amor-odio, con más odio, por momentos, que amor, del mismo modo que pasa de la alegría (infrecuente) a la depresión (abundante), todo ello a lomos de un tigre, inmerso en una bipolaridad vertiginosa.

La escritura, como cabe deducir, es torrencial, a punto y seguido, con una fuerte entraña poética –poesía narrativa, confesional, de la experiencia, diríamos-, y ha sido muy bien traducida por Luisa Gutiérrez, realzando la constante escatología, que se mezcla con un culturalismo dosificado y con una ternura casi infantil. Carta a mi mujer es un libro muy punk. Y también muy político.

Pentti se dirige a su mujer (como siempre) y en unas significativas líneas evoca su vida en común: “Es probable que esta semana tengas turno de tarde, veríamos valientes la televisión, hasta que el programa terminara, después bebería Koskenkorva durante media hora más y luego me arrastraría hasta la cama a tu lado. Arrópame, pediría, tú me arroparías, me toquetearías, echaríamos un polvo, gritarías que vas a estallar, yo proseguiría y finalmente nos quedaríamos dormidos, tú sin gafas, con aspecto extraño, con aspecto medio muerto a mi lado, con una pierna entre las mías, el pelo desordenado sobre la almohada, y luego llegaría la mañana, yo corretearía de un lado a otro, fuera haría buen tiempo o mal tiempo, todo comenzaría de nuevo, el desayuno, el Koskenkorva, tu marcha al trabajo, mi marcha al bar, los mismos rostros y las mismas historias, la vida regular que echo de menos y que odio, tengo que vomitarlo igual que la comida frita en grasa vieja”.

Estas líneas en las que Pentti Saarikoski expone su programa de vida junto a su pareja –con mucha menos crudeza que en otros pasajes- resumen, a la perfección, el estilo literario de un escritor y de un hombre poderosos y atormentados, siempre, sí, a punto de estallar con onda expansiva.