[caption id="attachment_1235" width="194"] Anjel Lertxundi[/caption]
“Diecinueve de julio de 2012. El diagnóstico que acaban de oír no entraba ni en sus peores cálculos. Cáncer. Páncreas”. Así de contundente, así de radical, arranca Tú (Erein), el último libro del escritor en lengua vasca Anjel Lertxundi (Orio, Guipúzcoa, 1948), traducido al castellano por Gerardo Markuleta.
No es una novela. Es un libro confesional, en el que cabe la fabulación literaria y, en gran proporción, la reflexión ensayística: sobre la enfermedad, sobre la muerte, sobre la decadencia, sobre la lucha por la vida y contra el fantasma fatal. Lertxundi, que nunca ha rehuido, siempre conservando la sencillez expositiva, ciertas audacias estilísticas y estructurales, utiliza aquí un poco usual procedimiento narrativo con dos líneas que se entrecruzan: un narrador sigue las peripecias de Tú -así llama el autor a la esposa enferma- y de su marido y, al mismo tiempo, un yo -que claramente pertenece al esposo de la mujer, que es escritor- va recogiendo, en una especie de dietario, sus cavilaciones, sus lecturas, sus notas, lógicamente obsesionado por ese tándem formado por la enfermedad real y la muerte en el horizonte, todo ello en un periodo en el que, a su vez, la vejez ya ha manifestado sus síntomas. El libro abarca tres años, desde la fecha del demoledor diagnóstico hasta un final en suspenso, en puntos suspensivos.
Anjel Lertxundi tiene tras de sí una obra muy copiosa y relevante en euskera, repetidamente traducida al español. Periodista, profesor, crítico, traductor, su producción literaria alcanza los cuarenta títulos como cuentista, ensayista, novelista y autor de biografías y libros de viajes, con una abundante y exitosa dedicación a literatura infantil y juvenil. También ha escrito y supervisado guiones y ha dirigido dos películas.
Las editoriales Alberdania, Erein y Alfaguara han publicado la mayor parte de sus libros. Ganador del Premio Euskadi de Literatura y del Premio Nacional de la Crítica (dos veces), Lertxundi obtuvo en 2010 el Premio Nacional de Ensayo por Vidas y otras dudas. Citaré algunas de sus novelas más difundidas con su fecha de edición en castellano: Las últimas sombras (1996), Los días de la cera (2001) y Línea de fuga (1999). La primera, con el título original de Otto Pette, está considerada como uno de los libros más importantes de la narrativa en euskera del último siglo.
Tú es un libro muy conmovedor y muy interesante. A la luz (y a la sombra) de la grave enfermedad, Lertxundi, con el detalle del entomólogo, observa el microcosmos de la pareja, y también de los familiares, amigos y allegados, en el nuevo escenario creado por el terrible diagnóstico, las fuertes terapias, la medicación de base, las esperanzas y los desfallecimientos, los estragos y las recuperaciones, siempre pegado al día a día, a una cotidianidad que es preciso defender como ordinaria aunque embestida por lo extraordinario.
De otro lado, Lertxundi convoca -mediante citas convenientemente glosadas- a una extensa relación de escritores, pensadores y artistas que han pasado por la enfermedad grave, propia o de un ser muy querido, y que han reflexionado sobre el horizonte cierto de la muerte y el camino que a él lleva. Esta simbiosis entre el relato de las vicisitudes diarias, con emociones que también invitan a pensar, y la destilación de diversos planteamientos intelectuales, que también acogen sentimientos, sobre la enfermedad y la muerte potencia extraordinariamente y da relieve al libro, que igualmente indaga sobre otros aspectos de la existencia que adquieren un nuevo perfil en tales circunstancias.
El dietarista, por así decirlo, se preocupa, en un momento dado, de si estará escribiendo un libro triste. O solemne. No lo cree así, y tiene razón. Escribe: “…Y, dado que el hecho de estar enfermo lleva al extremo los contrastes de la vida, coloca en el mismo columpio lo más memorable y lo más fastidioso; estimula tanto el propio cuidado como el abandono; sabe aproximar el llanto y la carcajada”.
En este filo es donde, en efecto, la enfermedad tiene algo de metáfora de la vida misma, pues vivir es saberse afectado de una enfermedad incurable que desembocará en la muerte, y, sin embargo, es posible la alegría, descubrir y disfrutar de ese “secreto encanto” del que habla Lertxundi, citando a Milan Kundera y La fiesta de la insignificancia.