Image: Eduardo Punset

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Ciencia

Eduardo Punset

“Estamos muy cerca del conocimiento esencial”

14 octubre, 2004 02:00

Eduardo Punset. Foto: Carlos Miralles

Eduardo Punset continúa la labor divulgativa de la actualidad científica -que lidera desde el programa de televisión Redes- con el libro Cara a cara con la vida, la mente y el Universo, que hoy publica en la editorial Destino. Punset busca las claves de la existencia en el ámbito multidisciplinar a través del diálogo y de la reflexión con sus máximos especialistas. De todo ello, y de su impacto inmediato en la sociedad, ha hablado con El Cultural.

Los últimos avances científicos marcan algunas de las conversaciones que Eduardo Punset mantiene en este Cara a cara con la vanguardia científica. Entre ellas, el español Javier de Felipe y entre sus preferidas la del peleontólogo Stephen Jay Gould.

-El reciente premio Nobel de Medicina ha recaído en un revolucionario estudio sobre el sistema olfativo. ¿Qué opinión le merece haber conseguido explicar un sentido tan sofisticado?
-Cuando decimos que recordamos el sabor de un manjar nos equivocamos. Lo que recordamos son los olores gracias a un sistema olfativo tremendamente sofisticado desarrollado por nuestro antepasado el primer mamífero. Muy probablemente era un roedor mezcla de reptil y mamífero que -azotado por el dominio total de los nichos disponibles por los dinosaurios- tuvo que refugiarse y vivir de noche. Tenía el sistema de visión fantástico de los reptiles, que de poco le servía en la oscuridad. No tuvo más remedio que inventar un sistema olfativo cuya complejidad asombrosa acaba de revelar el Premio Nobel otorgado a Richard Axel y Linda Back. Las investigaciones de los nuevos Nobel explican, entre otras cosas, por qué recordamos en la senectud un olor de la infancia. En el momento en que una molécula olfativa entra por la nariz cada tipo de molécula se pega a una neurona especialmente diseñada para reconocerla. Mientras que la vida de las neuronas sensoriales olfativas es corta y se reemplazan continuamente, el mapa del bulbo olfativo en el cerebro -constituido por los inputs de los receptores-, permanece invariable a lo largo del tiempo. Nos costarán años y esfuerzos ser capaces de diseñar una sistema parecido y la mitad de eficaz para los robots del futuro.

Proceso de desaprendizaje
-¿Se entiende bien la ciencia en el ciudadano medio?
-El ciudadano medio, como el resto, está empezando a salir de un súbito proceso de desaprendizaje antes de entender lo que se le viene encima. Tiene que desaprender, literalmente olvidar, más cosas que las que tiene que aprender. Yo he sugerido que en las Escuelas de Negocios se cree una asignatura de Desaprendizaje corporativo; pero lo mismo se justificaría en cualquier disciplina, incluidas las científicas. En el ámbito del conocimiento el ciudadano se siente desamparado. Hasta ahora él había recurrido a dos tipos de conocimiento: el genético -el miedo a las serpientes y a las arañas, pero no a los coches-; y el conocimiento aprendido a lo largo de la vida. Ahora descubre -como he explicado en mi libro anterior Adaptarse a la marea- que el primero es, básicamente, irrelevante en el mundo moderno; que era muy útil hace sesenta mil años, pero no ahora; mi principal amenaza cuando voy al trabajo por la mañana ya no son las serpientes o las hienas. Las instrucciones genéticas que llevamos encima para sobrevivir son -como dice Richard Dawkins- "un código de los muertos". En cuanto al conocimiento aprendido la gente constata que la mayor parte es infundado. Lejos de proceder la mujer de una costilla de Adán resulta que los hombres son, biológicamente, unos derivados de la mujer. Y así hasta cien. El ciudadano medio sólo tiene un clavo al que agarrarse: sumarse al proceso de la irrupción de la ciencia en la cultura popular.

Un diálogo fértil
-Su clave divulgativa es el diálogo. Bien en entrevista, bien en conversación con dos especialistas. ¿Considera el intercambio de opiniones fundamental para avanzar en el campo de la sabiduría?
-El cuestionamiento de lo establecido y la experimentación está en la base del conocimiento. El intercambio de opiniones es fértil cuando está referido a la Naturaleza y es casi siempre estéril cuando se refiere a las personas. En mis conversaciones con los grandes científicos buscamos juntos las respuestas a preguntas dirigidas a la Naturaleza: ¿Cómo empezó la vida? ¿Dónde está la frontera entre lo inerte y lo orgánico? ¿Cuál es la prehistoria de la mente? ¿Qué nos diferencia de los animales? Preguntar a la Naturaleza está en la base de la revolución industrial iniciada a mediados del siglo XVIII y del pensamiento moderno. Efectivamente, el intercambio de opiniones es imprescindible para avanzar en el conocimiento. La neurociencia ha demostrado que una mente dejada a sí misma, aislada del resto, no sólo no va a ninguna parte, sino que se desmorona su sistema inmunológico. Pero hablar por hablar sobre el comportamiento de los demás -el chismorreo social equivalente al ‘grooming’ de los chimpancés- tampoco conduce a gran cosa. Si en lugar de esto se cuestiona a la Naturaleza y luego se someten a la experimentación las respuestas, entonces sí avanza el conocimiento.

