En las últimas semanas me han llegado algunas noticias sobre iniciativas que llevan el arte a espacios privados, no artísticos, en los que son accesibles para los clientes de las empresas que las promueven. Clientes convertidos en espectadores involuntarios que seguramente, en una gran proporción, no visitan habitualmente museos o galerías. No es una idea nueva pero me parece que esas actuaciones puntuales constituyen un gran avance en España, donde está todo por hacer en materia de arte en espacios públicos. Y, como he defendido en otras ocasiones, es fundamental que cuando Mahoma no va a la montaña -es evidente el desinterés de gran parte de la población por el arte actual- la montaña vaya a Mahoma, el arte se infiltre en la sociedad más allá de los reductos en los que habitualmente se exhibe. Antes de darles algunos ejemplos, repasemos los escenarios básicos en los que el arte se pone en contacto con sus destinatarios: -El museo y el centro de arte, de titularidad pública o privada -El espacio oficial no accesible: despachos y salas de organismos dependientes de las administraciones -El espacio oficial accesible: edificios que el ciudadano frecuenta -La galería de arte, comercial -El estudio del artista o el espacio alternativo, gestionado por artistas -La vivienda particular -La empresa cerrada al público: en despachos y salas -La empresa abierta al público: tiendas, hoteles... -La calle y los espacios naturales: monumentos, intervenciones urbanas temporales o permanentes, programas de arte en la naturaleza Cuando hablamos de arte público tendemos a pensar en espacios abiertos, urbanos o naturales, y buena parte de los programas existentes -tan pocos en nuestro país y casi siempre efímeros- se centran en ellos. Pero también la arquitectura es un espacio público, y quizá menos exigente, menos difícil, para el artista que el abierto. Fuera del museo o de la galería, la presencia de una obra de arte puede ser meramente ornamental, pero también puede obedecer a la voluntad expresa de abrir brechas para el arte en el contexto cotidiano. Son dos finalidades que difícilmente pueden desvincularse del todo, pues la obra -excluimos aquí el arte de acción, performativa o social, o el arte sonoro- pasa casi siempre a integrarse en un conjunto arquitectónico “impuro” -por oposición al “cubo blanco”- del que el componente decorativo forma parte. Pero esa duplicidad puede manejarse de manera que la pieza artística pueda contemplarse y disfrutarse sin quedar banalizada o incluso anulada por los usos principales del edificio. Todas las modalidades de integración pueden realizarse con éxito en manos de buenos artistas y buenos arquitectos pero he observado que, por lo general, es preferible que el arte disponga de un espacio propio. Lo que no significa que deba tratarse de una habitación aislada de características museísticas. Lo principal, en cualquier caso, es que la operación esté guiada por alguien con criterio. En un momento en que se debate en falso la posibilidad de una cultura sustentada por el dinero público -digo en falso porque la retirada de ese apoyo significaría, está causando ya, un empobrecimiento radical de la producción cultural- algunas empresas estén apostando a pequeña escala por el arte actual, contribuyendo a que el ciudadano lo valore y, sobre todo, lo sienta cercano. El pasado 20 de septiembre se inauguró en Sevilla una instalación de Rodrigo Martín Freire, Windows Cut, en Factory Sevilla. Responde a un modelo que me gusta particularmente, por varias razones: se convocó un concurso restringido para artistas locales, al que fueron invitados además Manolo Bautista, María José Gallardo, Cristina Lucas, Ramón David Morales, José Miguel Pereñíguez, Julie Rivera, MP&MP Rosado y Simón Zábell; el jurado, presidido por Juan Antonio Álvarez Reyes, director del CAAC, contó con artistas y entendidos en la materia: Carmen Laffón, Gerardo Delgado, José R. Sierra, José Soto, Juan Suárez, Rafael Ortiz, Juan Bosco Díaz-Urmeneta, Pío Delgado y Valentín Madariaga; no se trata de un establecimiento elitista -veremos que muchos de los ejemplos siguientes no son exactamente populares-; es una obra permanente y concebida para el espacio que ocupa. El grupo Neinver había ya realizado una operación similar para su centro The Style Outlets, en La Coruña. En aquella ocasión, el ganador fue Rubén Ramos Balsa.