Dentro de unos meses, en septiembre, se inaugurará en el National Mall de Washington D.C. The National Museum of African American History and Culture, que pretende “ayudar a todos los americanos (ya saben, quieren decir estadounidenses) a entender en qué medida es la historia afroamericana central para todos nosotros”. El edificio, diseñado por el arquitecto de origen tanzano David Adjaye, hace referencia a un motivo cruciforme de la escultura yoruba, pero habrá poco arte en él; seguirá más bien el modelo de “centro de interpretación” con mucha foto, mucha proyección y mucho panel, incluyendo objetos y documentos. En la narración histórica habrá un capítulo sobre la presencia de afroamericanos en el mundo del espectáculo, entre los que figurará Bill Cosby con fragmentos de sus célebres series televisivas, alguna de las cuales también llegó a España. El museo tendrá que escuchar opiniones encontradas sobre su planteamiento y el desarrollo de éste cuando se inaugure pero la “mención de honor” a Cosby ya ha levantado ampollas. El actor está encausado por multitud de acusaciones de abusos sexuales (son ya más de 50) y algunas de sus supuestas (mientras no haya sentencias no se puede afirmar otra cosa) víctimas manifestaron su protesta por un homenaje público que haría oídos sordos a la vergonzosa deriva de la estrella. En principio, el director del museo, Lonnie Bunch, dijo algo así como que nada tiene que ver el tocino con la velocidad pero luego entendió que hay cerdos que corren más que las balas y, el jueves pasado, reculó para prometer que sí se hará alusión de alguna manera al feo asunto.
No es la primera ramificación museística del Cosbygate. El año pasado se desató otra polémica, de mayor calado, protagonizada por Cosby y que implicaba también a la Smithsonian Institution, el gran conglomerado científico y museístico wahinsgtoniano del que dependen tanto el futuro National Museum of African American History and Culture como el National Museum of African Art. En este último se pudo ver, entre noviembre de 2014 y enero de 2016, la exposición Conversations: African and African American Artworks in Dialogue, que presentaba un centenar de obras del propio museo junto a más de sesenta de la colección de arte del comediante. Ésta se compone de unas 300 piezas, reunidas durante varias décadas, y pretende explorar las raíces africanas de la familia, mirando sólo muy de reojo los conflictos raciales aún candentes.
Al poco de inaugurarse la exposición saltó a la opinión pública toda la cascada de acusaciones de violación que provocaron una inmediata repulsa social traducida en cancelación de reposiciones de las series y retirada de títulos honoríficos (como los de la Universidad de Brown, la Universidad Tufts, en Massachusetts, y el Goucher College, en Baltimore), nombres de calles, estatuas (en Walt Disney World) y condecoraciones. El museo tardó demasiado en reaccionar; meses después de los primeros reproches, añadió una frase (no condenatoria) en la entrada a la exposición y el microsite diseñado para promocionarla incorporó un mensaje, que se quería aclaratorio, para frenar las invectivas. Su directora, Johnetta B. Cole, es desde hace muchos años amiga de los Cosby, a los que está muy agradecida, entre otras cosas, porque donaron 20 millones de dólares al Spelman College (para mujeres negras, en Atlanta) cuando ella lo dirigía. Camille, la esposa del actor, forma parte desde 2011 del comité asesor del National Museum of African Art.
