[caption id="attachment_1600" width="560"] Kornel Filipowicz junto a su mujer, la Premio Nobel Wislawa Szymborska[/caption]

Una nueva editorial, las afueras, de claro marchamo literario, ha iniciado su camino con tres libros. He leído Un romance de provincias (1960), del poeta, novelista y guionista de cine polaco Kornel Filipowicz (1913-1990), quien fue durante más de veinte años, y hasta su muerte, compañero de vida (cada uno, en su casa) de la poetisa Wislawa Szymborska (1923-2012), Premio Nobel de Literatura en 1996. Se advierte en el relato su afinidad de mundos y de tonos.

Con traducción de Teresa Benítez, Un romance de provincias tiene como protagonista a El?bieta, una chica de 24 años que toca y da clases de piano y vive en un modesto piso de un pueblo, frente a la plaza, con su madre viuda y enferma, una mujer anticuada que la controla y le emplaza siempre al cumplimiento de enojosas tareas domésticas.

Muy pronto asistimos a esta reveladora escena: “Desde la ventana de la casa donde vivía El?bieta sonaban acordes de piano; El?bieta tocaba una balada de Chopin. Soniewicz, sentado a su lado, pasaba las páginas de la partitura. La madre de El?bieta tomaba té en la mesa. Con sus dedos huesudos y ágiles, desmenuzaba un bollo de pan y se llevaba a la boca pequeños trozos”.

Soniewicz es ingeniero, un hombre bueno, soso y anodino que corteja sin gracia a la muchacha, con el apoyo de la madre, con vistas a un ordenado proyecto matrimonial pese a la diferencia de edad. Pero El?bieta no le ama.

Esa escena tediosa y mortecina, descrita con el realismo sencillo e impresionista que caracteriza a la novela, es habitual en los monótonos días, tardes y noches de la insípida vida de El?bieta, una chica a la fuerza ventanera, entre visillos, que no se conforma con los rayos de sol y el vuelo de los gorriones y las golondrinas para alegrar su existencia. Joven, atractiva, leída y con una incipiente rebeldía, El?bieta aspira a algo más que ser transferida de los cuidados de una madre absorbente a los cuidados de un marido irrelevante.

Esa estampa casera es una viñeta más del conjunto de un puntillista fresco provinciano. El cura, el doctor, la farmacéutica, la beata, el loco del pueblo…Como telón de fondo, con incidencia en la dramática aventura que va a vivir El?bieta, Filipowicz retrata magistralmente el ambiente estrecho y cotilla de la vida pueblerina, apenas incentivada por los recados, la llegada de algún viajero, la preparación de una fiesta religiosa o algún baile ocasional.

Y un día llega al pueblo desde Varsovia, para dar una charla, el poeta Fabian Milobrzeski, de cierta fama y, como se verá, bien parecido y atildado. ¡Un poeta! Allá va El?bieta, dispuesta a conocer a un hombre que será interesante e inteligente, cabe pensar, un artista que podrá evadirla, siquiera por un rato, de su anémica existencia. Sus miradas confluyen en el salón de conferencias.

Y, como era de suponer, traban conversación finalizado el acto. El?bieta está dispuesta a enseñarle al día siguiente lo poco que hay que ver en el pueblo. Y ahí empieza todo. El poeta no tendrá prisa por irse y -sin duda está acostumbrado- sabrá estrechar el cerco y echar las redes para capturar a una chica respondona y, en principio, algo esquiva, pero también fatalmente inexperta y demasiado ansiosa de encontrar una salida o, por lo menos, vivir una experiencia excitante. Mal asunto para un pueblo de murmuradores. Y mala elección la de un poeta cuyo engreimiento y cinismo rivalizan con su disimulo y sus mañas donjuanescas.

Un romance de provincias, conforme avanza hacia su demoledor desenlace, despide un aire de tristeza que revela a Kornel Filipowicz como un consumado y concienzudo creador de pequeños paisajes urbanos y humanos. Al margen de la dedicación de Filipowicz al cine, Un romance de provincias me ha recordado el realismo minimalista de algunas películas, allá a comienzos de los 60, de los entonces jóvenes directores (Forman, Menzel…) de las nuevas olas de los países del Este. Se lee muy bien en blanco y negro.