El perro de Mijaíl Bulgákov
En 'Corazón de perro' el escritor propina hilarantes mamporros al sistema soviético, a su régimen de vida y a su pretensión de transformar a los ciudadanos en hombres nuevos y ejemplares
Con su carácter de fábula satírica de primordial intención política, ¿podríamos decir también que Corazón de perro (1925) es una novela de Ciencia-Ficción con aparentes hechuras de “serie B”? Sonará raro atribuir esa adscripción genérica a una obra de Mijaíl Bulgákov (1891-1940), canonizado muy justamente como escritor mayor gracias a El maestro y Margarita (1928-1940), pero lo cierto es que sí, que, en principio, podemos barajar esa etiqueta.
Sobre lo inusitado de los experimentos científicos con animales -de corte eugenésico- del eminente y privilegiado Filíppovich Preobrazehnski -trata a los jerarcas del régimen soviético-, se añade la sombra de su condición de “científico loco” -y de mad doctor-, lo que nos remite a las tipologías de la Ciencia-Ficción y, sin más deliberaciones y como no tan remota fuente inspiradora, a La isla del doctor Moreau (1894), de H.G. Wells.
Nuestro doctor se adueña de un miserable y escaldado perro callejero -a quien llamará Shárik-, obsesionado con depredar gatos, lo traslada a su imponente y lujosa vivienda-clínica y, tras un período de positiva adaptación, prometedor engorde y constatación de las dotes intelectuales del can, lo somete, mediante arriesgada trepanación craneal, a la implantación de órganos procedentes de un humano. Antes de que se consume tal intervención, ya empieza la diversión en la novela por el comportamiento del perro y su impacto sobre el médico y su inevitable ayudante y discípulo -el doctor Bormental-, sobre el servicio de la casa -cocinera y doncella-, sobre la clientela y la marcha habitual de la clínica y sobre el vecindario proletario y sus comités de viviendas, primeros zurriagazos críticos a las “conquistas” y al sistema soviético, que son el objetivo principal de la novela.
Digamos que, como le sucediera, en otra órbita y en otro tono, al no menos visionario doctor Frankenstein, algo sale mal en la delicada y casi mortal operación, algo no en balde relacionado con la tesitura del “donante” humano de órganos: ladrón, expresidiario, simpatizante comunista y alcohólico. El perro Shárik, encaramado ya sobre sus patas traseras, con el don del habla y otras apariencias y dones rabiosamente humanos, calzado y vestido de lo más correcto, pasará por una fase -nunca extinguida del todo- como borracho y asaltante sexual hasta convertirse en un probo funcionario de la limpieza del Estado y en vindicativo comunista. En todo este desternillante itinerario -cuyos perturbadores jalones y cuyo desolador desenlace no detallo-, se darán los elementos para que Bulgákov vaya propinando hilarantes mamporros al sistema soviético, a su régimen de vida y a su pretensión -a su operación- de transformar a los ciudadanos en hombres nuevos y ejemplares. Es sorprendente comprobar como Bulgákov -médico de profesión, por cierto- soñaba despierto si pensaba que tan despiadada y corrosiva sátira iba a ver autorizada su publicación en 1925. Fue prohibida hasta 1987.
Con excelente traducción de Marta Sánchez-Nieves, Mármara publica ahora Corazón de perro. También ha reeditado la novela Galaxia Gutenberg. Puede que lo aquí resumido estimule -eso espero- su lectura. Pero sólo sugiere una pequeña parte -y la más conceptual- de lo que el lector encontrará en el brillantísimo texto de Bulgákov, cuajado de situaciones, personajes y diálogos rebosantes de humor y mala idea, que fluyen a buen y constante ritmo con riqueza verbal y como resultado de unas dotes de observación y de indagación psicológica plenas de hallazgos y que van mucho más allá de la más visible materia de la sátira. Es la condición humana, claro, lo que también se explora y se muestra en esta novela -el corazón humano del perro- con sus ambiciones, mezquindades, insuficiencias y zonas de oscuridad, de modo que tras la cara de la diversión acaba estando a la vista el reverso de un patetismo existencial y esencial. Una desesperanza, quizás, ante la posibilidad del progreso de la sociedad y de la especie.
Para narrar la evolución en los días siguientes del animal operado -se buscaban, a todo esto, opciones para el rejuvenecimiento-, Bulgákov, enriqueciendo la textura literaria del libro, introduce otro punto de vista y otro estilo narrativo, procedentes de las breves notas que el ayudante del doctor toma en un cuaderno: “Se ha reído en el despacho. Su sonrisa es desagradable y como afectada. Después se ha rascado la nuca, ha mirado todo a su alrededor, y he anotado una palabra nueva y pronunciada con claridad: “burgueses”. Ha blasfemado. Su hablar blasfemo es metódico, sin interrupción y, por lo visto, completamente absurdo. Posee cierto carácter fonográfico, como si ese ser hubiera oído antes las palabras injuriosas, las hubiera insertado en su cerebro automática e inconscientemente, y ahora las vomitara en fajos. Claro que no soy psiquiatra, así que…”
De Corazón de perro, aunque parezca difícil, se han hecho adaptaciones teatrales y varias óperas. También películas. Me gustaría ver la versión cinematográfica (Cuore di cane) que Alberto Lattuada dirigió en 1976 con Max von Sydow como protagonista.