Todo esto lo reconoció, en agosto de 2015, en un artículo con el que rompía un largo silencio y en el que intentaba justificar por qué mantuvo abierta la exposición tras intensificarse (la prensa llevaba una década haciéndose eco de ellos) la reprobación pública de Cosby por los supuestos abusos: “La respuesta es que esta exposición no trata de la vida y la carrera de Bill Cosby. Trata de diálogo y creatividad artística entre obras notables de arte africano y afroamericano y sobre lo que los visitantes pueden aprender de las historias que cuenta este arte”. Pero a nadie se le escapaba que era una exposición aduladora, como suelen serlo las construidas a partir de una colección particular, a la mayor gloria de la familia Cosby, con la que estaban relacionadas varias obras. Entre ellas, una pintura de una de las hijas, que es artista. Philip Kennicott, crítico de arte y arquitectura para The Washington Post, contó más de 40 apariciones del apellido en las salas y describió la muestra como “un ejercicio de hagiografía”. Podríamos decir, recordando el título de una de sus series televisivas, que era The Cosby Show. Kennicott señalaba, por otra parte, la paradoja de que el enfoque claramente enaltecedor de los valores familiares quedara emborronado por la evidencia de que Cosby había sido un marido infiel y un depredador sexual. Pero Cosby aún sigue presumiendo de ella en su web personal, como si nada hubiera pasado.
Associated Press había llamado la atención sobre la circunstancia, disimulada al principio por el museo, de que los Cosby habían donado ¡716.000 dólares! para cubrir los costes de la muestra; y extendía la responsabilidad de mantenerla a la institución madre, el Smithsonian, cuyos mandamases habían tomado la decisión junto a Cole. Justo ayer se difundió una noticia a la que se asoman los debates éticos que está provocando la financiación de algunos de los departamentos del Smithsonian. En febrero de este año, la institución publicó una nueva normativa de transparencia sobre los patrocinios para la investigación, que obliga a los estudiosos a desvelar cualquier donativo que supere los 10.000 dólares. Pero hay trucos para soslayarla, como pone de manifiesto el caso que ahora se comenta. Wei-Hock "Willie" Soon es un físico solar que lleva tiempo cuestionando las teorías acerca de los efectos de la industria sobre el cambio climático al pretender que el factor más determinante en él son las variaciones solares. Y resulta que muchas de sus investigaciones han sido patrocinadas por empresas energéticas, directamente o a través de Donors Trust, el cual permite mantener en el anonimato a los “mecenas”. Soon trabaja en la División de Física Solar y Estelar del Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics, y los conservacionistas están reclamando al Smithsonian que sea más estricto en su vigilancia.
Pero volvamos a los museos. Más allá de la ejemplaridad moral individual del patrocinador y protagonista de Conversations, su caso pone sobre la mesa cuestiones sobre las que los museos deberían tomar posiciones claras. En España nos ponemos muy contentos cuando un patrono expone su propia colección en un museo, o deja una parte de ella en depósito, pero en el ámbito anglosajón es una práctica que está muy mal vista. Las asociaciones de profesionales y órganos de acción conjunta que existen desde hace tiempo trabajan para establecer pautas que no siempre son suficientemente precisas y que quedan abiertas a interpretaciones, sometidas a la conveniencia de cada cual. Ya les hablé en este blog de la nueva versión del Código Deontológico de la Museums Association en el Reino Unido, que aborda más abiertamente que en ediciones anteriores el tema de la relación con filántropos y empresas patrocinadoras. En Estados Unidos, la problemática está todavía más presente, pues para los museos son muy importantes (aunque no tanto como podríamos pensar) las aportaciones de individuos y corporaciones, como puede comprobarse en el informe Art Museums by the Numbers publicado por la Association of Art Museum Directors. Un 22% de su financiación procede de particulares o familias, empresas y fundaciones.
Es posible que esa circunstancia les haga ser más comprensivos de la cuenta con los infractores de sus propias reglas. El Cosbygate en el Smithsonian es en particular alarmante, tanto por la notoriedad del actor y de la institución como por la circunstancia de que Johnetta B. Cole es, y era entonces, presidenta de la Association of Art Museum Directors, que marca directrices de todo tipo –también éticas– para los museos.
Dentro de unos días les comentaré otro caso muy interesante sobre el patrocinio privado en los museos, en el que los ciudadanos han echado por tierra los problemáticos –desde el punto de vista deontológico– tratos de políticos, gestores culturales y empresarios.