A falta de poder ser testigos y beneficiarios directos de la ansiada floración primaveral, con su apoteosis en mayo, podríamos muy bien conformarnos con saborear a modo de aperitivo De natura florum, un libro para leer y mirar con mucho detenimiento, casi con la necesidad de aspirar su sugerido perfume. Con inspirada traducción de Alejandro G. Schnetzer y con espléndidas ilustraciones de Elena Odriozola, Nórdica ha editado los breves textos que la simpar -muy pocas como ella- escritora brasileña Clarice Lispector (1920-1977), de origen ucraniano, publicó en abril de 1971 en Jornal do Brasil, periódico en el que colaboró con asiduidad. Su lectura nos servirá también de anticipo de otras que habrán de llegar, a buen seguro, conforme se acerque el 10 de diciembre, fecha en la que se cumplirá el centenario del nacimiento de Lispector.
El libro se abre con un diccionario de términos que define el néctar, el pistilo, el polen, el estambre y la fecundación de las flores. Contiene tenues ecos eróticos y previene de la atribución de las flores a lo masculino o a lo femenino que luego se desarrolla y concreta.
Las flores después contempladas son las siguientes: la rosa, el clavel, el girasol, la violeta, la siempreviva, la margarita, la palma, la orquídea, el tulipán, la flor de los trigales, la angélica, el jazmín, la estrelicia, la azalea, la dama de noche, la flor de cactus, el edelweiss, el geranio, la victoria regia y el crisantemo.
¿Es De natura florum un poemario? Pues sí y no. Los textos se presentan en formato de poema, sin medida constante o canónica, sin ninguna clase de rima, aunque con una cadencia a descubrir y degustar. ¿Prosa poética? Trillado y resbaladizo concepto. El lector decidirá si una cierta e indudable fragancia poética hace reductibles los textos a la condición de poemas, textos antojadiza o selectivamente descriptivos, emparentados a veces en parte con la greguería, el haiku o la definición enciclopédica trascendida, con rastros de una objetividad engañosa y huellas abundantes de una subjetividad tan escueta como de alargada sombra, textos puros y sensuales, de compresión borgiana, con quiebros sorprendentes, con concentrados de significado que, en realidad, buscan una expansión más allá de lo que en concreto dicen y más allá de las imágenes que proponen. Aquí está, sin duda, el ingrediente filosófico, especulativo, que los lectores de Clarice Lispector bien conocen y la manera económica de abrirse, con chispazos de humor contenido, a amplitudes por explorar.
¿Adónde quiere ir a parar Lispector, por ejemplo, cuando, hablando del tulipán, escribe: “Sólo es tulipán en un vasto/ campo cubierto de sus flores,/como en Holanda. Un único/ tulipán, simplemente no lo es”?
Hay que decir que la ilustradora Elena Odriozola ha hecho un extraordinario trabajo. Sus ilustraciones de doble página están perfectamente religadas a los textos y, a la vez, merecen o aspiran a una autonomía. Odriozola dota al libro de una ilusión de movimiento y aire libre, traduce o interpreta con fidelidad a Lispector y ha optado, con gran pericia e inteligencia, por convertir en hombres y en mujeres a las flores, por antropomorfizarlas -perdón, fea palabra-, es decir, por plasmar visualmente, con perfecta unidad de estilo, los apuntes sobre la feminidad o masculinidad de las flores que Lispector realiza y a los que me referí al comienzo.
No puedo -ni debo, creo- evitar la tentación de transcribir un texto completo. Para que el lector se haga una idea clara. Sobre el clavel: “Tiene una agresividad que proviene/de cierta irritación. Las puntas de/ sus pétalos son respingadas/ y ásperas. El perfume del clavel/ es en cierta manera mortal./ Los claveles encarnados gritan/ con violenta belleza. Los blancos/ recuerdan el ataúd de una criatura;/ entonces su aroma se agudiza”.
Es De natura florum un precioso libro y también un hermoso objeto. En su brevedad está la dimensión de su grandeza. Leerlo y mirarlo despacio no es un requisito práctico para que su lectura no sea demasiado efímera, sino una condición que el libro pide para disfrutarlo y comprenderlo. Para pensar, sentir e imaginar con él. Para volver a él. Como se vuelve a un jardín.