[caption id="attachment_1510" width="560"] Javier Vela[/caption]
Pequeñas sediciones (menoscuarto), con sus cuarenta y cinco microrrelatos, se presenta como la primera experiencia narrativa del poeta Javier Vela (Madrid, 1981). Parece obvio decir que si sus poemarios ya contenían la germinación de lo narrativo, estos relatos breves acogen en su núcleo –palabras, imágenes, mirada, sentimiento– lo poético.
Vela inserta al comienzo de su libro una cita del filósofo George Santayana: “Todo en la naturaleza tiene una esencia lírica, un destino trágico y una existencia cómica”. Apenas iniciada la lectura de los relatos, se comprende que, como era previsible, la cita del pensador no es un adorno, sino el perfecto resumen programático y conceptual del libro. Lo lírico, lo trágico y lo cómico son los ingredientes sustanciales de la escritura de Javier Vela. En los distintos textos puede darse un predominio de alguno de esos ingredientes frente a los otros, pero es frecuente que los tres aparezcan juntos, confirmando su plena compatibilidad.
No hay que ir muy lejos para comprobarlo. Veamos el primero: “Una brizna de hierba se abre paso a través de una grieta en el asfalto. A diario los coches recorren la calzada mientras la hierba crece, imperturbable. Así empieza la historia”.
Convengamos en que, en esta ocasión, en la imagen –brizna de hierba, grieta, asfalto– hay un predominio de lo poético. Y aprovechemos para anotar que Vela, tantas veces en el mar o junto al mar, también se desenvuelve, fuera de la naturaleza, en la civilización, en lo urbano. La historia que comienza y no continúa, avisa de cómo muchas veces Vela recurrirá a su capacidad para sugerir, para invitar al lector a que participe completando o desentrañando a partir de lo sugerido.
Supongamos que en Indagaciones en el Pacífico sur prevalece lo cómico: “Décadas antes del nacimiento de Newton, un coco de notables proporciones se descolgó en el cráneo de un indígena sin darle tiempo a que sus intuiciones sobre la interacción gravitatoria y el peso de los cuerpos cristalizasen en una ley general”.
La comicidad de esta escena se funda en un amargor irónico, lindante con una negrura que Vela no excluye de su humor. Cuida los títulos de sus microrrelatos tanto como los textos. Newton y la ley de la gravedad aparecen aquí como por doquier aparecen otros nombres propios, de la Historia o de la ficción, citas alusivas o fundadoras que dan tejido culturalista al libro. La comparativa entre el científico y el accidentado indígena se hace patente otras veces entre lo mayor y lo menor, entre lo excepcional y lo cotidiano.
Y el destino trágico se dibuja en Postal de Hokusai: “El mar estaba en vilo. De hinojos en la orilla, tres niños escarbaban en la arena sin el menor cuidado, alzando un gran castillo, cuando una ola gigante los arrastró consigo. De aquellos chicos nunca más se supo. Aún sigue en pie el castillo”.
La ola gigante –como certifica el título– es, claro, la gran ola de Kaganawa, la célebre estampa dibujada por Katsushika Hokusai. Un tótem cultural media en la tragedia sobrevenida en una habitual e inocente escena playera. Los niños aparecen en varios relatos. También, la muerte.
Y también la pareja, el amor y la familia (y sus dificultades o penalidades). Y la identidad y sus accidentes. Y, en general, una niebla de misterios en la que llega a distinguirse con nitidez la presencia, con o sin deliberados anacronismos, de lo fantástico.
He escogido narraciones breves para darme el gusto de reproducirlas completas. Hay otras más largas –y también más cortas–, y todas servirían para desvelar los procedimientos, las constantes y los tonos de Pequeñas sediciones, que he tratado de iluminar, siquiera someramente, en las líneas anteriores.
Terminaré, sin poderlo evitar, con El arte de la guerra, que me entusiasma: “En el colegio todos se mofan de él. A diario le increpan, le humillan, le chasquean. Sin levantar la vista el niño hace oídos sordos, mientras afila calladamente su lápiz”.
Consignando, a un lado, la mención al problema del acoso escolar, brilla aquí la deliberada ambigüedad que tantas veces maneja Javier Vela de forma magistral: ¿ese niño afila el lápiz para emplearlo como sangrienta arma de venganza o está naciendo un escritor que ajustará cuentas a su debido tiempo?