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Los centros comerciales no eran un espacio virgen para el arte en España. Recordemos que La Vaguada fue diseñada por César Manrique y que El Corte Inglés inició en 1963 un programa de intervenciones artísticas en sus escaparates que, con un gran intervalo, retomó hace unos años. Por él han pasado muchos importantes artistas españoles; en la última edición, los invitados por el comisario Alfonso de la Torre fueron Eugenio Ampudia, Ruth Gómez, Fran Mohino y Pablo Valbuena.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

No hace falta ser una gran empresa como El Corte Inglés para apoyar programas artísticos. Jesús Álvarez, pequeño coleccionista que heredó en en Mercado de San Antón, en Madrid, la concesión de un local -la carnicería de su padre- decidió crear y sostener allí un centro cultural, Espacio Trapézio, que cuenta con un espacio acotado propio pero que resulta visualmente permeable al entorno comercial y de ocio. ¿Y qué apoyo público recibe una meritoria apuesta individual como ésta? Ninguno: no ha conseguido ninguna subvención del Ayuntamiento o la Comunidad, ni siquiera la exención de algunas tasas e impuestos que se le aplican, y la actual ley de Mecenazgo ignora su indudable aportación al arte.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Volviendo a La Vaguada, hace un par de meses inauguró el “espacio expositivo” Vaguada Arte, con una colectiva de alumnos de Bellas Artes del CES Felipe II de Aranjuez -Irene Cano, Adrián Sánchez, Javier González, Elena Cañizares, Juan Antonio Sánchez, Andrea Ayala y Elena Crespo- que podrá verse hasta finales de este mes. Como puede apreciarse en este vídeo, el montaje reproduce el típico modelo de exposición más bien cutre, sobre paneles, en los centros comerciales, que no funciona en absoluto. Es estupendo que este centro apoye a los artistas jóvenes pero creo que debería mejorar el formato expositivo.
Y, volviendo a los escaparates: algunas marcas de lujo han optado por involucrar a artistas en sus estrategias de marketing. He escrito ya sobre este tema -les remito a Ser artista es un lujo- por lo que me limito a dar publicidad a las últimas realizaciones en este ámbito en nuestro país: las intervenciones de Antonio Ballester Moreno en las tiendas de Loewe y la instalación de Pamen Pereira en la de Hermés en Barcelona. A pesar de que son obras dirigidas a una clientela adinerada -y esta asociación del arte con los productos elitistas es, aunque en parte cierta, contraproducente para su penetración social- su posición de cara a la calle introduce un factor positivo.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Sí es novedoso en España el modelo de espacio semi-público en oficinas de empresas. La galería Elba Benítez abrió el año pasado una “sucursal” en las de la firma Kvadrat en Madrid, dedicado a artistas emergentes y con una programación que se diseña mediante convocatoria. En un piso, funciona como una galería y cualquiera puede visitarla. Más complicado es -o era, porque no ha tenido continuidad- el espacio de arte que Dior acondicionó en su sede junto a la Puerta de Alcalá, UnderDior, pues sólo podría accederse a él mediante cita previa.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Los hoteles ofrecen otra posibilidad de interacción “deslocalizada” del arte con el público. El Radisson Blu de Madrid acaba de inaugurar su Up Gallery, un reducido espacio expositivo en el hueco del viejo ascensor del edificio, con una muestra de la joven Françoise Vanneraud. Informan de que la programación -cuatro exposiciones al año- se diseñará en colaboración con destacadas galerías madrileñas; en esta ocasión ha sido la más cercana al hotel, Raquel Ponce.