[caption id="attachment_1643" width="560"] Juan Cárdenas[/caption]
El diablo de las provincias (Periférica) es la cuarta novela del escritor y traductor colombiano Juan Cárdenas (Popayán, 1978). Tremenda de diagnóstico y portentosa de escritura, El diablo de las provincias se reviste tanto con la tensión intrigante y los elementos de una novela negra como con la atmósfera y los ingredientes de una distopía fantástica. Es una ficción (y nunca mejor dicho) para componer, punto por punto, un atroz retrato realista de un país, una foto fija (en movimiento) que el autor nos va entregando por partes, dosificadamente, poco a poco, hasta completar un puzle en el que, de pronto, ya está todo. No cabe decir más. Ni mejor.
Un biólogo con estudios en el extranjero, regresa después de quince años a su “ciudad enana” y colombiana. Fumeta y divorciado, tiene que abrirse paso, como con su coche japonés, para buscarse la vida.
Ya que en la novela se cita al naturalista alemán Alexander von Humboldt (que estuvo en Colombia), hablemos de fauna y flora. La fauna principal, amén de por el biólogo, está compuesta principalmente por su madre (soltera), acomodada y muy perdida en la niebla de sus tragedias; por un padre ausente (desconocido y evocado), posible motorista acrobático en un circo; por un hermano menor asesinado, que no salió del armario, pero sí quiso integrarse en la sociedad respetable; por un camello de marihuana (y único amigo) que recomienda ducharse a oscuras para ver luces espaciales; por una exnovia accidentada y con prótesis de pierna, metida en los grandes negocios, por un tío expresidiario que está desapareciendo en un manicomio y por una colegiala insolente y embarazada. Hay más personajes, pero ninguno está ahí para dar tranquilidad.
La flora o, si se quiere, el paisaje son las patrimoniales calles del museístico centro histórico de la ciudad enana, y también sus arrabales, y sus solares objeto de corrupta y criminal especulación, y las viviendas monocordes de los barrios nuevos, y las grandes haciendas coloniales de los ricos drogados, borrachos y dedicados a asuntos turbios.
Turbio hasta la negritud es todo: el devastador cultivo de la palma, el desdén a los estragos del cambio climático, la complicidad del poder político, judicial y periodístico con los más graves delitos, la farándula audiovisual que planea telenovelas emocionantes sobre hacendados en un país maltrecho, los colegios donde las niñas se ponen de parto en las aulas, los polvos alcohólicos con huida de la cama al amanecer, las conspiraciones y las teorías de la conspiración, las sectas cristianas que trafican con dinero y con bebés, los secuestros y los asesinatos y hasta las ofertas de empleo con trampa moral o mortal, a elegir. ¿Y qué podrá hacer ahí el biólogo que vuelve a casa, bien formado, dispuesto a encauzar su vida con algo de luz? ¿Poner en práctica sus conocimientos sobre las feromonas? Lo veremos.
Pero El diablo de las provincias no es un informe periodístico, claro, ya se habrá deducido. Con ese español prodigioso y envidiable que gastan los mejores (y no sólo los mejores) escritores latinoamericanos, Juan Cárdenas pone en erupción un volcán verbal. No sólo arden y queman las palabras en las descripciones -una a una, sin perdón- y en los diálogos, sino en su fraseo, en su contribución a un ritmo y a un paisaje físico y psicológico trepidantes. Y digo trepidantes no pensando en la velocidad, que también, sino en la palpitación expresionista de la historia y de sus personajes, de esa fauna y flora selváticas e incendiadas, cautivas del mal.
El narrador ofrece aquí el punto de vista de la madre del biólogo: “Pero la vida es cruel, muy cruel, decía ella cada vez que podía, la vida es dura y al mismo tiempo inestable, insensata, y a la vez está regida por una geometría que no podemos conocer pero sí sentir en carne propia, y cuando uno elabora un plan, cuando uno proyecta una idea y diseña y forja y esculpe, la vida siempre se encarga de deformarlo todo, como si esa vida estuviera gobernada por demonios malignos, amantes del vericueto y no de la línea recta, por sátiros caprichosos y no por Dios y que Dios me perdone pero a veces creo que Dios está en la muerte y no en la vida porque la muerte es el descanso eterno, la luz perpetua de la rectitud. En cambio, la vida, eso que llaman la naturaleza, es obra del diablo, que se alía con las fieras, con las serpientes, con el alacrán. El diablo hace nido en el ojo del pájaro, en la cáscara pintada del huevo, en la garra de la bestia, en el reguero de plumas, en el remolino del río”.
Aquí está quintaesenciada la escritura de Juan Cárdenas, pero también, a través de la visión que la madre tiene de la vida, el fondo argumental de la novela, esa geometría de la rectitud posible que se vuelve imposible por la diabólica acción del mal, que da lugar en el texto a pasajes tan inolvidables y estremecedores como el parto del bebé peludo o las magistrales trece páginas del interrogatorio que casi cierra el libro.