-¿Que área científica le resulta más fascinante en estos momentos?
-Lo que me fascina son las interrelaciones entre áreas tales como la informática, la biología molecular, la física, la química, la ciencia cognitiva, la neurociencia y la psicología evolutiva. Creo que el enfoque multidisciplinar es lo que está empujando al conocimiento. Es mucho más impactante que cualquier disciplina por separado. Sin este enfoque no se habría podido finalizar la secuenciación del genoma humano, ni existiría la farmacogenómica, ni la ciencia del espacio. Nada de lo que viene y que va a transformar el mundo. El estudio de la prehistoria de la mente nos enseña que la compartimentación de los distintos dominios mentales: el social, el físico o el biológico en el hombre primitivo le impedía dar un verdadero salto adelante. Fue la interconexión paulatina entre estos distintos dominios, la rentabilización en un área de lo aprendido en otras lo que dio paso a la Ciencia, el arte o la religión. Antes de los últimos sesenta mil años no había nada, y después se ha producido todo.

Llegar a saberlo todo
-Pero en la entrevista con James Lovelock responde "No tengo ni idea" a la pregunta de ¿Cómo empezó todo? Daniel Dennett responde algo similar eludiéndola. ¿Seguimos en el grado cero del conocimiento esencial?
-En la comunidad científica existe la impresión de que se nos está escapando algo, de que no acertamos todavía a descubrir un hecho, una relación que, cuando surja, exclamaremos: "¡Pero si estaba cantado!" Cuando en l964 los dos radioastrónomos de los Laboratorios Bell, Penzias y Wilson, dan con la radiación cósmica que interfería sus antenas y que sólo podía proceder de la explosión exterior que dio origen al universo confirman, de la noche a la mañana, la teoría del Big-Bang. O cuando en l953 Watson y Crick descubren la estructura de la molécula del ADN, confirman la hipótesis de que las instrucciones para hacer una mariposa, un hombre o un pájaro están todas en el mismo sitio y son parecidas. Y cuando Darwin explica de manera razonada el origen de las especies, incluida la humana, están todos ellos haciéndose con partes muy importantes del conocimiento esencial. Claro que, además, nos gustaría saber cómo surgió exactamente, la primera molécula de la primera célula reproductora hace cuatro mil quinientos millones de años. No debemos subestimar las dificultades para descubrirlo. En primer lugar allí no había nadie. Hace mucho tiempo. Sólo unas pocas nos han llegado fosilizadas en rocas. ¿Cómo podía llegar hasta nosotros la primera de entre todos los miles de millones que no han dejado rastro? Yo creo, como los científicos con que converso en el libro, que estamos muy cerca de ese conocimiento esencial. Y tampoco excluyo que nunca lleguemos a saberlo todo. Pero en ningún caso será el conocimiento genético o el pensamiento dogmático adquirido el que nos de la clave.

-Y le devuelvo la pregunta: ¿Cómo es posible que no lo sepamos todo aún?
-Es cierto que a mí me irrita constatar que todavía no sepamos descifrar el lenguaje celular para anticipar el comportamiento insolidario de una célula cancerígena; que tengamos que esperar a diagnosticar la presencia del cáncer cuando ya es demasiado tarde. O que no tengamos todavía a punto los mecanismos de regeneración que tiene una hydra o una salamandra. En parte es nuestra culpa por la distorsión aberrante en la asignación de recursos públicos y privados. Comparemos la inversión que se dedica por kilómetro cuadrado en cualquier ciudad a la investigación científica con la del tráfico rodado. El presupuesto de un centro de investigación con cien científicos -si tiene mucha suerte para que caiga uno en la muestra- comparado con el presupuesto millonario de un kilómetro de autopista con su señalización, y el valor de los centenares de coches, camiones, y autobuses apiñados en ese kilómetro. No es comparable. En parte es fruto de la genética: en términos evolutivos no había interés en dedicar excesiva energía al mantenimiento, en lugar del equipamiento, de una especie que terminaba su fin reproductor a los treinta años: el sistema inmunológico estaba orientado a protegernos hasta los treinta años. Y en parte es cultural.

-¿Qué les diría a los que piensan que usted es el Bernard Pívot de la televisión científica en España?
- Ojalá cuando el conocimiento científico forme parte de la cultura popular haya quien me compare con Bernard Pívot y me pueda quejar como él de que a algunos sectores todavía no les interesa.