[caption id="attachment_1604" width="560"] Florence Delay[/caption]
Los hispanistas son, en una primera aproximación, intelectuales extranjeros, preferentemente universitarios, que dedican sus esfuerzos al persistente estudio de la historia, la lengua, la literatura, el arte y, en fin, la cultura española. Con las debidas excepciones, la investigación y el interés académico prima sobre todo lo demás, aunque es necesario también un ingrediente de simpatía o, incluso, amor vinculante hacia España para sostener en el tiempo su labor.
En el caso de la escritora francesa Florence Delay (París, 1971), ese segundo componente se manifiesta en primer plano de una manera inconfundible, burbujeante y vital. Desde la nota preliminar a la edición española de Puerta de España (Turner), que ha traducido Manuel Arranz, Delay evoca sus veraneos infantiles en Bayona (Francia) como, precisamente, puerta que, por la cercanía, le abrió a la curiosidad, al interés y al amor por España –“país al que tanto debo”-, refrendados a lo largo de su vida por viajes y estancias gozosas, cómplices y magistrales amistades, lecturas y, por supuesto, trabajos literarios que, podríamos decir, la han encarnado entre nosotros. Han hecho de ella uno de los nuestros. La distancia intelectual se acorta así por la proximidad cordial y de la experiencia.
En Puerta de España, libro originalmente publicado en el país vecino en 2008 y no editado en castellano hasta ahora, la novelista, ensayista, traductora, dramaturga y actriz parisina –miembro de la Academia Francesa-, se ocupa de Federico García Lorca, Miguel Hernández, José Bergamín, Cervantes, Lope de Vega, “La Celestina”, Calderón y, entre otros, Ramón Gómez de la Serna, y lo hace de un modo en el que, más allá, de sus profundos conocimientos e investigaciones, late y vibra una mirada vívida y una experiencia placentera que resultan altamente contagiosas.
La autora de A mí, señoras mías, me parece (2012), que editó Acantilado, aborda a nuestros poetas, ensayistas, novelistas y dramaturgos desde la carne viva y los contactos estrechos que ha tenido con ellos, en persona o a través de sus obras, a lo largo de su vida. Los juicios críticos y las exégesis no pueden ser más fundados y documentados, pero lo que brilla especialmente es su gozosa identificación con sus autores y su comprensión de ellos desde dentro, hasta el punto de que Puerta de España es también un fragmento de su autobiografía personal, un libro con numerosas vetas de carácter memorialístico.
Delay desentraña metiéndose en la entraña y dando cuenta –ya digo que contagiosa- de la felicidad y los descubrimientos para su propia actitud intelectual, creativa y personal que le han procurado sus relaciones con obras y creadores españoles. Con España, en suma.
La escritura de Delay, ajena a la frialdad objetivista del entomólogo académico, es clara, sencilla, aguda, poética y cálida. Su inteligencia analítica, pasada por el tamiz de la implicación afectiva, da lugar a una mirada que tiene mucho que decir y revelar a los lectores españoles que creamos saber todo, bastante o algo sobre lo que Delay contempla. Son otros ojos los que miran y es enriquecedor y estimulante lo que esos ojos ven.
Además del tono narrativo y testimonial de muchos pasajes del libro –que no duda en ofrecer magníficas y reveladoras anécdotas-, Delay, lejos de todo parasitismo y como advirtiera en su obra más arriba mencionada, se nutre y se mimetiza con sus escritores predilectos y llega a expansionarse con un estilo y un discurso alimentado por las fuentes en las que bebe.
Traductora al francés de Bergamín, Calderón, García Lorca, Fernando de Rojas, Lope, Gómez de la Serna y Santa Teresa, actriz con el heterodoxo cineasta Adolfo Arrieta y reincidente adaptadora a la escena francesa de La Celestina y otras piezas del Siglo de Oro –para directores tan relevantes como Víctor García o Antoine Vitez-, Delay mima especialmente en Puerta de España –sin renunciar a mostrar sus aristas- la figura de su gran amigo y maestro –dice- José Bergamín, a quien conoció en Madrid, en 1962 –ella tenía 21 años-, y a quien trató hasta el mismo verano de su muerte, en 1983.
Del hasta hoy irrepetible José Bergamín, tan relegado y tan necesario en este momento, escribe Florence Delay: “¿Qué era lo que yo admiraba más en él? Que hiciese imperturbablemente lo que pensaba, la frialdad, la sangre fría, el fuego de su persona. Aquello que sus enemigos llamaban su crueldad y nosotros su fe. Era bajo pero parecía alto, estaba encorvado pero parecía erguido. El duende en él se aliaba con el inquisidor. Tenía algo de pájaro y cuchillo”.
Del “carnívoro cuchillo”, quizás, del verso de Miguel Hernández que Delay cita y que, más tarde, Francisco Umbral tomó para el título de una de sus mejores novelas. Puerta de España es, a la postre, un libro que festeja el talento de la cultura y de los creadores españoles, con sus sombras y tragedias al fondo. Y una fiesta es que Delay diga que “traducir a Lope es aprender a bailar”, y el necesario brindis podríamos hacerlo con esta greguería de Ramón que Delay nos recuerda: “La Y es la copa de champán del alfabeto”.