La historia es conocida. El 24 de julio de 1870 el periódico lisboeta Diario de noticias publicó una extensa carta anónima, firmada por un tal Doctor X. El comunicante contaba que había sido secuestrado junto a su amigo F. cuando cabalgaban por la carretera de Sintra por unos educados enmascarados que les conminaron a subir a un carruaje. El anónimo corresponsal se refería a hechos acaecidos tres días antes, escribía en tiempo real y en el curso inconcluso de los acontecimientos que empezaba a relatar y cuya continuación -que se materializó al día siguiente- anunciaba al director del diario.
Al comienzo de su narración advertía estar inmerso en sucesos de envergadura, rodeados de misterio y con apariencia de crimen. Las comunicaciones inmediatas enviadas por el Doctor X informaban a los lectores del periódico que su amigo F. y él mismo habían sido confinados en una casa, que sus muy educados secuestradores les habían informado que se requerían sus servicios como médico y que en el lance estaban implicados “el amor de un hombre y el honor de una señora”. Su tercera comunicación terminaba diciendo que tenía ante sus ojos el cadáver de un hombre.
El Diario de Noticias, bajo el título de El misterio de la carretera de Sintra, siguió publicando por entregas la narración de los acontecimientos hasta el 27 de septiembre. A la carta del Doctor X se fueron sumando los relatos de otros personajes que no revelaban su identidad -Z., F., uno de los enmascarados, A. M. C., una mujer…- que estaban implicados o conocían aspectos del suceso sobre el que el periódico informaba. Estos personajes, para deleite de los lectores del periódico -que no perdían ripio- aclaraban, oscurecían o completaban aspectos del relato, aumentando por momentos su interés y sus enigmas, todo ello mientras algunos ciudadanos se ponían en contacto con el diario para ofrecer su testimonio sobre parte de los acontecimientos según las versiones indiciarias derivadas de tener la convicción de haber sido testigos de ciertos episodios.
Las cosas, en aquel verano lisboeta de 1870, sucedieron así hasta que los lectores del Diario de Noticias supieron, el 27 de septiembre, lo que nosotros sabemos desde hace tiempo: que todo lo narrado era una invención de los jóvenes escritores José María Eça de Queirós y José Duarte Ramalho Ortigao, quienes tal día confesaron su treta y firmaron con ello -a la edad de 25 y 34 años, respectivamente- su primera novela, El misterio de la carretera de Sintra.
Acantilado ha vuelto a publicar por tercera vez esta novela, que revolucionó las letras portuguesas, con la misma traducción y el mismo prólogo de Carmen Martín Gaite que la desaparecida editorial Nostromo utilizó en 1974, cuando a Queirós todavía se le llamaba Queiroz en España. Los dos amigos se inventaron la médula de su historia en una noche de copas, concibieron la decisiva estrategia de publicarla por entregas y como si se tratara de la narración de un suceso verdadero y la escribieron a cuatro manos, cada cual desde una ciudad y sin poder comunicarse, obligados cada uno a continuar el hilo que el otro iba desarrollando.
Como les pasó a los incautos lectores de Diario de Noticias, los lectores actuales de El misterio de la carretera de Sintra, aun conocedores del ardid, quedamos absolutamente absorbidos por los misteriosos, intrigantes y criminales acontecimientos que se nos cuentan, obviamos la inverosimilitud de no pocos detalles, seguimos con estupor la creciente complicación de la trama y nos entregamos a especular, si podemos -pues la confusión y las derivas de lo narrado son importantes-, sobre cómo será su muy difícil resolución, el modo en el que, al fin, puedan encajar todos los ingredientes, los personajes y los cabos sueltos desplegados.
El misterio de la carretera de Sintra está compuesta al modo de las muñecas rusas o de las cajas chinas, de manera que cada nueva revelación se presta a contener otra más. Ciertamente, la novela no es un prodigio de estructura -ni puede pretenderlo-, pues hay novedosos episodios que se dilatan sin preocupación ninguna por el ritmo global de lo narrado o que suponen ramificaciones en el relato de las que parecerá imposible que se pueda volver ni a su inicio ni a su tronco. Pero se puede y, en cualquier caso, cada fragmento suscita interés por sí mismo.
Novela de misterio, de intriga, de crímenes, sí, pero también novela sin género, novela de novelas, novela de todos los géneros, pues El misterio de la carretera de Sintra es también una novela de aventuras sobre la caza del tigre en India y las peripecias de una travesía por el Mediterráneo. Y es una novela de amor y de adulterios, y un melodrama de aúpa, y también una novela de ideas sobre asuntos bien campanudos y una novela social. Y es, entre el Romanticismo, el Realismo y ciertos ecos góticos, un folletón, un folletón naturalmente por entregas -al modo de la época-, un folletón que se sirve de las añagazas del folletón, que las explota y las utiliza en su beneficio, al tiempo que ironiza sobre ellas, que se burla de ellas y se mofa de sus cultivadores.
En un momento dado, el mencionado Z. se dirige así al director de Diario de Noticias: “La narración de su periódico tenía para mí la original ventaja sobre otras del mismo tipo que he leído de que ocurrieran los sucesos simultáneamente con la lectura, de que los personajes fueran anónimos y de mantener el meollo sustancial del enredo tan secretamente encubierto que ningún lector podría ser capaz de aducir pruebas contra la veracidad de este caso portentosamente novelesco que el autor ha tenido a bien lanzar en medio de la rutina y la prosa de esta sociedad sosa y honesta en que vivimos. Me venía pareciendo el tipo más puro y redomado del “roman feuilleton”, cuando he aquí que inesperadamente, en la entrega publicada hoy, me vengo a topar con las iniciales de un nombre masculino…”
Z. se refiere al tal A. M. C., otro de los contribuyentes al relato, que resulta que es amigo suyo y que ha desaparecido. El juego con la ficción, con la realidad y con lectores fue formidable. Sí, también es un juego esta novela, un juego que Eça de Queirós llegaría a despreciar de mayor cuando el muy ilustrado y cosmopolita abogado y diplomático estuviera ya consagrado gracias a empeños mayores como El crimen del padre Amaro (1875) o El primo Basilio (1878). Pero, de momento, aquí le teníamos jugando a la metaliteratura, recapitulando, comentando y despistando desde el interior de su propio relato. Nadie tomó en consideración el desprecio de Eça de Queirós por su primera novela, nadie que haya leído El misterio de la carretera de Sintra y que sepa observar la elemental regla ética de mostrar agradecimiento cuando la oportunidad lo merece: no sobran ocasiones de disfrutar.