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Coincidencias (Anagrama) arranca con una cita previa – improbable “relato anónimo”, probable invención del autor-, un diálogo que parece dar la nota que guiará la partitura del libro, una muestra de humor absurdo de toque jardielesco, mihuresco y codornicesco –que evoca también y por tanto a Ionesco-, y esta rima sobrevenida no debería molestar. Y, en efecto, el humor –burla, sátira, caricatura, disparate- vuelve a regir, en la forma acostumbrada, esta nueva novela de Luis Goytisolo (Barcelona, 1935), que retrata y se ceba en las ridiculeces e inconveniencias de la colmena urbana actual. “¡Conjunción de cretinos!”, exclama un automovilista enajenado, y tal vez esa expresión sea una buena definición de la fauna humana que el libro contiene.
Nos llega Coincidencias siete u ocho meses después de la salida de El atasco y demás fábulas, libro que me entusiasmó y que éste prolonga en fondo y forma (con perdón). Así como el precedente recogía, según se nos informaba y sabíamos, textos autónomos publicados a lo largo de varias décadas –con el añadido del inédito titulado El atasco-, Coincidencias –según pistas que lo narrado proporciona- parece haber sido escrito últimamente, quizás al calor impaciente de la buena acogida que el anterior tuvo.
Sesenta y tres escenas o viñetas tituladas, de breve extensión, determinan una estructura de nuevo muy fragmentada, en la que con la técnica de las “vidas cruzadas” o, si se prefiere, del simultaneísmo, se vierten las teselas de un mosaico o las piezas de un puzle, que, con el debido cálculo y pericia del escritor –hilos conductores-, pronto comprendemos que están destinadas a componer un relato y un paisaje con unidad de sentido y significado, que, perfectamente, podemos llamar novela.
Transeúntes por la vida y por la ciudad, los personajes se desplazan y confluyen. Veamos esta observación: "Puntos de destino de lo más variados: oficinas encristaladas, despachos suntuosos, restaurantes de comida rápida, restaurantes con estrellas, hoteles de lujo con piscina y jacuzzi, gimnasios para mantenerse en forma, saunas gay, cines, sexshops, mercados y supermercados, galerías de arte, tiendas pijas, los diversos lugares que intenta localizar el turista al consultar un plano, museos y monumentos ante los que sacarse un selfie o mandar un whatsapp”.
Estén o no estén contemplados todos estos escenarios en la narración –la mayoría lo están-, este párrafo enumerativo señala perfectamente el mapa de la acción, apunta a las características y actividades de los personajes del relato y sugiere algunos de los cometidos, hábitos y gestos en los que el escritor centra su sarcástica mirada.
Galeristas o empresarios, maduros o más jóvenes, burgueses en su mayoría, hombres y mujeres (muchas), los personajes de Coincidencias se mueven por la ciudad, en pos de sus negocios, placeres y deseos sexuales (preferentemente) diríamos que al dictado de los señuelos, modos, modas y requerimientos del estilo de vida y de los tópicos de opinión imperantes, que son los que Goytisolo se propone satirizar.
El móvil, internet, el whatsapp, la comida, la salud, la moda o la pijería son sólo algunos de los emblemas de los que Goytisolo se mofa, recogiendo expresiones coloquiales y diálogos hueros que delatan, en conjunto, la imbecilidad, la superficialidad y la ignorancia colectivas y a los que sabe dotar de la musicalidad, precisión y ritmo ya acreditados. Amén de una preocupación ostensible por el transporte y sus inclemencias, Goytisolo vuelve a mostrar su interés por el supermercado del sexo –en general, banal comercio-, con significativa predilección por las variables escatológicas –todo hay que probarlo-, de modo que la caca, el pedo y el pis adquieren notable presencia.
Nunca con moralismo, y sí con mirada acre –en la frontera entre el crítico social y el cascarrabias-, se perfilan vidas poco dignas de emulación, que albergan un oculto o no tan oculto malestar, que esconden posibles brotes de violencia repentina, en los que la tentación del ejemplo yihadista –como síntoma de venganza, o de nihilismo desquiciado, o de otra “moda” más- asoma su patita. El fresco global, digámoslo ya, es tan demoledor como desazonante, pese a –o precisamente por- el lubricante de un humor que escuece.