Samuel Johnson visto por Giorgio Manganelli
[caption id="attachment_1590" width="560"] Giorgio Manganelli[/caption]
Acantilado nos proporcionó en 2007 el inmenso y largo placer de leer Vida de Samuel Johnson (1791), escrita por su más persistente y duradero amigo, James Boswell (1740-1795) y traducida, para aquella magna edición, por el fallecido Miguel Martínez-Lage.
Quienes leyeron o tienen en aplazado proyecto leer las casi dos mil páginas de esa obra inmortal harían bien, a mi juicio, en abordar las noventa páginas de Vida de Samuel Johnson (2008), de Giorgio Manganelli (1922-1990), que ahora edita Gatopardo, una de las varias obras póstumas del finísimo, brillante e imaginativo escritor italiano, que tuvo algunas concordancias de espíritu y carácter con su personaje. La lectura de ambos libros es tan compatible como deseable.
Manganelli no se propuso escribir, pese al título de su obra, una biografía del ensayista, lexicógrafo, biógrafo y poeta inglés, sino dibujar un retrato vivísimo, esencial y hondo del mítico personaje y de su entorno desplegado en cuatro lienzos: la llegada a Londres, los amigos, la conversación y la melancolía de Samuel Johnson (1708-1784).
Con espléndida traducción de Teresa Clavel, Manganelli pinta primero las calamitosas condiciones de Londres y los primeros pasos de Johnson cuando, con 27 años, el corpulento, desastrado, miope, sorderas y linfático joven llegó a la capital británica, sin una perra, en compañía de su amigo David Garrick (1717-1779), futuro gran actor y dramaturgo.
Manganelli se ocupa después de los más extraños, sorprendentes y no poco sinvergüenzas amigos de Johnson, tan distintos a él, como Richard Savage y Topham Beauclerk, y, por supuesto, de James Boswell, quien durante veinte años acompañó a Johnson y conversó, anotó e indagó todos los infinitos detalles que dieron lugar a su monumental obra. Manganelli no se priva de recoger las feas imputaciones que llovieron sobre Boswell.
Conversador incansable y curioso en tugurios, calles, salones y casas, el desbordante caudal de cuanto Johnson escuchó y dijo queda recogido por Manganelli a continuación, bien entendido que el italiano –aunque proporciona citas de libros de su personaje y de sus ácidos detractores- no pretende hacer, ni mucho menos, un estudio crítico de su obra, muy poco abundante, por cierto, ahora mismo –apenas cuatro o cinco títulos- en las librerías españolas.
[caption id="attachment_1589" width="560"] Retrato de Samuel Johnson (detalle) por Joshua Reynolds, 1775[/caption]Y, por último, Manganelli encara lo que llama “la melancolía” de Johnson, benévola manera de nombrar las depresiones, neurosis, angustias, hipocondrías y terrores que afligieron de por vida a un hombre permanentemente asediado por la pobreza y la enfermedad, lo cual, como es obvio, no fue obstáculo –al contrario, tal vez- para el arrollador torrente de su ingeniosa conversación, de sus agudas sentencias y de su musculosa capacidad para la reflexión, el estudio y la escritura.
Son cuatro, pues, los ámbitos de Johnson que Manganelli afronta –con prosa de gran estilista y con deslumbrante inteligencia- en su obra, pero, en realidad, el suculento retrato del personaje se va produciendo continuamente, por acumulación y sucesión y, si se quiere –y por utilizar un adjetivo en boga- de forma transversal, sin saturar, ni mucho menos, con datos ni fechas –aunque recurriendo, como hemos dicho, a citas y testimonios muy bien medidos-, consumando un prodigioso y esencial perfil del personaje, que proporciona la más gozosa de las lecturas.
Las paradojas y las aparentes contradicciones de Samuel Johnson están muy presentes en este impresionista óleo literario, tan breve como apretado y sustancioso, pues no en balde “el primer héroe de la cultura de masas” –como lo califica Manganelli-, muy popular en vida y elevado al rango de leyenda tras su muerte, fue individuo de muchas y diversas aristas y caras: conservador, devoto, rencoroso, cruel, tolerante, liberal, sarcástico, compasivo, hogareño, vagabundo, comedor, bebedor, desordenado, excéntrico, anarcoide, trasnochador, curioso, polemista, honesto, impaciente, entusiasta, oscuro, cortés, iracundo, pedante…No es que quepa todo y su contrario en la personalidad y vida del inteligentísimo Samuel Johnson, pero no hay duda de que su voluminosa geometría tiene más que ver con el poliedro multicolor que con la línea recta monocromática.
La lectura de este libro proporciona gran placer y supondrá mucho desgaste de lápiz entre quienes acostumbran a subrayar, y eso será así tanto por Manganelli como por Johnson, que se reflejan y multiplican en un continuo juego de espejos.
Un subrayado, éste: “Es posible inspirarse en Johnson para exaltar a un hipotético hombre moralmente sano y a la vez accesible, cotidiano, un hombre medio elevado a las funciones, no a la fantasía, del genio. Puede apreciarse en él al conservador honesto, al hombre respetuoso de las jerarquías y al mismo tiempo obstinadamente independiente. O pueden extraerse de él ejemplos de una lengua hablada imaginativa y mordaz, colmada de cordial violencia. En el nivel mínimo, Johnson es un tipo extraordinariamente pintoresco, tan pendenciero como caballeroso; en el nivel más noble, es el representante de un sentido común coherente hasta la temeridad. En cualquier nivel, Johnson es un héroe. Es, creo, el primer héroe de una cultura de masas”.
En fin, ya está todo dicho e, incluso, repetido. Pero digamos algo más de Manganelli, muy capaz de escribir que la violencia puede ser “cordial” y que el sentido común puede alcanzar “la temeridad”. Y eso es para nota.