José Carlos Llop (Palma, 1956) abre Oriente (Alfaguara) –después de la magnífica Reyes de Alejandría- con una cita de The Spy, una canción de The Doors incluida en su álbum Morrison Hotel (1970): "I’m a spy in the house of love", frase tomada literalmente del título de una novela que Anaïs Nin publicó en 1954.
El narrador de Oriente es también un espía en la casa del amor. Como todo espía no sólo es un agente externo que investiga una situación para informar de ella, sino que es también un protagonista del interior de esa situación. Así, el narrador de Oriente investiga sobre el amor, la pasión y el deseo –en el contexto de la memoria, el paso del tiempo y la muerte- y vive el amor, la pasión y el deseo. Lo primero, amén de una incursión historicista en la peripecia de grandes amantes, propicia toda una hermenéutica, que Oriente sea todo un tratado –un formidable tratado- sobre el amor, la pasión y el deseo. Lo segundo lleva a que Oriente sea –quiera ser- la novela sobre el amor, la pasión y el deseo que su protagonista, un profesor universitario especializado en estudios biográficos, no se siente capaz de escribir. Pero la escribe.
Expulsado de casa por su mujer, residente en un antiguo convento convertido en hotel, el narrador se percibe a sí mismo como "un fin de raza sin raíces, un hombre desplazado". Desplazado como lo estuvo en el Ponto Ovidio, el autor de Ars amandi, a quien dedicó su tesis y al que citará reiteradas veces como a otros desplazados por causa del amor.
La investigación del narrador tiene dos planos convergentes. De un lado, las historias de amor vividas por sus padres, ambos ya fallecidos, dos personas cosmopolitas, con amplio mundo y recursos, que estuvieron mucho tiempo juntos –aunque llegaron a separarse- pese a vivir constantes aventuras extramatrimoniales y saber cada uno –aunque no necesariamente con detalle- de las peripecias amorosas que vivía el otro. Esas aventuras y peripecias, con unas cartas hasta ahora ocultas de por medio, tienen como núcleo esencial la historia de amor que ambos compartieron con otros dos personajes, el escritor y diplomático fascista Paolo Zava (amante de la madre, amigo del padre) y la periodista polaca y judía Sara Gorydz (amante del padre y de la madre), cuyo matrimonio sirvió para salvar la vida de ella, amenazada por los campos de exterminio nazis en la II Guerra Mundial.
Esta trama novelesca de los padres y sus dos principales amantes, amén de servir para evocar sus figuras –y la de la abuela llamada Ponga un Poco de Todo- y, digamos, la genética y la atmósfera afectiva familiar de la que es resultado el narrador, incentiva y se relaciona con la indagación que el especialista en Estudios Biográficos hace en las historias de otros grandes amantes, inmersos en dobles vidas amorosas y condenados también, desde la escisión, al desplazamiento. Entre otros, Ernst Jünger, Rainer Maria Rilke, Ian Fleming, Graham Greene y Dionisio Ridruejo, a quien el narrador, en pirueta novelesca, señala como posible amante de su madre.
Hay otros personajes conocidos, históricos, que integran el friso y que, al estilo culturalista de Llop, sustentan una exposición completada con profusión de ilustrativas citas y alusiones a la literatura, la pintura, el cine o la música. Y las ciudades. Todo ello vertebra un componente ensayístico, en el que el reportaje histórico de mesa se funde tanto con una brillante revelación de los pormenores del amor, la pasión y el deseo como con vetas de una escritura erótica de alto voltaje poético y sexual.
"Fúmame", le dirá Miriam, joven alumna de la universidad, al ya maduro narrador. Y, así, Llop se adentra en la otra veta de su relato: la relación apasionada que su protagonista vive fuera de la relación que mantiene con su pareja, Ana, y que determinará su expulsión de casa. A mi juicio, el triángulo formado por el narrador, Miriam y Ana es la parte de Oriente que Llop atiende menos. Entregado como está su narrador a recordar a sus padres, a saber más de ellos, a realizar su excursión investigadora por las historias de los grandes amantes y a formular cuanto deduce de todo ello, los personajes de Miriam y, sobre todo, Ana quedan un tanto opacados.
Dije que Oriente es un formidable tratado sobre el amor, la pasión y el deseo, y así es. El despliegue de reflexiones que hace al respecto Llop es abrumador, interesante a más no poder, y el lector de Oriente estará tentado de subrayar y retener muchísimas ideas. Entre ellas, tal vez sea medular una que implica una visión pesimista o fatalista: no sólo el amor es un desorden, sino que la cúspide de su intensidad anuncia su imposibilidad, su declive, su final. Pero esa cúspide es un imán inevitable, es irrenunciable querer vivirla.
Pero el tiempo pasa. El Occidente del amor, de la pasión y del deseo es la juventud y, con la edad madura, se llega al Oriente que el título del libro nombra, "y sabes que en la vida aguarda ahora la última travesía del desierto". En este gran artefacto narrativo y de pensamiento que es Oriente cabe, como es fácil deducir ahora, la metaliteratura. Y llega, desde dentro, esta reflexión de José Carlos Llop sobre el amor, la novela y su novela: "¿Qué lugar ocupa el otro amor, el de la vida ordenada y la lealtad, ese amor que bendice los días y es profundo y complejo e incomprensible en su duración como no lo es ningún otro? ¿Y si la novela que no puede escribirse es precisamente la del amor cotidiano, pues los cánones amorosos que hemos inventado en Occidente no le dejan más sitio que aquel que está en relación con la pérdida de la pasión?"