“La excelencia es tan sublime como rara”. Es la significativa cita de Spinoza que Antonio Escohotado escoge como preámbulo de La forja de la gloria (Espasa). Un libro curioso dentro de la bibliografía del pensador, una de las mentes más lúcidas, sagaces y heterodoxas del panorama intelectual español en las últimas décadas, capaz de inocular la duda al más pintado de sus rivales con su siempre bien armado argumentario. La originalidad del volumen estriba, primero, en que salió solo unos pocos días antes de que muriera, en noviembre del año pasado, después de haberle sacado a la vida un máximo partido (la estudió y la disfrutó a fondo). Y segundo en que es un desvío más o menos lúdico de sus quehaceres filosóficos habituales porque se centra en una de sus debilidades mundanas: el fútbol y, más concretamente, el Real Madrid, que tanto admiraba. Por eso: por ser un club que siempre se exige la excelencia y que, en su opinión, rara vez la ha negociado en el campo.
Escohotado se ocupa de la primera parte de este texto. Durante cerca de 70 páginas, recorre la historia del club merengue, en cuyo origen cifra esa vocación perpetua por habitar en el olimpo deportivo. El autor de Los enemigos del comercio evoca a los dos comerciantes que fundaron el equipo. ¿Que saben de dónde eran? Pues -qué cosas- catalanes de Barcelona afincados en Madrid. Los hermanos Juan y Carlos Padrós. Juntos abrieron en la capital una tienda llamada El Capricho, “donde por primera vez se vendieron lanas de cashmire y el más refinado algodón egipcio, que algunos confunden con una mercería cuando más bien llegó a superar los doscientos empleados y fue la sensación del momento, origen de la amistad entre Juan Padrós y Alfonso XIII, y de la cual partió el ‘Real’ añadido a su nombre”.
Este último dato puede hacer pensar, sí, que el club pronto empezó a ganarse el favor de poderes reaccionarios y conservadores. Pero Escohotado, que recibió extasiado la visita de Florentino Pérez en su morada ibicenca poco antes de morir, lo desmonta de inmediato. “Juan, el mayor, murió relativamente joven, destinando su patrimonio a construir una densa red de albergues para indigentes”. ¡Chapeau! Menuda altura moral hay que tener para tomar una decisión así. Por otro lado, Carlos fue diputado liberal en tres legislaturas. “Ambos -apunta Escohotado- defendieron a capa y espada el programa expuesto por la Institución Libre de Enseñanza (ILE), que acabaría logrando separar Iglesia y Estado en todos los niveles pedagógicos”. Ese ideario avanzado fue el que permeó los orígenes de la casa Blanca.
Se nota, por ejemplo, en detalles como su apertura cosmopolita, que eclosionaría ya con Bernabéu a los mandos. El Madrid, al contrario que aquella España autárquica y fervientemente carpetovetónica, apostó siempre por el talento al margen de su procedencia. De ahí que alineara aquella mítica delantera de los 50, conformada por el francés de origen polaco Raymond Kopa, el húngaro Puskas, los argentinos Rial y Di Stefano (ambos acabarían nacionalizados) y esa galerna que vino soplando fuerte desde el Cantábrico: Gento for ever. Una línea atacante contra la que no había defensa que no acabara desarbolada. Gracias a ella el Real Madrid consiguió algo que dejó con la boca abierta a Escohotado hasta el último día de su vida: que un equipo de aquel país pobre, rancio y ensimismado fuera capaz de campear en Europa, ganando nada menos que cinco orejonas seguidas. Inconcebible.
El escritor, que se había aficionado al fútbol jugándolo en la arena de Copacabana (se crió en Rio de Janeiro, donde su padre ejercía como agregado cultural), vio con sus propios ojos al Madrid ganar la segunda en el Bernabéu, tras derrotar 2-0 a la Fiorentina ante 125.000 personas. Su padre precisamente había comprado dos tribunas preferentes para que el niño, que estaba muy cansino con el Real Madrid, disfrutara de una experiencia fundante. En el libro describe con jugoso detallismo cómo “Don Alfredo” abrió el marcador de penalti. A su manera, que diría Sinatra: “Tomando larga carrerilla y asegurándose meterla entre los tres palos, a menudo centrada pero demasiado fuerte para admitir reacción, como cuando los tenistas tiran cerca del cuerpo”. Di Stefano, que vino a España -con escala previa en Colombia- para escapar de los topes salariales que fijó Perón a los futbolistas, es seguramente la máxima manifestación de la excelencia madridista. Miguel Muñoz explicaba gráficamente el miedo que infundía en los adversarios: “Cuando cogía la pelota solo podías rezar para que se la pasara a otro”.
El fichaje de la Saeta Rubia siempre ha suscitado resquemores en can Barça. Tradicionalmente, se acusa al Madrid de haberle birlado al jugador cuando ya tenía pactado con River su adquisición. Pero es que el club argentino no podía disponer de él porque no tenía su propiedad (esta no era una cuestión pacífica debido a su anómala marcha a Colombia). Así lo explica Jesús Bengochea, director de La Galerna, en la segunda parte del libro, en la que repasa algunos capítulos primordiales en la historia del club madrileño. La disputa por Di Stefano es uno de esos hitos que jalonan la animadversión culé hacia el Madrid, en la que Escohotado señala a Manolo Vázquez Montalbán como principal azuzador intelectual.
Recuerda, contrariado, cómo el creador del detective Pepe Carvalho establecía símiles entre los jugadores merengues y la guardia mora de Franco. A su juicio, esto se debía a la mala conciencia del escritor, que no podía soportar que el dictador entrara sin resistencia en su ciudad mientras que Madrid había aguantado heroicamente durante tres años interminables un terrible asedio (es delicado, apunto yo, comparar el caso de ambas ciudades, porque no se puede saber qué habría ocurrido si la ciudad condal hubiera sido cercada desde el principio de la contienda). Por ese motivo, emponzoñaba el Clásico con estas metáforas y símiles guerracivilistas. Ya en el post anterior aludí a su ampulosa sentencia según la cual el Barça “es el ejercito desarmado del pueblo catalán”.
Escohotado manifiesta admiración por Vázquez Montalbán como escritor (“y como gastrónomo”). Pero, en alguna entrevista, llegó a decir que sus juicios no eran honrados. No quería entrar en detalles porque Vázquez Montalbán ya estaba muerto y, conforme al código de los caballeros, no era plan ponerse demasiado incisivo. Pero sí dejaba caer sutilmente lances de cuando ambos militaban en las filas comunistas. Algo debió de ver Escohotado que le dejó mal concepto del autor de Tatuaje. No tengo ni idea de lo que puede ser. No sé si la inquina la alimenta además el hecho de que Montalbán se mantuvo afín a la hoz y al martillo y Escohotado, al hacerse jipi, prefirió abrazar otros credos más laxos. Ahora tendrán tiempo de dirimirlo en el cielo o donde quiera que hayan recalado tras morir. Un Clásico, el suyo, con mucho morbo.