Bahamontes vs Loroño, la España invertebrada en bicicleta
Paco Ignacio Taibo recuerda en 'La Bicicleta, La Libertad' las coberturas de su padre en las Vueltas a España de 1956 y 1957, con el duelo Bahamontes-Loroño en todo lo alto
“Tú nunca vas a ser director de periódico en España: eres hijo de rojo”. Es la lapidaria sentencia que le espetó un jerarca de la franquista Delegación Nacional de Prensa y Propaganda a Paco Ignacio Taibo. Lo hizo en 1954, cuando el periodista gijonés había asumido de facto la dirección de El Comercio tras la muerte de su titular, un tal Adeflor. Era el redactor jefe y, durante el coyuntural interregno, se ocupó de comandar el diario, por entonces conservador y clerical, como Dios y el caudillo mandaban. Aquel delegado farruco, con el respaldo del tinglado nacionalcatólico detrás, le abrió los ojos a Taibo, cuyo progenitor había sido comisario político de un batallón de mineros y eludió por los pelos la condena de muerte al término de la incivil contienda.
Casi le hizo un favor, en realidad. Entendió que no merecía la pena dejarse la piel en la redacción y buscó una alternativa, más divertida: cubrir la Vuelta a España. Una cobertura que le permitiría dar unos cuantos tumbos por aquella España todavía descuajaringada. Un divertimento liberador. De ahí el título –La Libertad, la Bicicleta- que su ‘heredero’, Paco Ignacio Taibo II, le ha dado a la rememoración de aquel curioso meandro en la carrera de su padre, publicada –con preciosas fotos de archivo- ahora por Reino de Cordelia. Taibo II, un niño enfermizo en esa época, que devoraba a Salgari en sus frecuentes convalecencias, evoca la 'escapada' desde su memoria infantil y repescando de la hemeroteca fragmentos de las crónicas firmadas por él.
La historia de Taibo me ha recordado mucho a la de Buzzati, que también se lanzó en busca de aventura siguiendo el pelotón del Giro de 1949 y que comenté en el post anterior. Igual que el escritor italiano, no tenía ni idea de ciclismo. Algunos perros viejos en el oficio se burlaban de él: “Taibo, manillar y biela no son los apellidos de dos ciclistas italianos, eh”. Sin embargo, tenía olfato para buscar en la trastienda de la carrera potenciales relatos con los que enganchar al lector. El ciclismo desde otra óptica: menos técnica, más humana. Taibo lo aportó al mencionado Comercio y a El Alcázar, que, para su sorpresa, se sumó a financiar su manutención. Buzzati, por su parte, para el Corriere della Sera.
Cuando por fin logra colarse en un jeep de la caravana de la Vuelta del 56, empieza a desconcertar pronto a sus jefes y a los aficionados. En vez de mirar adelante, su cuello se gira instintivamente hacia atrás, para ver lo que pasa en la cola. Le atraen los padecimientos de los 'domésticos', hoy más conocidos como gregarios. De buenas a primeras, enarbola una denuncia de las condiciones paupérrimas con las que son compensados por su ingrata tarea de flanquear a los líderes de los equipos, formados entonces por selecciones nacionales y regionales. El ‘rojo’ que lleva dentro no lo puede embridar. Su hijo advierte que, al lado de sus textos, le colocaban otros dos de agencias, señal, a su juicio, de la desconfianza que sentían hacia TIP (firmaba así, con las siglas).
Hay otro paralelismo muy evidente con la experiencia de Buzzati. Si este se encontró con un duelo memorable entre dos corredores italianos, Coppi y Bartali, Taibo da con otro mano a mano local capaz de dividir al país: el que protagonizaron, sobre todo en la montaña, el vasco Jesús Loroño y Federico Martín Bahamontes, el Aguila de Toledo. La procedencia de ambos, claro, no podía dejar de politizarse en un país como el nuestro. La rivalidad, en consecuencia, se encona. Taibo toma partido por un bando. “Al Jefe [así llama Taibo II a su padre] no acaba de gustarle Loroño, demasiado cauteloso, calculador, le falta la chispa de la locura de Bahamontes”.
