La colombiana María Ospina Pizano (Bogotá, 1977) se suma con fortuna al pequeño contingente de nuevas escritoras latinoamericanas que, en su todavía breve recorrido, está poniendo en valor con muy buen ojo la editorial Las afueras. Me he ocupado aquí, después de una lectura placentera, de casi todas ellas: las argentinas Magalí Etchebarne (Los mejores días), Mercedes Halfon (El trabajo de los ojos) y Mariana Travacio (Como si existiese el perdón).
Azares del cuerpo es el primer libro de María Ospina Pizano, que atesora una sólida formación y dedicación académica en Estados Unidos (Historia en la universidad de Brown, Filología Hispánica en Harvard) y es profesora en la universidad de Wesleyan. El título procede del sexto y último de los relatos que forman la colección, en los que el cuerpo femenino tiene, en efecto, un importante protagonismo con sus azares, sí, inconveniencias, miserias, incidencias y sufrimientos. Hay también en los cuentos una notable presencia de animales (perros, sobre todo), metáfora a veces de las carencias afectivas y de las soledades de las protagonistas, mujeres no vinculadas sentimentalmente a hombres de forma satisfactoria o de ninguna forma en el presente de la narración, pero sí relacionadas por lazos familiares, amistosos o profesionales -o de otra índole, a veces misteriosa- con otras mujeres. Es, pues, un universo de mujeres el que contempla el libro, mujeres cuyas circunstancias engendran una especie de oquedad interior que no se complace consigo misma, sino que las impulsa al cambio, al movimiento.
Son estas mujeres, en general, mujeres que trabajan y se desenvuelven en la zona menos favorecida económicamente de la sociedad, lo que, en algún caso -en el cuento titulado Ocasión, notoriamente-, permite establecer un contraste entre sus vidas y las correspondientes a la clase media-alta de la sociedad colombiana, sociedad que, con apuntes más que suficientes, Ospina describe como marcada por la violencia -guerrillas, narcotráfico, proceso de reinserción de los guerrilleros…- y por tener en el punto de mira viajar -visa mediante- a los Estados Unidos, sea como destino ocasional o definitivo.
En Policarpa, una joven que abandonó la guerrilla trata de resituarse (como cajera) en el mercado laboral y de volver a contactar (no sin incertidumbres) con su familia. En Ocasión, una empleada doméstica sufre el despido (y el abandono) por su fortuito embarazo, mientras su burguesa e inhóspita empleadora conoce los efectos del terrorismo.
El tono realista de la escritura se ve intervenido por elementos que aportan dimensiones inquietantes, no ajenas a tenues estrategias de utilización del suspense. Así, en Salvación de señoritas -donde también está presente el tema de los reinsertados-, asistimos a la fijación de la solitaria Aurora por una joven alumna del colegio de monjas situado frente a su casa. Y en Fauna de las eras es desasosegante la relación -llevada a un diario- de su protagonista con una plaga doméstica de pulgas que martiriza su cuerpo. Y en Collateral Beauty hay una atmósfera perturbadora en la clínica para muñecas rotas que regenta Estefanía y en la relación epistolar de ésta con un tipo que le solicita brazos, piernas y cabezas de esas muñecas. Incluso en Azares del cuerpo, las tareas de manicura de Martica con su clienta Mirla provocan -siempre, el cuerpo- desazonantes sensaciones.
Algunos personajes guardan relación con los que aparecen en cuentos anteriores o posteriores, pero eso no me parece en sí mismo relevante. Lo relevante es que sí se produce un entretejido de sentido y de significado entre los seis cuentos, un tapiz o mural que refleja a la sociedad colombiana y a las mujeres en tránsito desde una posición desventajosa a un futuro incierto que ellas, con menor o mayor determinación, se proponen encarar. En ese tránsito se observa, en varios casos, el escaso o nulo papel cooperativo de la familia, si es que existe y si no es, por el contrario, un foco de hostilidad o un campo de batalla.
Con un excelente manejo del idioma -da gusto leer el español que se habla y escribe en Colombia-, la rica y rugosa textura del lenguaje que utiliza María Ospina Pizano se corresponde también con el recurso a distintos dispositivos narrativos -cartas, diarios, chats, informes…-, del mismo modo que el cierto dramatismo (sin ningún exceso) que gobierna el libro, muy eficaz en la indagación psicológica, está permanentemente intervenido por calculados brotes o esbozos de inteligente humor: una muñeca desnuda tiene “partes púbicas de lona y partes públicas de la porcelana más fina”.
Estefanía, la mujer hostigada por las pulgas, debe rellenar un formulario de impuestos en el que le preguntan si tiene hijos u otros dependientes, y escribe en su diario: “Ya desapareció todo rastro de las ronchas. Para evitar futuras invasiones, pienso secuestrar al gato patialegre que ronda los muros del barrio y vigila al gallo del patio de al lado con cierta rabia. ¿Será de alguien? Antes que a las mujeres, las pulgas prefieren los recovecos calientes de otros animales. El gato me salvaría de nuevas pulgas, las adoptaría como dependientes. Y seguro soportaría todo eso con mayor dignidad que yo. Yo lo cuidaría a él con buenos caldos de costilla y otras atenciones, y se iría cerrando ese círculo de dependencias que a todos nos atrapa y nos cautiva”.
Pulgas, gatos, gallos…mujeres. Hay pesadumbre amarga en esta congregación de solitarios y dependientes que no son de nadie, pero a la vez quiere abrirse paso un humor y una ironía que den alas al instinto y a la voluntad de resistencia comunes a las protagonistas de Azares del cuerpo.