La muerte de su padre y la consiguiente ruina familiar truncaron las expectativas formativas y profesionales de Herman Melville (1819-1891), quien, buscándose la vida en diversas direcciones, se embarcó como marino en varias ocasiones. Fruto de sus experiencias en el mar –a veces, aciagas- fueron cuatro o cinco de sus novelas y, entre ellas, la más célebre de todas, Moby Dick (1851).
Cuatro años después de este clásico de la literatura –un desolador fracaso, en su momento- y dos años después de su afamado cuento Bartleby, el escribiente, Melville, muy tocado en su fortuna y en su estado de ánimo, publicó Benito Cereno, que ha editado Nórdica con traducción de Maite Fernández e ilustraciones de Elena Ferrándiz. De Benito Cereno existe una versión cinematográfica de título homónimo, dirigida en 1969 por el francés Serge Roullet y protagonizada por el actor y director brasileño Ruy Guerra.
Melville se basó esta vez, tras haberse documentado, en un suceso histórico acaecido en 1804, cuando Benito Cerreño, capitán español de un barco negrero, fue socorrido, frente a las costas de Chile, por el también capitán Amasa Delano, que comandaba un buque norteamericano dedicado al comercio y a la caza de focas.
El americano, que acababa de fondear en un puerto isleño, se percató de que el navío español, muy cercano a su posición, se encontraba inmovilizado en una situación fantasmagórica y embarazosa y decidió prestarle ayuda personalmente desplazándose hasta él en un bote provisto de agua, alimentos y otros útiles.
El habitual repaso a la contraportada del libro descubre al lector que en el navío español se había producido una revuelta de los negros africanos que eran transportados para ser vendidos como esclavos en Estados Unidos. No daré más detalles. El caso es que el capitán Delano no conoce tal circunstancia y que, inmediatamente, juzga lamentable e incomprensible el estado en el que se halla su colega español, encuentra dudosas las explicaciones que éste le da y juzga muy anómalo el comportamiento de los negros que rodean a Cereno y de los escasos miembros de la tripulación española que se dejan ver. Los negros, claro, tratan de disimular (con éxito) que tienen el control del barco y amenazada a su marinería, mientras que el capitán norteamericano especula, en variadas e incluso opuestas direcciones, sobre lo que realmente puede estar sucediendo allí.
Podrá parecer frívolo decirlo, pero, en primerísima instancia, y al modo de ciertos relatos policíacos, Benito Cereno es una magnífica, graduada y agobiante narración de suspense, pues la acción transcurre en un “huis clos” de difícil escapatoria –el barco y sus dependencias-, la tensión es constante y se percibe que puede estallar de manera inopinada y violenta. En cierto manera, el capitán Delano, metido en la boca del lobo, debe discernir, al modo de un detective, mediante pesquisas de delicada naturaleza y creciente riesgo, qué ha sucedido y qué sucede allí.
Pero, claro, no parece probable que la intención de Melville fuera, lidiando en el terreno de la aventura en el mar, poner en pie un tipo de relato, con técnicas de dilatación de la acción y procedimientos de investigación, que hoy reconocemos como propio de cierta literatura contemporánea de género. Aunque nunca se sabe.
Así las cosas, se ha interpretado Benito Cereno como una recusación del racismo y del esclavismo, pues en su momento –y hoy- la inversión de las funciones de los traficantes y los negros puede llevar a reflexionar sobre la radical injusticia e inhumanidad de la trata de esclavos. O, incluso, ampliando el foco, del sometimiento de una clase social por otra. También se ha intuido una intención metafórica, posibilidad plausible en el autor de Moby Dick, destinada a vehicular alguna suerte de discurso filosófico sobre la verdad y las apariencias, sobre la libertad y, en definitiva, sobre la condición humana, atrapada en la celda de una representación en la que los papeles a desempeñar ni se corresponden con la realidad íntima de los personajes ni contribuyen a esclarecer la verdadera naturaleza de sus deseos.
Sea como fuere, y detectando la visión negativa sobre los españoles –imperio, colonias- que entonces -¿y ahora?- parece que circulaba por el mundo, Melville construye una poderosa relación dialéctica entre Cereno y Delano, con el juego ambivalente de amigo/enemigo de por medio, y también, en el caso de Cereno, el tremendo retrato de un hombre disminuido y enfermo.
Si la prosa de Melville se revela magistral en la descripción pictórica del paisaje, en el manejo del tiempo y de la intriga, en la creación de atmósferas y, como cabía esperar debido a su experiencia, en el uso de la jerga relacionada con la navegación, lo más brillante es la indagación psicológica, la construcción interior, sobre todo, del patético y desgraciado Benito Cereno y las cábalas y conjeturas que sobre su situación se hace el bienintencionado y solidario capitán Delano. Con su relativa brevedad, Benito Cereno es una obra mayor, que captura, primero, y se adhiere después a la memoria sensible del lector.
Escribe Melville: “…igual que el calor y el frío intensos, aunque distintos, producen sensaciones similares, igual sucede con la inocencia y la culpa cuando, por una asociación casual con la pena, al imprimir una marca visible, usan el mismo sello: el padecimiento”.
La inocencia, la culpa, la pena, el padecimiento. El padecimiento del inocente y el padecimiento del culpable. Herman Melville no se priva de inyectar en el músculo de su narración esta clase de consideraciones breves, que apuntan al territorio de la enfermedad moral y del pesimismo existencialista.