Max-Frisch

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Tengo una cita por Manuel Hidalgo

La vida militar contada por Max Frisch

Su preocupación por la identidad y por las relaciones entre el individuo y el grupo se observa muy bien en 'La cartilla militar'

2 julio, 2019 10:25

Sabido es que Suiza y los suizos ofrecen algunas peculiaridades históricas, de organización, de comportamiento y de carácter que no dejan de llamar la atención de sus vecinos europeos. Es una anécdota, pero es curioso que, en el pequeño país de Heidi, los tres escritores más relevantes del siglo XX sean los conspicuos Robert Walser, Friedrich Dürrenmatt y Max Frisch, exponentes, en su conjunto, de la delgada línea que puede llegar a separar la farsa de la tragedia.

Arquitecto, ingeniero y hombre de letras, Max Frisch (1911-1991) también fue un tipo peculiar, dotado por igual para el humor y para el drama. En el último tercio del siglo pasado, las grandes novelas de Frisch -No soy Stiller (1954), Homo Faber (1957)…- gozaron en España de la atención de los lectores exigentes. Después, parece haber decaído aquí el interés por sus novelas, mientras que se mantiene alta su consideración como dramaturgo: La muralla china (1946), Don Juan o el amor por la geometría (1953), Biedermann y los incendiarios (1953) y, claro, Andorra (1961).

Crítico social y político, filósofo de la existencia, la preocupación de Frisch por la identidad y por las relaciones entre el individuo y el grupo se observa muy bien en La cartilla militar (1974), que acaba de editar Las afueras con traducción de Luis González-Hontoria, libro construido sobre fragmentos en el que, mediante viñetas de sucesos y personajes, reflexiones y anotaciones en primera persona a modo de dietario, el escritor evoca, muchos años después, su paso por el ejército suizo. Obra autobiográfica y confesional en gran medida, por tanto.

La cartilla militar es un libro altamente interesante. La literatura sobre la milicia que más ha trascendido en el último siglo tiende a alzar la voz, o a satirizar crudamente, o a recusar críticamente, o a conmover sentimentalmente -o todo a la vez-, exhibiendo una posición abiertamente pacifista y antimilitarista.

El libro de Frisch está repleto de observaciones sobre la cotidianidad, los hábitos, los rituales, las instrucciones, los quehaceres, la mentalidad, las órdenes etc. propias de la vida militar, con inclusión de anécdotas y episodios ilustrativos, con retratos de oficiales y soldados y, en tal sentido, con apuntes sobre las diferencias entre quienes mandan y quienes obedecen. Hasta tal punto que, en una aproximación vulgarizante, podríamos decir que de La cartilla militar se desprenden muchos consejos y recomendaciones: no significarse, no preguntar o no separarse del grupo son algunas de ellas.

Sin embargo, y por más que cada lector pueda -y podrá- detectar en todo ello el absurdo, la deshumanización u otros inconvenientes, limitaciones, renuncias y vejaciones propios de la práctica militar, Frisch no denuncia con énfasis nada. Esto tiene que ver con su estrategia narrativa, con su escritura, con la virtud literaria más sobresaliente del libro: un estilo que, sin carecer de intención, brilla por su laconismo, por su frialdad objetivista. Toda una lección para quien desee llegar a escribir, a transmitir emociones e ideas sin determinar la interpretación del lector. Todo cae por su propio peso -el que sea- y con una prosa tan económica -lacónica, incluso- como bella.

Pero hemos dicho que La cartilla militar contiene reflexiones. Y no son pocas. ¿Es posible reflexionar sobre algo anulando todo punto de vista y toda conclusión? Claro que no, pero se puede hacer en un tono, interesante para la escritura y para el lector, de distanciamiento, de un distanciamiento que no excluye la ironía, pero tampoco la potencia. Veamos, para terminar, dos de esas reflexiones, que apuntan en diferentes direcciones.

Frisch dice que, según su experiencia, el ejército confunde la disciplina con la obediencia. Se explica: “El ejército, apoyándose en la posibilidad de imponer castigos, solo alcanza la obediencia. La disciplina tiene su origen en una voluntad libre”. Y concluye con estas líneas: “…toda persona adulta sabe que la disciplina (lo que merece ese nombre) exige más esfuerzo que la obediencia, la cual no surge de un interés personal y consiste solamente en comportarse con astucia para evitar ser castigado. La disciplina está estrechamente relacionada con nuestras convicciones, con nuestra conciencia y nuestra madurez”.

Ésta es una reflexión con validez también, sin duda, fuera del ejército. Y ahora viene otra, de otra índole, muy de utilidad para ilustrados y desde que el servicio militar no es obligatorio. Escribe Frisch hacia el final de su libro: “No me arrepiento de haber estado en el ejército, pero creo que me arrepentiría si no hubiese estado allí. Todos aquellos que poseen la misma formación que yo (después de pasar por el colegio, la universidad o la escuela técnica superior confederada) apenas tienen otra ocasión en sus vidas que les obligue a no mirar la sociedad de arriba a abajo”.

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