Stefan Zweig, mucho miedo
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La impresionante y, tal vez, sorprendente recuperación de Stefan Zweig (1881-1942) reverdece en España con la nueva edición de Miedo (1920), publicada por Acantilado, que es en gran medida responsable de la resurrección del escritor vienés entre nosotros.
Con traducción de Roberto Bravo de la Varga, Miedo nos cuenta la angustiosa y acogotante experiencia vivida por Irene Wagner, una bella mujer de 28 años, casada con un muy acomodado abogado y madre de dos hijos pequeños. Irene sufre pánico y vértigo cada vez que baja las escaleras del piso de su joven amante, un pianista bohemio. Es más que probable que se sienta muy culpable de su apasionado y absorbente adulterio, ya que es un episodio inédito en su confortable y tranquila vida matrimonial. En la cuarta página del relato, una desastrada y ordinaria mujer, que dice ser novia o amante también del pianista, le aguarda en el portal de la vivienda, le cierra el paso y, con bruscas palabras, la amenaza. Irene, en un impulso al borde del síncope, le da todo su dinero. Comienza un chantaje. Y aquí hay que dejarlo.
Comienza un chantaje, sí, y comienza el derrumbe emocional de Irene, que comprende que su desahogada vida está en peligro si su marido llega a enterarse, esa vida burguesa y plena de bienestar económico y afectivo que ella no apreciaba hasta ahora, que incluso le hastiaba en cierto modo, que no mimaba lo suficiente en lo relativo al cuidado de sus hijos y de su esposo, desconocidos en lo profundo por ella. ¿Cuál será la reacción de su marido si tiene conocimiento de su aventura? ¿Y la vergüenza?, ¿y el escándalo? ¿Hasta dónde será capaz de llegar la horrible chantajista?
La novela es, primordialmente, un vertiginoso y agobiante terremoto psicológico. Zweig, por supuesto, introduce con su mano maestra de argumentista episodios que van haciendo insoportable la tensión, que complican y aumentan la intriga y el suspense hasta el fogonazo final, pero lo principal ocurre en la cabeza de Irene y en su asaltado sistema nervioso.
Zweig tiene un acreditado dominio de lo psicológico, del mundo interior de sus personajes, y los dosificados y evolutivos detalles de las cavilaciones de Irene están servidos con gran perspicacia y con minuciosa pertinencia. Y con el nada desdeñable complemento de fijar un retrato de la mentalidad y de la vida burguesas, en contraste (no muy remarcado) con la actitud bohemia del pianista y (más visible) con la condición de proletaria marginal de la chantajista.
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El miedo –palabra que se repite mil veces en la narración– quiebra a Irene y se contagia al lector, que no puede abandonar la lectura. El miedo y sus ingredientes y estrategias singularizan esta novela corta que, por lo demás, no está lejos, en lo que se refiere al protagonismo de una mujer envuelta en una perturbadora y destructiva pasión amorosa, de otras celebradas novelas de Stefan Zweig. Pienso en Ardiente secreto (1911), Amok (1922), Carta de una desconocida (1922) y Veinticuatro horas en la vida de una mujer (1929), tan fértiles para el cine, todas ellas también publicadas por Acantilado.
Miedo, como era previsible, ha tenido hasta el momento tres versiones cinematográficas. Además, Gonzalo Suárez tomó ecos de su argumento para Oviedo Express (2007). La más significativa adaptación al cine de Miedo sigue siendo La paura (1954), firmada por Roberto Rossellini e interpretada por Ingrid Bergman en el papel de Irene. El genio italiano modificó la novela, la llevó a un terreno más moral y no logró el favor ni del público ni de la crítica. Alfred Hitchcock hubiera sido un gran director para Miedo.
Leamos unas líneas de la novela: “…Y cuando después de media hora de ardiente conversación lo abandonó sin ofrecerle la menor muestra de ternura y sin haber prometido nada en absoluto, un extraño sentimiento ardía en su interior, un sentimiento que no había vuelto a tener desde que era una muchacha. Era como la brasa que arde sin llama, oculta en el fondo, esperando que el viento avive el fuego y surja una hoguera que se levante por encima de las que la rodean”.
Ya he destacado algunas virtudes del Zweig novelista, buen psicólogo y creador de eficaces argumentos y paisajes humanos. Zweig, reconocido memorialista, biógrafo, ensayista, poeta y dramaturgo también. Sin embargo, Zweig fue considerado durante años un novelista destinado al consumo masivo. Terrible etiqueta: “novelista de estación”. En el párrafo que he seleccionado –y hay incontables como ése en Miedo– puede encontrarse la causa de ese desdén: resuenan ahí la música y la letra de un folletinista.