[caption id="attachment_1013" width="390"] José Jiménez Lozano[/caption]
El poeta, novelista y ensayista José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930) goza de un mimado prestigio entre las no muy concurridas filas de sus lectores adeptos. El Premio Cervantes, que se le otorgó en 2002, no alteró en demasía el carácter casi secreto –fuera de Castilla- de su literatura, coherente con el silencioso recogimiento de su propia vida, dedicada, después de su larga entrega al periodismo, a la lectura, la escritura y el disfrute de los sencillos dones de la amistad y la Naturaleza.
Jiménez Lozano es, quizás, el más importante escritor católico español vivo, y su catolicismo se manifiesta vivamente en sus textos principalmente bajo la forma de una intensa espiritualidad y en un tono que, sólo sea por su interés hacia los pájaros, podríamos calificar, tal vez superficialmente, como de franciscano, igualmente coherente con la frugalidad de su prosa, que no sólo no excluye, sino que potencia el aliento poético. Sus opiniones en contra del aborto y de la eutanasia, por ejemplo, también evidencian el núcleo católico de su posición moral, mientras que su elogio del perfil intelectual del papa Benedicto XVI y de sus textos informa de sus coordenadas teológicas, las de un cristiano que añora el arte románico y reniega de la banalidad de los templos y las liturgias de nuevo cuño, disolventes de las condiciones necesarias, a su juicio, para una genuina experiencia religiosa en los ritos.
Impresiones provinciales –humilde título- reúne, en edición de Confluencias, los cuadernos que Jiménez Lozano ha escrito entre 2010 y 2014. Es la séptima entrega de unas notas personales que, bajo la denominación de cuadernos, evitan la etiqueta de diarios o dietarios, que, en cierta medida, también les sería propicia.
El “corpus” principal de estos cuadernos está integrado por anotaciones y glosas a un sinfín de libros y autores que Jiménez Lozano, sin prejuicios ideológicos, leyó y continúa leyendo, engrosando su enorme cultura y su amplio interés por la literatura, el pensamiento, la Historia y todas las artes, incluyendo, por cierto, el cine, al que alude varias veces con citas de películas de Bergman, Fassbinder o Kurosawa.
Completan sustancialmente este contenido extenso y esencial, las anotaciones y comentarios sobre algunas noticias de actualidad –la política no entra en este apartado- que, en general, entristecen al autor y activan en él un irremediable pesimismo ante el rumbo de un mundo que ha perdido valores básicos y que se arroja a los brazos de una modernidad mal entendida y de unas nuevas tecnologías –Jiménez Lozano repudia la energía nuclear, por ejemplo- de pésimos efectos. Salpican significativamente el texto puntuales comentarios –muy hermosos- sobre la Naturaleza y las vicisitudes diarias de la lluvia, la nieve, la temperatura, la luz, las plantas y los animales, sobre todo, como se ha dicho, los pájaros, que Jiménez Lozano observa desde su retiro castellano, que define, no sin humor –hay mucho humor discreto en la escritura del autor-, como una “tierra de místicos y ovejas”.
Voy a subrayar aquí algún planteamiento del autor, que, generalmente, enuncia sus opiniones sin ruido ni agresividad –aunque, a veces, con contundente claridad-, sobre el arte y los artistas. Cita Jiménez Lozano, a propósito de Alfred Döblin, un libro del alemán Hans Jürgen Baden (Literatura y conversión), que en su día publicó Guadarrama,donde el filósofo y teólogo protestante afirma que el arte y la literatura “exigen el holocausto del escritor, la fusión incondicional de obra y existencia”.
Jiménez Lozano está en total desacuerdo, y anota: “Por la literatura se puede pagar un cierto precio, como es normal, si uno no está dispuesto a lamer los zapatos del público o a los señores de la industria cultural; pero creo que muy otra cosa es tener que hacer el holocausto de la vida a ninguna realidad intramundana”.
Jiménez Lozano rechaza la concepción romántica del escritor y la literatura, niega que el arte exija una vida agitada o sufriente. En estas líneas, además, cuando se refiere al público y a la industria cultural, está explicitando, creo, su posición como escritor, alguien comprometido con sus propias exigencias y criterios. En otros momentos del libro –este hilo tiene su relevancia-, Jiménez Lozano no ve necesaria (al contrario) la entrega del artista a la “triste bohemia” –que encuentra destructiva- ni sus “bajadas a los infiernos”. La humanidad –piensa el escritor- ha pervivido en su gran mayoría sin la ayuda de esas bajadas a los infiernos. Y concluye con una afirmación que le define y le retrata muy bien: “Y agradeciendo la alegría de quienes nos hacen oír al cuco o estar en una estancia holandesa del XVII”.