Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Las fábulas de Luis Goytisolo

2 junio, 2016 17:40

En mayo del año pasado, Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) publicó El sueño de San Luis (Anagrama), unas reflexiones, con confesión personal incluida, sobre el inesperado papel jugado por el subconsciente, los sueños y los recuerdos en su obra narrativa. Debo decir que, más allá del interés informativo y testimonial de aquellas consideraciones, me causó cierta perplejidad que Goytisolo se mostrara sorprendido por las aportaciones de las mencionadas corrientes subterráneas (o no tan subterráneas) a su novelística.

Aquel opúsculo terminaba con una adenda titulada Pequeño diccionario personal de narrativa. Allí el escritor exponía sus criterios –muy en relación con su producción creativa- sobre asuntos como el argumento, la estructura, el estilo, la técnica, el tiempo, el tono y otras cuestiones cruciales en el trabajo narrativo.

Ese diccionario cobra hoy pleno sentido y vigencia a la hora de encarar la lectura de El atasco y demás fábulas (Anagrama), volumen que recoge textos escritos durante más de cuarenta años y ya publicados con los títulos de Ojos, círculos, búhos (1970), Devoraciones (1976) y Una sonrisa a través de una lágrima (1981).

Un cuarto texto, El atasco, es nuevo, inédito hasta ahora, y es el relato –hay más relato que en los otros- que he leído con creciente entusiasmo, hasta considerarlo una pequeña obra maestra, cuya brevedad el lector lamenta, si bien es evidente que en dicha brevedad radica su fuerza y atractivo.

Con una disposición de fragmentos individualmente titulados y con cierto eco del simultaneísmo en la estructura, Goytisolo toma un gran atasco urbano como el contenedor y el telón de fondo de una serie de escenas igualmente urbanas que muestran principalmente, dentro de una unidad superior de significado, reuniones y actividades empresariales y de negocio y escaramuzas sexuales, en una atmósfera entre lo absurdo y lo siniestro que decanta, con moderno procedimiento narrativo, una visión aceradamente crítica de la vida moderna o, si se quiere, de ciertos y bien escogidos lances y escenarios de la vida moderna.

Como recuerda Ignacio Echevarría en su prólogo, siguen plenamente justificadas las perspicaces palabras con las que Mario Vargas Llosa presentó Ojos, círculos, búhos, sobre todo cuando aludía a “flechas tan perversas como divertidas”, al humor y al descubrimiento repentino de un “desagradable sabor”, para terminar preguntándose lo que hoy mismo nos podemos preguntar ante El atasco: “¿quién se está riendo de quién, de qué nos estamos riendo, hay motivos para reírse?”.

Los hay. Y viene muy a cuento el recordatorio de lo kafkiano, lo beckettiano o lo buñuelesco –traídos por Echevarría- para referirse al permanente humor que impregna El atasco, un humor que se lleva muy bien con la presencia constante, casi violenta, de lo escatológico y lo erótico.

Estamos “en el súper del centro comercial del “mall” de una gran superficie”, y escribe Goytisolo: “Curiosamente, ante los diversos mostradores se producía cierto contagio, cierta simbiosis, entre los clientes y las materias primas expuestas, frutas y verduras, carnes, pescados. Así, el pesado cuerpo de aquel jubilado que, transportado por su carro de la compra más que transportándolo, aguardaba su turno ante el luminoso despliegue de pescados, fatigada la expresión, casi desolada, a la vez que tercamente voraz, el rictus de su boca entreabierta exhalando aire viciado por las comisuras, justipreciadores los ojos que ya se ven devorando aquellos lomos de merluza, de mero, de bonito, de lenguado, similar en su yerta mueca a ese enorme congrio reducido ya a poco más que un cogote, todo él poco más que un grito”.

Estamos, sí, en el supermercado de un centro comercial, uno de los escenarios ineludibles, entre la satisfacción y la angustia, de nuestras vidas modernas. Entre el matiz “arcimboldesco” y la pincelada expresionista, el cuadro queda perfectamente cuajado en esa dramática plasticidad que desemboca en el “hombre congrio”, cogote y grito. Pero traigo estas líneas aquí por representar muy bien el estilo de Goytisolo, tan pronto abundante en frases escuetas y cortantes, como proclive a estas sinfónicas yuxtaposiciones, agregaciones que requieren aire para escribir y leer, proporcionando siempre el placer de la larga melodía.

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