Es la posición opuesta al director de la selección nacional en la que ambos militan. Luis Puig se decanta por Loroño. Una preferencia apuntalada cuando Bahamontes, molesto, se revuelve contra Puig declarando: “No sabe nada de ciclismo, ni siquiera sabe montar en bicicleta". Taibo critica también al seleccionador y le hace responsable en parte de que la Vuelta –que curiosamente arranca y termina en Bilbao- se la lleve el transalpino Angelo Conterno. Considera que no ha sabido manejar el enorme potencial del equipo con una estrategia acertada.
La tensión se dispara en la edición siguiente, en la que Taibo, de nuevo, se enrola en el séquito de plumillas. En tierras catalanas se produce una escena lamentable. Loroño se escapa con varios portugueses. Bahamontes, que ve que se le escapa la Vuelta, salta a por ellos. Puig, ni corto ni perezoso, atraviesa el coche delante del pundonoroso corredor manchego, frenándole en varias ocasiones. Por si fuera poco, los gregarios del equipo le agarran del maillot y tiran de él hacia atrás. Bahamontes llega a la meta hecho un basilisco. “¡Robo, robo, robo!”, grita ya en el hotel. El vizcaíno Loroño, harto de los gritos, le agarra de la pechera y le amenaza con el puño. La sangre no llega al río pero la imagen del equipo queda devastada. España invertebrada en estado puro.
Taibo nos ofrece asimismo dos momentos alucinantes que confirman la grandeza legendaria de Bahamontes y su superioridad cuando la carretera se empina. El primero, muy popular, aconteció en el Tour de 1954 pero a Taibo se lo cuentan en el del 56, el primero y el único del que informará in situ. El Águila pedalea sobrado por el col de Romeyère junto a otros rivales durante una fuga. El coche del equipo de uno de estos, de repente, lanza sobre su rueda una lluvia de piedras. Aun con los radios destrozados, consigue coronar en primera posición el puerto pero se da cuenta de que bajar así es una temeridad. Debe esperar a que venga su jeep con otra de repuesto. Sabe que va tardar un rato largo pero, lejos de perder los nervios, se va hacia un carrito de helados que hay por allí, pide dos bolas de vainilla y las relame sentado en la cuneta. La prensa francesa (tan rabiosa siempre con los logros españoles) empieza vituperarle por ese gesto. Lo consideran arrogante. Quizá tengan un poco de razón porque Bahamontes reincide en la Vuelta del 57. Camino de San Sebastián, en una subida donde marcha primero, decide pararse a fin de esperar a Loroño, que viene en el pelotón. Orden de equipo. Lo hace comiéndose un plátano, una manera nada sutil de restregárselo a su director. Más que arrogancia, parece simplemente orgullo.
No me resisto a consignar además una descripción muy reveladora de la materia de la que estaba hecho aquel corredor que le dio a España su primer Tour, el del 59: “Cuando inicia un demarraje o acomete una cuesta tiene un aspecto desmelenado, furioso, las venas de la frente le laten y los huesos de la cara amenazan con destruir los pómulos. Yo lo he visto subir el Pajares con esta desmelenada alegría. Y bajar como un alud la terrible cuesta, de pie sobre los pedales gritando a los coches que le abran paso”. No es extraño que después de ser testigo de estampas así, Taibo –como le ocurrió a Buzzati- se enamorara perdidamente de este deporte rebosante de "sangre, sudor y gloria". También de anfetaminas (consumidas, al parecer, de forma generalizada en el Tour) y furúnculos en las nalgas (la mayor tortura que hostigaba al pelotón).
Es el ‘mal del pedal’, que hace enloquecer a los que lo sufren. Taibo, de hecho, casi pierde la vida en un accidente de coche cuando iba persiguiendo una carrera amateur en Asturias. Creo que yo empecé a entender qué es la libertad cuando aprendí a montar en bicicleta. Aquel vehículo precario me permitió tomar mayor distancia de la vigilancia materna. Significó, por un lado, alejarme de ese control y, por otro, la obligación de elegir caminos. A Taibo le dio una coartada idónea para que su rencor antifranquista no enmoheciera en la redacción. Pedalear, esa forma de ser libre.