[caption id="attachment_1647" width="560"] Un momento de la película Jules et Jim de Truffaut[/caption]
La escritora, editora y promotora literaria Paola Tinoco (Ciudad de México, 1974) cree que su libro Tríos (Anagrama) tiene un título que “agita el morbo”. Es más que probable que tenga razón. Según nos cuenta en el prólogo, cuando propuso a un puñado de destacados escritores latinoamericanos y españoles escribir un cuento que tuviera a un trío como núcleo central del argumento, percibió nerviosismo –ojos brillantes, sonrisas– entre los convocados, por más que Tinoco les explicara que el mentado trío no tenía por qué ser sexual o erótico, sino un conjunto cualquiera de tres ingredientes o elementos que interactuaran entre sí. Bajo esa única condición, carta blanca.
Pero, hablando de tríos, ¿son los triángulos amorosos el imán más inesquivable? Habrá que verlo. Que leerlo. Once escritores –cuatro mujeres, entre ellos– de variadas edades y de cuatro países distintos –de México, cinco– han aceptado el ofrecimiento de Paola Tinoco. Sólo dos –acaso tres– eluden el triángulo amor-erotismo-sexo. Puestos a adelantar conclusiones, cabe decir que el resultado es bueno: Tríos es un estupendo libro de cuentos.
No voy a resumir ni a valorar once relatos distintos, interesante y polifónica compilación, por otra parte, de voces muy sugestivas de la última –y penúltima– narrativa hispanoamericana. Diré que, entre lo mejor, está la sutil y turbadora apertura de Sara Mesa (Escarabajos) y el cierre humorístico y patético de Juan Villoro (Dios compensa), que me permite apuntar que precisamente el humor y el patetismo impregnan varios cuentos, más proclives al dolor que al gozo.
El nivel es alto y, de paso para nombrarles e informar de su presencia en el libro, destacaré las narraciones de Alberto Chimal (Los Parcos), Alberto Barrera Tyszka (Tres), Mariana H (Super para uno), Antonio Parra (Intimidad) y, muy especialmente, Andrés Barba, quien en Trío en Super-8 aborda la historia más inesperada y, en cierto modo, elaborada de un conjunto que completan Isabel Mellado, Yuri Herrera, Luisgé Martín y Marta Sanz (muy intensos, quizá demasiado, los dos últimos).
En esta fiesta de la lengua (al español me refiero), tan variada de posturas (de estilos, quiero decir), me quedaré, esta vez, con una cita en función de su alcance sociológico, para que el lector de estas líneas se inscriba y se identifique en ella. Corresponde al cuento del venezolano Alberto Barrera Tyszka: “Habían ido a una pequeña reunión en casa de unos amigos y, durante buena parte de la velada, se estuvo hablando de tríos. Para sorpresa de ambos, casi todos los presentes conversaban sobre el asunto con experiencia y, encima, con excesiva naturalidad. Rodrigo y Sabrina se sintieron incómodos, rehenes de un silencio vergonzoso: no tenían nada que contar (…) De regreso en casa, comentaron lo ocurrido. ¿Sería cierto? ¿O todos sus amigos estarían sólo fanfarroneando? ¿O acaso era posible que solo ellos dos fueran los únicos del grupo que jamás hubieran participado en un trío? ¿Qué clase de vida habían llevado, entonces? ¿Cómo podían ser tan inocentes, tan simples, tan aburridos?”.
Puede que las preguntas que se hacen en casa Rodrigo y Sabrina sean, en principio, entre retóricas e irónicas –el lector también se las puede hacer–, pero el caso es que hay preguntas cuyas respuestas, sean o no retóricas e irónicas, llevan a algunos a la acción. Y, más que ningún otro, el terreno de la acción es el de lo imprevisible. Jules, Jim y Catherine lo comprobaron.