La sinfonía esperpéntica de Manuel Longares
[caption id="attachment_1749" width="560"]
"Septimino y Corchea habían nacido para odiarse, vivían haciéndose daño y lo que una ideaba procuraba desarticularlo la otra. Los de Corchea éramos más, pero Septimino tenía mayor influencia entre los poderosos".
Es muy probable -posible, al menos- que la rivalidad perenne y feroz entre los septiminos y los corcheas y sus respectivas asociaciones sea en Sentimentales metáfora de la supuesta bronca secular entre las dos Españas, perfiladas por su pertenencia a clases sociales enfrentadas.
De ser así, Sentimentales, la última novela de Manuel Longares (Madrid, 1943), adquiere, bajo su apariencia de selecto divertimento, un oblicuo cariz político, desmenuzado en la multitud de anotaciones que su argumento y su trama contienen.
El caso es que, si nunca la abandonó del todo, Manuel Longares intensifica ahora su adscripción a las fuentes de la tradición y la cultura popular española, evidente en sus primeras novelas, La novela del corsé (1979) y Soldaditos de Pavía (1984). Longares, de nuevo, se apropia de los subterfugios del costumbrismo para parodiarlo, para burlarse de él, introduciendo una mirada crítica que lo desnuda, primero, y lo descuartiza después jugando con sus propias armas, sean la complacencia o la cursilería.
Sobre la ocasión insinuada de pintar un amable fresco de personajes y costumbres de la ciudad provinciana, Longares se salta el trámite de acerar un realismo definidor de las pestilencias del burgo podrido y desemboca, con un arsenal de recursos desbordante, en un desaforado esperpento, contenido, eso sí, por el cincelado exhaustivo del lenguaje que, en singular cabriola, al tiempo que evita el desparrame provoca una furiosa pirotecnia.
Citas musicales y culturales de conocimiento compartido, juegos de palabras, frases hechas desventradas, añeja jerga familiar e invención verbal, todos los instrumentos de la lengua y del lenguaje que puedan servir para la distorsión sañuda de lo real sin perderlo de vista son utilizados por Longares, con gran exhibición de músculo literario, para acceder con abrasivo humor al retrato de un paisaje de pesadilla. No es el que vemos por la ventana, pero, paradójicamente, es el nuestro, porque, si no el físico, es el mental.
Sentimentales (Galaxia Gutenberg) se desarrolla en una capital de provincia en la que la música todo lo ocupa y todo lo nombra. La excelencia presumida con tan alto nivel de cultura y sensibilidad se sustancia, sin embargo, en un continuo despropósito y una continua calamidad. Septiminos y corcheas, bajo un partidario y represivo autoritarismo policial, andan a la gresca a toda hora, malogrando lo mismo la novedad de un concierto de vanguardia, los amores imposibles entre un pianista "montesco" y pobre y una flautista "capuleta" y rica o el rescate de un resurrecto y glorioso cronista de las incomparables maravillas locales.
El romance entre el corchea Angelín y la septimina Armonía tiene mal pronóstico entre la hiperestésica sociedad provinciana -descrita en todos sus gremios, menestrales o no-, pero, para mayor dislate, el sicalíptico acoplamiento de los amantes, amén de a las dificultades del escenario y a los abismos entre alcurnias muy disímiles, estará dificultado también por los trastornos psicofísicos, nada raros en una ciudad donde los proliferantes cojos forman banda aparte.
Dejando a un lado el interés de las metáforas e, incluso, de las alegorías -si las hubiere-, Sentimentales es, como se ha sugerido, una apetitosa zarzuela de los más sabrosos mariscos del léxico, servidos en revuelto de crudos, cocidos y a la plancha, según hagan más por contribuir ora a la ironía, ora al disparate, ora a volver del revés lo que parecía encararse por el derecho.
Por ejemplo, y hablando de la aristocrática Armonía: "Encendida al sol de la mañana la evoco, musa de aquella soledad, con chaqueta campera, bolso de mariconeja, sujetador abacial, taconazos de cumplido, broche de pajarita, sortijas superlativas y una pulsera en su izquierda, más propia de una gitana que del flautista de Hamelin. En resumen, apta para hundirse en la mina o trepar al Himalaya, pero inadecuada para maniobras prematrimoniales".