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Otros hoteles españoles han hecho del arte una de sus señas de identidad. Es el caso del Hotel HM Jaime III en Palma de Mallorca, propiedad del galerista Horrach Moya. Lida Abdul, Joana Vasconcelos, Dennis Oppenheim, Alicia Framis, Jorge Mayet, Antonio Miralda, Peter Zimmermann, Susy Gómez y Jana Sterbak son algunos de los artistas cuyas obras, de la colección personal de Moya, se exponen en habitaciones y espacios comunes. Otra colección particular, la de Alberto Vaquero, actualiza el hotel de lujo Palacio de Sober, en la Ribera Sacra. Tiene obras expuestas de, entre otros, Jorge Galindo, Perejaume, Miguel Ángel Blanco, Adolfo Schlosser, Natividad Bermejo y Santiago Serrano. En ninguno de estos ejemplos podemos hablar de espacios para el arte. Las obras se integran aquí en el diseño de interiores pero, en comparación con los horribles cuadros que encontramos hasta en los hoteles más caros, el esfuerzo es muy de agradecer.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Podría seguir buscando iniciativas de este tipo y encontraría seguramente bastantes. Dejo a los lectores los comentarios abiertos para que aporten información adicional. Voy a terminar con algunas preguntas acompañadas de ejemplos nacionales o internacionales. 1. ¿Por qué no hay más empresas que cuenten con artistas para desarrollar proyectos o para establecer sinergias de trabajo? El programa Conexiones Improbables, apoyado por el Gobierno Vasco, ha tenido un gran éxito desde su lanzamiento en 2005. En esta edición, que acaba de arrancar, Artepan colabora con Lara García Reynes y Alexandre Bettler (Londres), Grupo Uvesco con Albert Soler, Oiz Egin con Zoohaus, Orbea con CoCreable y Silam con Paola Guimerans. Según explican los organizadores, “conectamos artistas/pensadores con organizaciones para colaborar en proyectos de innovación, y no dejamos de buscar nuevos formatos que se adaptan a diferentes necesidades: las Píldoras creativas desde el año pasado para las pymes, Nuevos comanditarios para grupos de ciudadanos que quieren trabajar un reto o una necesidad en relación con un/a artista o Ciencias improbables, más dirigido a centros de investigación científicos”. 2. ¿Por qué no se utiliza más el vídeo en estos contextos privados abiertos al público? Hoy es relativamente fácil de instalar y de mantener, y el efecto puede ser espectacular. El restaurante Sketch de Londres, que ha encargado al artista Martin Creed la redecoración integral de uno de sus comedores, lleva diez años manteniendo un programa de videoarte, con cerca de cincuenta exposiciones de buenos artistas; entre ellos, el español Adrià Julià.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

3. ¿Por qué no se fomenta la incorporación del arte a los medios de transporte? Hacen falta programas estables, con la dotación adecuada para llevarlos a cabo, y a largo plazo. Algunas ciudades han apostado por esta vía de promoción cultural, especialmente en las estaciones de metro. Así, Moscú, Estocolmo, Los Ángeles o Nueva York. En esta última ciudad, Arts for Transit tiene un presupuesto de cinco millones de dólares sólo para cuatro de las estaciones de la línea que recorre la Segunda Avenida. Intervendrán Chuck Close, Sarah Sze y Jean Shin. El metro de Nueva York está plagado de obras de arte, mejores o peores.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla

4. Importantísimo: ¿por qué en España no se cumplen las leyes y se dedica, cuando es posible -y lo es en muchas ocasiones- el 1% cultural al encargo de obras de arte asociadas a los edificios o instalaciones construidas? La colaboración entre arquitectos y artistas, cuando unos y otros son de lo mejor, produce entornos únicos, impactantes o, simplemente, de mayor calidad para el uso cotidiano. Puede hacerse a todos los niveles y con todos los presupuestos, como se demuestra, por ejemplo, en la sencilla pero muy lograda intervención de Eduardo Barco en los nuevos juzgados de Almagro, del estudio de arquitectura MMASA.

Rodrigo Martín Freire en Factory Sevilla