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Fernando Pessoa[/caption]

Mientras en el Reina Sofía continúa la excelente exposición dedicada a Fernando Pessoa (1888-1935), Nórdica publica, con traducción de Xesús Fraga, Una cena muy original (1907), una “nouvelle” escrita por el portugués a sus diecinueve años, en inglés, cuando todavía era estudiante y, viviendo en Sudáfrica, se inventó uno de sus numerosos y juguetones heterónimos, Alexander Search, con el que, además de firmar esta obrita, escribió poemas y cartas a sí mismo.

Obrita, sí. Obrita de juventud, de buen estilo literario e intención satírica, con inclinación hacia lo siniestro, a la que, por lo visto, no he terminado de pillarle ni el chiste ni el intríngulis.

Transcurre en Berlín, y a propósito de chistes, la cosa empieza –y prosigue– con el un poco tonto de llamar herr Prosit –¡salud! o chinchín, en alemán– al personaje protagonista, el presidente de una cofradía de amigos que, en formato de sociedad gastronómica, se reúne periódicamente a comer y a beber. El tal herr Prosit, un tipo grosero y zafio, pero que nunca se enfada, se siente agraviado por cinco jóvenes durante una discusión, de resultas de lo cual invita a dichos jóvenes y al resto de sus amigos a una misteriosa cena sobre la que nada revela y que promete que será muy original. Es más, reta a todos a que, a su término, se pronuncien sobre donde ha radicado la originalidad del banquete, asegurando ufano que les será muy difícil averiguarlo.

A los convidados puede que les resulte difícil, pero el lector mínimamente espabilado, y que está a la caza de pistas desde que herr Prosit hace su anuncio, adivina muy pronto en qué va a consistir la cacareada originalidad.

Al comenzar a leer Una cena muy original, pensé que el joven Pessoa nos iba a proponer con su interclasista peña gastronómica, no sé, una metáfora de la sociedad literaria o artística, o una metáfora de la sociedad burguesa o de la sociedad en general o, quién sabe, una parodia de ese culto colectivo a la comida y a la bebida, que ahora está tan en auge. Leídas algunas páginas, pensé también que habría de conformarme con un poderoso retrato de herr Prosit.

Hay apuntes sobre algo de todo eso, pero, una de dos, o esta vez yo he estado en Babia mientras leía, o la novelilla juvenil del gran Pessoa adolece –cosas de la edad– de una flagrante carencia de sustancia.

En un momento del primer tercio del relato, cuando el lector está en trámites de decidir si empieza o no a impacientarse, escribe Pessoa/Search: “Ahora resulta obvio, por tanto, que el atractivo –por llamarlo de alguna forma– de Prosit radicaba en lo siguiente: en no ceder a la ira, en su empeño por agradar, en la peculiar fascinación que despertaba su ruda exuberancia, incluso quizás, por último, también en la intuición inconsciente del tenue enigma que encerraba su personalidad”.

Vale. ¡Oído cocina! La palabra clave es enigma. Seguiremos leyendo con la doble convicción de que nos va a tocar especular sobre la resolución de una incógnita –lo cual puede ser entretenido– y, ay, de que debemos aguardar al desenlace para confirmar nuestras sospechas o para llevarnos un sorpresón.

Una cena muy original es un relato entretenido, pero poco. Poco entretenido. Junto al elaborado estilo literario y a puntuales chorritos de humor, nos resignamos a que nos entretengan nuestras especulaciones y nos deje atónitos la cada vez más evidente sorpresa final, en la que Pessoa/Search parece cifrar el impacto y quién sabe si el sentido de su relato.

Es verdad que muchos cuentistas, y algunos muy ilustres –pienso en el gran O. Henry, se reservan para el ultimísimo momento un giro fulgurante e imprevisto. Pero, en efecto, el vuelco final es de todo punto inimaginable –lo que no es el caso– y, sobre todo, mientras tanto, ponen sobre la mesa –que tampoco es el caso– muchos elementos y lances que tienen interés por sí mismos.

Las cenas familiares, de amigos o de miembros de un club han dado mucho juego, sobre todo en la literatura británica, a la que Pessoa/Search parece querer adscribirse. Sin ir más lejos y sin salir de Nórdica, pienso ahora en La cata (1945), de Roald Dahl, tan divertida y oscura. Pero se ve que el joven Pessoa todavía estaba verde y buscaba su camino. Search: buscar. Otro chiste.