Un triángulo de estrellas rutilantes quitó brillo y luz a la vida y, sobre todo, a la obra de Silvina Ocampo (1903-1993): su hermana mayor, Victoria Ocampo; su marido, Adolfo Bioy Casares y su amigo, y cotidiano compañero de su esposo, Jorge Luis Borges. Se supone que el tiempo ha ido colocando en su lugar, entre la crítica, los historiadores y los lectores, a Silvina, hasta reconocer la importancia de su producción literaria como poeta, cuentista y novelista (sólo dos novelas, más otra a medias con Bioy).
La escritora Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) titula La hermana menor (Anagrama), su “retrato” –según reza el subtítulo: “un retrato”– de Silvina Ocampo. Un retrato, como dando a entender que hay otros posibles y que el suyo es muy personal. Enríquez no le llama “biografía”, incidiendo indirectamente en su carácter subjetivo. Pero el libro cumple también sobradamente como biografía. Al titular La hermana menor, la autora de Los peligros de fumar en la cama (2009) bien puede querer significar que Silvina fue, objetivamente, la menor de las seis ricas y aristocráticas hermanas Ocampo y también que Silvina ocupó, en su momento, esa posición frente a los nombres mayores de la literatura argentina de su época, en buena medida vertebrada en torno a la revista y editorial Sur, que fundara Victoria, la hermana mayor en todos los sentidos.
Lo primero que es preciso decir, creo yo, es que La hermana menor, sea retrato o biografía, es una obra literaria mayor, autónoma, que se lee por sí misma (fastidia utilizar el tópico) como la mejor y más absorbente de las novelas.
Cuaja, en efecto, un retrato acabado de Silvina y cuaja una peripecia desplegada en un tejido argumental entreverado: Silvina, su hermana mayor, su marido, sus amigos, sus amantes –¿su suegra?, ¿su sobrina adolescente?, ¿Alejandra Pizarnik?–, su actividad literaria, su país, su época… Enríquez ha utilizado con exhaustividad las más variadas fuentes documentales: libros y textos sobre Silvina, artículos de prensa, testimonios bibliográficos, fuentes directas recabadas por ella misma entre quienes conocieron a la escritora, lo que Silvina dejó dicho y escrito, los diarios de Bioy… El acopio de fuentes es abrumador, pero la grandísima habilidad de Mariana Enríquez ha consistido en integrarlos sin que pesen, sin que adquieran sesgo académico o erudito, sino, al contrario, logrando que fluyan conformando un gran reportaje literario, al borde mismo de una obra de ficción, acorde con el aroma novelesco que, a no dudar, desprende la figura y la peripecia vital de Silvina Ocampo. Y lo ha hecho, por supuesto, moviendo la muñeca, esto es, preservando siempre, pese a la presencia de datos y referencias, el carácter literario de la escritura. Retrato o biografía, La hermana menor es un estupendo modelo de cómo abordar, para el placer del lector, la reconstrucción de una vida y la valoración crítica de una obra.
Leamos un ejemplo tempranero de esta pericia de Mariana Enríquez, que se referirá a continuación tanto al primer libro de cuentos de Silvina, Viaje olvidado (1937) como a su póstuma autobiografía de la infancia, Invenciones del recuerdo (2006): “Gran parte de la literatura de Silvina Ocampo parece contenida allí: en la infancia, en las dependencias de servicio. De allí parecen venir sus cuentos protagonizados por niños crueles, niños asesinos, niños asesinados, niños suicidas, niños abusados, niños pirómanos, niños perversos, niños que no quieren crecer, niños que nacen viejos, niñas brujas, niñas videntes; sus cuentos protagonizados por peluqueras, por costureras, por institutrices, por adivinas, por perros embalsamados, por planchadoras”.
Mariana Enríquez nos está informando de la importancia de la infancia en la vida y en la obra de Silvina Ocampo (y también de su mirada extraña y de los extraños ingredientes de su producción cuentística), pero al utilizar ese estilo literario, con recurso a una mezcla de la anáfora y la aliteración, deja patente su voluntad de separarse de la escritura funcional (incluso estimable) de cualquier biógrafo al uso.
Victoria Ocampo, Bioy Casares, Borges… Ya señalé a los tres grandes co-protagonistas del relato de Enríquez, cuyas resonancias casi míticas no requieren mayor comentario para interesar al lector de este libro. Y las parcelas, alrededor, que el libro va ocupando, poco a poco, sin olvidar las polivalentes y, a veces, compartidas relaciones afectivas y sexuales de Silvina y del guapo y once años más joven “Adolfito” Bioy Casares. El incesto, la bisexualidad, las numerosas infidelidades… Episodios, anécdotas, frases taladrantes o deslumbrantes… Pero, junto a la descripción y el enfoque de la obra literaria de Silvina, lo que logra Enríquez es erigir todo un personaje, vertebrarlo desde dentro y quitarle el velo que la ha cubierto por fuera. En la portada, muy certeramente, aparece una fotografía de Silvina Ocampo con unos grandes y bellos ojos, su mano izquierda tapando su boca y buena parte de su nariz. La expresión serena de una mujer burguesa, elegante y hermosa. Podríamos decir que Mariana Enríquez retira esa mano y hace aparecer la fea y prominente nariz de Silvina, y entonces, sin que se pierda la belleza básica de su inteligencia y su talento, nos va mostrando a la mujer compleja, imprevisible, caprichosa, sufriente, tantas veces cruel, perversa y anómala. A la mujer que siempre parece estar jugando con todo y con todos. Y con fuego.